Aquel hombre delgadito, de barba y dulce voz de anacoreta, miró al imponente rascacielos que albergaba, muchas plantas allá arriba, el gran minarete, el lugar que debía servir para lanzar su mensaje.
Había decidido alcanzar la igualdad y competir con Aznar, Zapatero, Fraga, Pujol, Chávez Arzalluz y hasta Celia Villalobos.
Pensaba: allá arriba no quieren darme una oportunidad. Mira que hago cosas para sorprender y demostrar mi liderazgo: defiendo la autodeterminación de Villanueva del Pardillo, y ni caso; amenazo con recurrir contra la prórroga del Concierto entre el Estado y el Gobierno vasco ante el Constitucional, y nadie se da por aludido; digo que me alegro de la inexistencia de los Reyes Magos, y le tapan los oídos a los niños. Hasta me roban el coche y se chotearon de mí.
Como mucho, consigo alguna sonrisa conmiserativa, una palmadita en la espalda, como diciendo, vale, chaval, adiós, buenas tardes.
Así que Gaspar Llamazares, líder de Izquierda Unida, se metió en la Torre Picasso, el edificio más alto de Madrid, y subió a toda velocidad en el ascensor exprés al piso que alberga a Canal+, donde hacen “Las noticias del guiñol”.
“Exijo que hagan mi muñeco, como tienen todos los políticos”, gritó. Hacía meses que imploraba, que lloraba para que hicieran su muñeco. Como de costumbre, ni lo miraron.
Enrabietado, él mismo se coló entre las figuras de látex y salió dando un discurso. Había conseguido ser guiñol en Canal+.
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