Me gusta pensar que la caída del muro tuvo una influencia directa en mi vida personal. Durante mi estancia en la Unión Soviética, adonde llegué diez meses después de aquel histórico 9 de noviembre, conocí a una chica de la República Democrática Alemana, país al que le quedaban, oficialmente, dos semanas de vida. Los de aquella parte del mundo nos parecían a los españoles una curiosa combinación entre (y perdón por el topicazo) la seriedad y eficiencia germanas y la ingenuidad, en muchos aspectos, de los regímenes comunistas "de toda la vida". Recuerdo que Eva (llamémosla así) y sus amigas, que contaban de veinte años para arriba, tenían la habitación de aquella residencia de estudiantes adornada con pósters de galanes al estilo Patrick Swayze, por quienes suspiraban cuales adolescentes en plena edad del pavo. Parecía que intentaran recuperar una adolescencia de la que no hubieran podido disfrutar en su momento.
Eva aprendió a conducir en uno de éstos
Tenían asimismo un sentido del humor un tanto ramplón, aunque inocente, que me parecía poco propio de universitarios procedentes de una potencia económica y cultural como Alemania. Naturalmente, el país en el que habían nacido, aquella "otra Alemania" que ya no existía, nunca había sido una potencia económica, y mucho menos cultural, y sus éxitos se limitaban a un buen puñado de medallas olímpicas siempre vistas desde occidente con chistes facilones y justificada suspicacia.
Eva y yo tuvimos una relación que duró algo más de dos años. Fue mi primera relación verdaderamente seria, aunque probablemente no cambió tanto mi vida como la suya. Hasta el día en que cayó el muro, ella sabía perfectamente cuál era el rumbo que iba a seguir su vida. Tenía un novio desde los diecisiete años, con el que ya estaba prometida, y sabía también cuál iba a ser su trabajo por el resto de sus días. No les costaría mucho conseguir un piso del estado, de 50 m2, y con paciencia y unos años de espera, adquirir un Trabant con el que saldrían de excursión los domingos.
En fin, si se había venido abajo el telón de acero, ¿por qué no iba a desmoronarse también ese futuro tan perfectamente planificado y organizado?
La historia de la genial Uno, dos, tres, de Billy Wilder, empieza el infausto 13 de agosto de 1961
Durante nuestra relación, oí bastantes historias sobre la vida tras el muro, pese a que era un tema sobre el que a ella no le gustaba demasiado hablar. Intuí, por ejemplo, que en aquel paraíso comunista, como sucede hoy en Cuba, había una casta de privilegiados, constituida por aquellos que tenían alguien al otro lado, que les enviaba divisas, ropa y productos de occidente. También constaté que eran ciertas las historias acerca de emisiones de radio oídas con el volumen al mínimo, y de inesperadas llamadas a la puerta que obligaban a apagar rápidamente la tele y disimular. En cuanto a la severidad de sus leyes, me bastaba el ejemplo de su hermana, que había pasado dos años en la cárcel por haber robado un ramo de flores.
11 de noviembre. La cara que se les quedó a los soldados de la RDA
Para los de mi generación, que no habíamos vivido guerras, que no habíamos visto al hombre en la luna, ni cómo asesinaban a Kennedy, la caída del muro de Berlín, así como el baile de dominó por toda Europa del Este que lo sucedió, nos permitió por primera vez ver en directo cómo cambiaba el curso de la historia.
El libro de Frederick Taylor, fascinante y a ratos abrumador, nos cuenta mucho más que la historia del muro, y resulta difícil resumirlo, dada la enorme cantidad de información que nos proporciona referida a la historia de Berlín, Prusia, la República de Weimar, las dos Alemanias y, naturalmente, la Guerra Fría. Prefiero, por ello, centrarme en algunos aspectos que me han llamado la atención y en otros muchos que me ha emocionado recordar.
1950. Recogiendo chatarra para construir el socialismo
En aquel Berlín, que a la conclusión de la guerra había quedado dividido en cuatro secciones, durante muchos años hubo libre circulación de ciudadanos entre el sector occidental y el oriental. Eso dio lugar a situaciones bastante difíciles de sostener a la larga, como por ejemplo, el que muchos berlineses residentes en el sector oriental, los llamados cruzafronteras, fueran a trabajar al occidental, y cobraran su sueldo en marcos occidentales, de mucho más valor que los soviéticos. Así, por motivos económicos y, huelga decirlo, políticos, se empezó a fastidiar lo más posible a los cazafronteras, con un acoso constante por parte de las autoridades.
