Llego a la página 282 y última de “Invisible”, de Paul Auster, con la sensación de que en esta novela todo es demasiado real. El narrador, los narradores, no lo saben todo, la verdad tiene muchas caras, los personajes quedan marcados por un acontecimiento que no llegan a comprender del todo. Las piezas no encajan. No puedo contar nada de esta novela que me ha enganchado sin destruir su argumento. Así que he decidido hablar de ella a través de un viejo texto que escribí sobre Paul Auster. Líneas escritas para ser leídas en voz alta, con banda sonora incluida, demasiadas para el formato de este blog, imperfectas, como la vida real que vive en sus novelas.
“Stillman había desaparecido. El viejo era ahora parte de la ciudad. Era una mota, un signo de puntuación, un ladrillo en un interminable muro de ladrillos. Quinn podría pasear por las calles todos los días durante el resto de su vida y no encontrarle nunca. Todo había quedado reducido al azar, una pesadilla de números y probabilidades. No había ninguna pista, ningún indicio, ningún paso que dar”. Paul Auster, “La ciudad de cristal”.
El azar, la soledad, la ausencia, lo invisible, son los grandes temas que recorren la obra de Auster, uno de los novelistas más originales e importantes de las últimas décadas. Paul Auster nació en Nueva Jersey en 1947, y desde niño quiso ser escritor. Cuando tenía doce años escribió su primera novela con un bolígrafo verde. Y a los quince encontró ese libro que cambió su vida, “Crimen y castigo” de Dostoievski, una novela que le confirmó que su deseo infantil valía la pena.
“Blowin in the wind”. Bob Dylan y Joan Baez.
Paul Auster creció en la feliz Norteamérica de los años cincuenta, el reino del mago de Oz, donde el progreso parecía ilimitado y el deseo de caminar por la Luna dejó de ser un sueño poético para convertirse en una ambición científica. El hombre llegó a la Luna pero antes los jóvenes de la generación de Auster sacudieron el reino del mago de Oz, que les enviaba a morir o matar en Vietnam. En esa década veloz y contestataria, Auster estudió en la Universidad de Columbia y fue particularmente activo en las protestas estudiantiles. Se graduó, rompió con el mundo de libros y universitarios y se enroló en un petrolero de la Siemens. Estuvo seis meses en alta mar, fregando cubiertas y platos, leyendo y escribiendo, y conociendo la soledad.
“Je me souvines d`une chanson”. Edith Piaf.
"Westfield (Nueva Jersey) no es Westfield (Nueva Jersey). El lago Eco no es el lago Eco. Oakland (California) no es Oakland (California). Boston no es Boston, y aunque la que no es Gwyn trabaja en una casa de edición, no es directora de una editorial universitaria. Nueva York no es Nueva York, la Universidad de Columbia no es la Universidad de Columbia, pero París sí es París. Sólo París es real" James Freeman (que tampoco es James Freeman), en “Invisible”.
¿Por qué canta Edith Piaf en “Lulú on the bridge”, la primera película de Auster? Es cierto que viviendo en Nueva York, Auster podría haber conocido la música de Edith Piaf con relatividad facilidad. Pero a mí me gusta creer que Auster se enamoró de Edith Piaf en París, donde vivió durante tres años, empapándose de la literatura francesa. En la ciudad del Sena, Auster trabajó como traductor y escribió como negro, y tal vez se dejó contagiar por ese espíritu existencialista que recorre sus novelas de detectives y que ha hecho que los críticos franceses, los primeros en descubrirle, calificasen sus narraciones como historias de detectives post-existencialistas. Su último año en Francia lo pasó como guardián en una finca. Otra vez, la soledad.
“Round Midnight”, Miles Davis.
Auster regresó a Nueva York en 1974 y a finales de la década de los setenta sufrió una dura crisis personal y creadora. Pasó graves apuros económicos y durante un año padeció el peor mal que puede experimentar un escritor: dejar de escribir. Aquella crisis marcó una nítida línea divisoria en su obra. Auster dejó la poesía y se convirtió en novelista. Y un día, en 1980, sonó el teléfono y un desconocido preguntó por la agencia de detectives Pinkerton. Auster le contestó que se había equivocado. Días después la llamada se repitió y Auster volvió a decir al siguiente desconocido que se había equivocado. Y entonces, al colgar, pensó, ¿qué hubiera pasado si hubiese dicho que ésta era la agencia Pinkerton? ¿Qué hubiera ocurrido si hubiese aceptado el caso? Y así nació “La ciudad de cristal”, la primera novela de su celebrada “Trilogía de Nueva York”, las historias de detectives postexistencialistas que le abrieron las puertas del éxito.
“El detective es quien mira, quien escucha, quien se mueve por ese embrollo de objetos y sucesos en busca del pensamiento, la idea que una todo y le dé sentido. El escritor y el detective son intercambiables. El lector ve el mundo a través de los ojos del detective, experimentando la proliferación de sus detalles como si fueran nuevos. Ha despertado las cosas que le rodean, como si éstas pudieran hablarle, como si, debido si, debido a la atención que les presta ahora, empezaran a tener un sentido distinto del simple hecho de su existencia”. Paul Auster, detective privado.
Después de la “Trilogía de Nueva York” llegaron ”El cuaderno rojo”, El país de las últimas cosas”, “La invención de la soledad”, “El palacio de la luna”, “Leviatán”, “Mister Vértigo”, novelas unidas por unos personajes solitarios, perdidos tras la muerte del vínculo que les unía al mundo y cuyas vidas cambian un día cualquiera por virtud del azar. Personajes que están también en sus dos guiones cinematográficos, “Smoke” y “Lulú on the bridge”, la primera película que dirigió, una hermosa historia de amor de dos personajes solitarios y perdidos, unidos por el azar y lo misterioso.
“Hay muchas palabras que decir. Pero creo que no las diré. No. Hoy no. Mi boca está cansada ahora y creo que ha llegado la hora de que me vaya. Por supuesto, yo no sé nada del tiempo. Pero es igual. Muchas gracias. Sé que usted me salvará la vida, señor Auster. Cuento con usted”.
Paul Auster, “La ciudad de cristal”.
15/12/09