La lectura de El mundo sin fin resulta abrumadora por su torrente de datos y por su escrupulosa disección del fenómeno de la degradación medioambiental. Pero, al mismo tiempo, su exposición de la información es transparente y didáctica. El trazo suelto y flexible de Blain (con su interpretación libérrima de la composición y su utilización del espacio en blanco de la página) y su talento inaudito para las metáforas visuales se adaptan como un guante a las siempre didácticas teorizaciones de Jancovici; cargadas de ejemplos, analogías y simplificaciones conceptuales (que nunca van en perjuicio de la objetividad y la exactitud).
Es cierto que El mundo sin fin no es la lectura más alegre ni la más esperanzada para mirar hacia el futuro, pero de vez en cuando no está mal que alguien nos dé un sopapo de realidad y nos explique que, en el fondo y en la forma, el ser humano es un parásito y que nos estamos cargando el único mundo que tenemos; lo demás es ciencia ficción o negacionismo embrutecedor.