Walter Ulbricht o el repelús hecho carne
Empezaron a pasar los años, y el régimen de Wilhelm Pieck iba apretando las tuercas. Así, en 1952 el siniestro Walter Ulbricht, secretario del Partido Socialista y el que de verdad cortaba el bacalao en el gobierno, anunció que el país iba a llevar a cabo una "implementación sistemática del socialismo". Se llevó a cabo una subida de impuestos, las horas de trabajo aumentaron en un 10%, se favoreció a la industria pesada en detrimento de la de bienes de consumo (lo que bien pronto condujo a la escasez en las tiendas), y se intentó estrangular a lo poco que quedaba de clase media (Dios mío, ¡acabo de descubrir que Rajoy es marxista!). La consecuencia inmediata, aparte del descontento general, fue un aumento en el número de ciudadanos que abandonaban el país para irse a occidente, tendencia que, desde el final de la guerra, no había hecho sino crecer.
Los rusos pacificando la situación
El 16 de junio de 1953, trescientos obreros de la construcción iniciaron una huelga que en seguida se convirtió en general y que sacó a las calles a decenas de miles de personas. Las protestas se fueron intensificando y los manifestantes abarrotaron la zona de los miniserios. La represión, con la inestimable colaboración de los tanques soviéticos, no tardó en llegar. En los enfrentamientos murieron, según Taylor, más de dos mil ciudadanos (en wikipedia esta cifra es sensiblemente inferior), mientras que doscientos fueron ejecutados y mil cuatrocientos encarcelados de por vida. Tal fue la brutalidad del régimen que incluso Bertold Brecht se vio obligado a escribir un poema al respecto.
15 de agosto de 1961. Las obras de construcción del muro van a buen ritmo
Durante los años siguientes, el goteo de ciudadanos de Berlín oriental hacia el otro lado de la frontera se convirtió en un chorro de agua a presión, y la situación volvió insostenible. Por ello, y aunque pilló a todos por sorpresa, poco puede extrañar que las autoridades finalmente decidieran cerrar la frontera (la construcción del muro en sí tardaría un poco en llegar). Eso sí, Ulbricht se aseguró de mantenerlo en secreto hasta el último momento, y de tener a todo su equipo de gobierno amablemente retenido en una fiesta hasta anunciarles la medida. Por si las moscas...
Muchos de nosotros tenemos una imagen de un Berlín oriental cerrado a cal y canto a los visitantes, pero eso no era del todo así. Ese tipo de restricciones afectaron sobre todo a los berlineses occidentales, a quienes, desde 1962 se les prohibió la entrada en la ciudad excepto en periodo navideño (entrañable, ¿no?), y eso aún con reservas. Al resto de ciudadanos, fueran alemanes de la RFA no residentes en Berlín o, sobre todo, de otros países, se les impusieron restricciones y la obligación de solicitar un visado, pero, en líneas generales, sí se les permitía la entrada, a condición, claro está, de que respetaran el límite de estancia y por la noche volvieran a su infierno capitalista. De hecho, uno de aquellos visitantes fue nada menos que Ronald Reagan, futuro ganador incontestable de la carrera armamentística, que años más tarde contribuiría de manera decisiva al hundimiento de la URSS. Reagan, acompañado de su mujer, se paseó durante una hora por Berlín oriental un par de años antes de convertirse en presidente, y poco podían imaginar los guardias que revisaron su pasaporte que estaban ante el futuro presidente de los EEUU, el que un día ningunearía a su presidente al exigir al líder de otro país que derribase el muro.
"Señor Gorbachov, ¡derribe este muro!"
La construcción de un muro que partiera en dos una ciudad tan antigua como Berlín dio lugar a situaciones tan grotescas como inhumanas. Una de las más infames fue la que tuvo lugar en la famosa Bernauer Strasse. La división de la ciudad pasaba justo por esta calle, de manera que la entrada al edificio se encontraba en el este, y la fachada posterior, en el oeste. Los habitantes del inmueble, pues, vivían en el sector soviético, pero si querían envenenar sus pulmones con efluvios imperialistas, no tenían más que asomarse a la ventana. Bromas aparte, se vivieron escenas tan espeluznantes como éstas.
Uno de los aciertos de Taylor al escribir este libro es el equilibrio entre el material histórico y político, y la historias humanas. En sus casi tres décadas de existencia, el muro de Berlín fue el escenario de incontables historias de todo tipo, y es sin duda el aspecto humano el que nos da la medida de aquella locura convertida en vida cotidiana.
