El divertido título del último disco de las Pauline, quizá un diagnóstico de actualidad o profecía de lo que nos espera, tiene un sentido paradójico, porque gracias a trabajos como éste nos damos cuenta de que, pese a todo, el mundo sigue vivo, resistente y con ganas de proteger y hacer que perdure aquello que nos engrandece. El arte, por ejemplo. Claro que hablar de arte para referirnos a la música popular quizá sea meterse en complicaciones innecesarias, pues muchas veces pecamos de racionalizarlo todo en exceso, cuando el pop es algo maravillosamente simple, directo y emotivo.
Así ocurre con “El mundo se va a acabar”, que puede encontrarse de salida con un prejuicio muy común entre los reseñistas: el de esperar que cada nuevo álbum de un artista suponga un volantazo en su estilo –como si crearlo y consolidarlo fuese sencillo- y alcance al oyente por el mero efecto sorpresa. Pauline en la Playa nos ofrece nuevos temas que siguen una línea de continuidad con anteriores títulos, si bien podemos apreciar ciertos matices de tono que los diferencian: la misma reposada poesía de “Silabario”, pero con más luz; el mismo acabado perfecto de “Física del equipaje”, pero con mayor jovialidad y delicadeza en las melodías. Sólo son canciones, pero qué canciones. A la segunda escucha ya tarareas “El mundo se va acabar” o “Relevé”, y a la tercera ya te emocionan y acompañan composiciones tan hermosas como “Todas las flores”, “Aishiteru” o “Haiku para ir a marte”. “Acompañar” es quizá el verbo que mejor define el estilo paulino o pauliniano, y lo cierto es que la recurrente remisión a las Vainica para emparentarlo es buen reflejo de que nadie hace ni ha hecho en mucho tiempo lo que ellas. Estos temas como dichos en voz baja, con arreglos musicales al detalle y letras llenas de dibujos a la acuarela componen un universo personal y valioso como pocos en el pop español. Otro aspecto de destacar es la actitud punk que desarrollan con respecto al amor, el amor en cuanto tema de una canción. Y digo punk porque lo más conservador hoy en día es persistir en la angustia, la separación, la apolillada mitología del corazón roto… Muchos autores han hecho una carrera lucrativa de todo ello. Pauline en la Playa nos habla de amores sosegados, cotidianos pero no por ello menos intensos, sin miedo a la ternura o al tono confesional, aunque suavizados los versos por el sentido del humor y sus peculiares invocaciones a la naturaleza o incluso a las encantadoras artesanías del hogar. Sólo un álbum de Pauline puede permitirse cerrar con un par de nanas deliciosas como “Haiku…” y “Monstruos del mar”. Destacar, para concluir, el cameo que parece ya inevitable en el indie español (todos los discos deberían incluir una pegatina en portada aclarando si participa él o no… Con el paro que hay, ¡acaparador!): la voz honda de Nacho Vegas contrapuntea las de las chicas en un par de temas, y al igual que en el disco de Delafé, les añade sombra para bien. Música para permanecer muchos años, para interpelarnos en las horas muertas, de fondo en el trabajo o como banda sonora de nuestros andurreos. Escuchando estas canciones uno acaba convenciéndose de que no, el mundo no se va a acabar.