En la Universidad Humboldt de
Berlín hay una galería de bustos donde se albergan los antiguos estudiantes de
la institución académica que han sido galardonados con el premio Nobel desde su
inauguración a principios de siglo XIX. Están expuestos en una clara
manifestación de reconocimiento a los 29 premiados que tiene en su haber esta
prestigiosa universidad. Dentro de esta galería, existe un espacio reservado
para aquella generación de jóvenes que dadas las condiciones políticas y
sociales que imperaron por aquel entonces, no se les permitió desarrollar sus
capacidades por completo.
Hablo por supuesto, de la
generación del muro de Berlín. De los berlineses que vieron como un telón -no
de acero para regocijo de Churchill sino de hormigón- separó de manera dramática a un elevado
número de familias, amigos, parejas, etc. Los mismos que pudieron escuchar a
John F. Kennedy con el ya famosísimo ich
bin ein berliner que enalteció a toda una serie de ciudadanos comprometidos
con la libertad. Son los mismos ciudadanos que también, un 9 de noviembre de
1989, acudieron al muro en masa ante el inminente descalabro de la Alemana
oriental controlada por los soviéticos.
El presente 9 de noviembre se
conmemora el 25 aniversario de la caída de este muro que llegó a alcanzar los
157 km de longitud en el corazón de Europa. Este histórico hecho ha tenido
diferentes lecturas para los historiadores y periodistas que a lo largo de casi
tres décadas contaron todo lo que sucedía en las dos partes de la ciudad de
Berlín. Una de esas lecturas es sin duda, las consecuencias que tuvieron que
pasar miles de jóvenes que quedaron atrapados entre dos mundos; oriente y
occidente.
Los que pudieron quedarse en la
zona controlada por occidente tuvieron ocasión de gozar plenamente de todas las
ventajas que el sistema capitalista les ofrecía. Educación, productos
comerciales, comodidades tecnológicas… pero fueron los jóvenes orientales
quienes tuvieron que lidiar con situaciones más que difíciles, porque tal y
como narró uno de los miles que pudieron pasar a la zona occidental, “si te
crías sin libertad, una vez que la consigues sabes valorarla”.
Tras la rueda de prensa que Schabowski –miembro
del Politburó- emitió ante toda la prensa de Alemania oriental mencionando
erróneamente que la ‘Ley de Viajes’ quedaba autorizada ipso facto, miles de berlineses acudieron a los checkpoint ante la
atónita mirada de los guardias soviéticos que no se atrevieron a disparar.
Y es que han sido varias
generaciones de jóvenes los que sufrieron los excesos de dos potencias
mundiales en los coletazos de la Guerra Fría. La vida para ellos a lo largo de
las casi tres décadas que el muro estuvo vigente fue diferente dependiendo de
la zona donde vivían. Hoy, más de veinte años después de la desaparición del
telón de acero, los jóvenes nacidos en las fechas posteriores a la caída del
muro, apenas tienen constancia de las situaciones que propició esta construcción.
Hoy acuden a sus respectivos centros de formación independientemente de dónde vivan y tienen un
futuro ante sí sin barreras ni obstáculos construidos por el hombre en pleno
apogeo de la sinrazón.
Revista Coaching
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