Revista Cultura y Ocio
Soy un muñeco averiado perdido en un océano inextricable de competencia absurda, apariencia, vana presunción y ludibrio gratuito. Estoy averiado, lo claman a voces mis neuronas y mis taras flagrantes, que dan pábulo a soeces e inmisericordes chascarrillos. El mundo rota vertiginoso a un ritmo frenético, como de locomotora descarrilada. Trastabillan con frecuencia mis pies, torpes y bisoños, para solaz y alharaca popular de aviesos y lenguaraces que se expresan en el dialecto del escarnio y la exclusión elitista.
Mi boca prorrumpe inopinadamente comentarios vergonzantes que propagan sobre mi humilde e inocua persona calumnias y befa corrosiva.
Mi mente se atolondra con aspavientos dramáticos y huye espantada, cuando mi lengua se columpia en balbuceos timoratos que acaban por teñir una soflama carmesí en mi semblante.
Soy diferente, no funciono, estoy averiado, discurro lentamente, como un río atrapado en el subsuelo que no quisiera emerger.
Estoy averiado y no conjugo con los arquetipos consuetudinarios.
Soy un niño avejentado y un adulto en estado de involución. Mi refugio es el anonimato y mi morada la ovalada “catedral” de un cascarón. La soledad me acompaña sin juzgarme ni desterrarme. Rocía mi alma defenestrada con arrullos lenitivos que asedan mis temores y acallan el tormento febril de existir como un defectuoso muñeco averiado.