El problema de la Bernauer Strasse se solucionó tapiando las ventanas
Dejando de lado a Ulbricht o Khrushov, y centrándonos en estos nombres "pequeños" de la historia del muro, uno de los primeros es, sin duda, el de Hagen Koch. Koch fue el soldado que trazó, con aire desafiante y a la vista de los soldados occidentales que lo miraban indignados, la línea blanca que separaba, en el histórico paso fronterizo Checkpoint Charlie, un país de otro. Tras la caída del muro, fue el encargado de organizar el desmantelamiento de éste y su posterior venta.
De muy distinto signo fue el destino de Conrad Schumann, aquel soldado de la RDA que, al tercer día de haberse cerrado la frontera, y mientras se reforzaban las alambradas, se dio cuenta de la que se le venía encima y dijo pies para qué os quiero. El momento de su huida fue inmortalizado, y la imagen se covirtió en un auténtico icono en Berlín occidental.
Peter Fechter agonizando junto al muro
Uno de los personajes más siniestros de aquella Alemania era, como ya he señalado, Walter Ulbricht. Ulbricht, comunista hardcore, fue el responsable del levantamiento del muro y de las medidas que autorizaban a los guardias a emprender la caza del hombre con cualquiera que intentara evadirse saltando el muro o atravesando el Spree a nado. Tenían la orden de disparar a matar.
La constante tensión en la frontera alcanzó niveles casi intolerables cuando en agosto de 1962, Rudi Arnstadt, guardia fronterizo de Alemania Oriental, fue muerto por un guardia de Berlín Occidental. Era la quinta muerte de un guardia oriental en poco tiempo, y el régimen naturalmente las aprovechaba para añadir gloriosos mártires a la causa socialista. Como curiosidad, os diré que Hans Plüschke, el guardia que mató a Arnstadt, fue asesinado en 1998 de un disparo en el ojo, la misma herida con la que él había acabado con Arnstadt. Su asesino nunca ha sido capturado.
Soldados de Alemania Oriental recogiendo el cuerpo sin vida de Fechter
Pocos días después de la muerte de Arnstadt tuvo lugar una de las historias más escalofriantes de la historia del muro, protagonizada por un joven de 18 años llamado Peter Fechter, mientras intentaba escapar a occidente junto a un amigo. Para aquel entonces, los guardias ya tenían orden de disparar a matar, y en este caso las cumplieron. El amigo de Flechter consiguió huir, pero él quedó malherido junto al muro, desangrándose a la vista de todos. El ejército americano no se atrevió a intervenir, dado que se podría haber como violación del territorio y las consecuencias podrían haber sido gravísimas, mientras que desde el lado oriental un fallo en la cadena de mando retrasó el rescate de Fechter más de una hora. Peter Fechter murió desangrado.
Aquí, el de Günter Liftin, a quien asesinaron a tiros mientras cruzaba el río a nado
Las ansias de libertad de los berlineses orientales se juntaron con las ganas de los occidentales de tocarle las narices al régimen de Ulbricht, por lo que en seguida se organizaron grupos de ayuda a los que querían huir. Los métodos de huida iban desde túneles hasta camiones que arrasaban con cualquier barrera que se les metiera por delante, coches que pasaban por debajo de la misma (método que sólo pudo emplearse una vez), o incluso globos. Estos grupos no tardaron en convertirse en un negocio por el que llegaban a pagarse muchos miles de marcos (de los buenos), como los que pagó la cadena norteamericana NBC. El resultado de esa inversión fue el documental El túnel, que ganó varios premios Emmy y que se adelantó varias décadas a la reality TV
Todos los de mi generación sabemos decir "solidaridad" en polaco
Al leer este libro, en ocasiones se me ponía la piel de gallina al volver a ver aquellos nombres con los que crecí y que, sin entonces darme cuenta, estaban contribuyendo a cambiar la historia. Reagan, Thatcher, Juan Pablo II y Lech Walesa, entre muchos otros, sin olvidar al pueblo, naturalmente, fueron los artífices de la caída de los regímenes comunistas de Europa del Este. Hay que reconocer, no obstante, que Reagan y Thatcher, por ejemplo, tuvieron la suerte de enfrentarse, en el punto álgido de aquella carrera armamentista, a una Unión Soviética en imparable crisis económica y gobernada por unos líderes decrépitos que se les morían antes de que pudieran aprenderse sus nombres. Parecía que ya no quedaban líderes como el basto y pueblerino Jrushchov, o como su sucesor, Leónidas Brezhnev, que gobernó el país sus buenos 18 años. A Brezhnev lo sucedió Yuri Andropov, que apenas duró unos meses, y a éste, un Chernenko que paseaba personalmente sus restos mortales por el Kremlin. En 1985 llegó Gorbachov, querido en occidente y bastante denostado en su país, y se convirtió en el primer presidente de la Unión Soviética nacido después de la Revolución de Octubre. Gorbi tomó las riendas de un país en graves apuros económicos que no podía permitirse seguir apoyando económicamente a una RDA al borde de la bancarrota. Además, el reformismo de Gorbachov era incompatible con la línea dura de Honecker.
