Como el Museo Británico de Londres, el Museo Nacional de Escocia en Edimburgo es una fuente inagotable de cosas interesantes. Hemos ido pasando por las bolas poliédricas neolíticas, el astrolabio andalusí de Ibn as-Saffar, los dispositivos de Neper, el círculo proporcional de Davenport, o las tirillas cristalográficas de Beevers-Lipson. La selección se ha hecho según gusto personal pero el museo admite muchas lecturas alternativas.
La arquitectura es deliciosa: el exterior neoclásico en piedra oculta una estructura de hierro y madera con elegante lucernario que permite resaltar tanto objeto de valor.
Terminamos recordando a otro de los grandes de Escocía, James Watt, cuya estatua preside la gran nave y que refuerza su imagen de geómetra.
A las horas en punto, una multitud se agolpa para contemplar el divertido reloj mecánico del milenio con sus autómatas. En el tercer milenio, en la era de la electrónica, todavía valoramos el encanto de los engranajes ingeniosos.
Tanto el Museo Nacional como la Galería Nacional merecen repetir la visita. Los museos son gratuitos y el sosiego siempre es recomendable.
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