La embajada de la RFA, tomada por refugiados de Alemania del Este
A pesar de que, en retrospectiva, la caída del muro nos parece hoy inevitable, en aquellos días era absolutamente inconcebible. Se me ocurre que nos cuesta muy poco investir de normalidad al infierno, sea propio o, como en este caso, ajeno, pero más todavía nos cuesta, pasado el tiempo, recuperar la memoria de ese infierno. Y no me refiero sólo a los años de falsa gloria del régimen, cuando parecía que el muro iba a quedarse para siempre, sino incluso a aquellos días de noviembre del 89.
En el segundo 0:24 un periodista le pregunta cuándo entrarán en vigor las medidas. Después de consultar sus papeles, dice "que yo sepa, desde este momento"
Pero las causas de la caída del muro, como digo, no fueron sólo externas. Las arcas de la RDA estaban vacías, y su deuda exterior era astronómica. Cada vez crecía más el descontento entre la población, a la que, naturalmente, desde hacía ya mucho tiempo no se le podía ocultar el nivel de vida que disfrutaban sus vecinos. Sin embargo, y curiosamente, la puntilla a la RDA se la dieron precisamente los países satélite. Empezó Hungría, cuyo ministro de exteriores, ante la pregunta de un periodista, declaró que si 60.000 refugiados de Alemania del Este se presentaran en la frontera con Hungría, "los dejarían pasar sin más". Los alemanes orientales entendieron el mensaje: si no puedes saltar el muro, rodéalo. Como no había restricciones para desplazarse a los países "amigos", miles y miles de ciudadanos de la RDA se subieron a trenes, autocares y coches, y se fueron a esos países, en concreto a Hungría y Checoslovaquia (¡qué antiguo suena ya ese nombre!), desde donde luego podían fácilmente cruzar a occidente. Circulan en la red incontables vídeos, tanto sobre la historia del muro como simplemente sobre su caída. Estos dos me han parecido un poco diferentes del resto. Este primero tiene cierto candor de proyecto de estudiante. En él veréis resumidos los últimos días del muro.
Con el segundo os haréis una idea muy aproximada de cómo se vivió en Berlín Este aquella noche histórica.
La embajada de la RFA en Budapest, y poco después la de Praga, se vieron prácticamente asaltadas por miles de refugiados. Tuvo lugar entonces una crisis diplomática de proporciones considerables, que de milagro no derivó en una crisis sanitaria. El muro era ya insostenible, y sin embargo, nadie podía imaginar todavía lo que estaba a punto de pasar.
El 9 de noviembre, Gunter schabowski, portavoz del nuevo gobierno de la RDA (habían obligado a Honecker a presentar la dimisión), se disponía a dar una rueda de prensa cuando le pasaron una nota que apenas tuvo tiempo de leer. En esa rueda de prensa, un confuso y titubeante Schabowski anunció por error que a partir de ese momento los ciudadanos podían viajar al extranjero sin ningún tipo de restricción. Nos gustaría pensar que la caída del muro se debió a un simle error humano, pero el hecho es que, en cualquier caso, las medidas iban a entrar en vigor al día siguiente. El error sólo adelantó en un día aquel momento esperado años y años por millones de alemanes del este.
Y de postre me regalé esta extraordinaria autobiografía gráfica del autor checo Peter Sis. Sis nació con la Guerra Fría y creció con el muro. En este libro nos describe esa experiencia, una vida donde las cosas son prohibidas u obligatorias. El libro, cuyo título completo es El muro. Crecer tras el telón de acero, y que combina la narración en tercera persona, la crónica y el diario, es un pequeño prodigio de creatividad e imaginación. Aquí tenéis al autor hablando del libro.
En 1968 se inició en Checoslovaquia una tímida apertura que permitió al autor cumplir uno de sus sueños: viajar a Inglaterra. Aquella apertura acabó, como todos sabemos, con los tanques soviéticos recorriendo las calles de Praga, y el mundo de Sis y sus compatriotas volvió a ser gris.
Sis, que parece ser que nació con un lápiz en la mano, es además un apasionado de la música. Cabe recordar, en este sentido, que el rock, que en occidente tan poco tardó en convertirse en un inmenso negocio, para la gente que vivía tras el telón de acero conservó durante mucho más tiempo aquel aura de libertad en su sentido más pleno. En una sociedad amordazada y encadenada por el totalitarismo más brutal, sólo los libros, la música y el arte nos salvarán.