“La selva de Irati da nombre al río que se conforma con la conjunción de los ríos Urtxuria (“agua blanca en euskera) y Urbeltza (“agua negra en euskera”); con esa simbología del ying-yang que caracteriza al bosque y que rezuma una estampa salvaje y natural incomparable.”Hasier Larretxea. El lenguaje de los bosques. Cuando Laura me dijo que su hija se llamaría Irati todavía no había leído a Larretxea. Descubrir el lugar y caminar por ese paraíso boscoso le fascinó de tal manera que supo que el nombre debía ser ese. Tras las páginas de Hasier dedicadas al bosque, una se da cuenta de la magnitud de la decisión. El nombrarla como a un lugar en el que sus padres conectaron con la tierra, en el que encontraron el cobijo de los árboles, donde existe la conjunción de esos dos ríos. El ying y el yang, equilibrio que la acompañará siempre, seguro.
Me dije que Irati estaría conectada al bosque de por vida. Que sería una niña árbol, una mujer con la corteza dura y sana. Organicé su primer kit de supervivencia, como si fuera el musgo que acaricia los troncos, como le llama Hasier: "ese elemento protector de los árboles, como si de una venda curativa se tratara". Ideé un hatillo a modo de musgo, para protegerla y ofrecerle el claro en las umbrías iniciales. La imaginé bien ataviada caminando bajo las hayas y quise ser parte de la historia. Su primera mochila, para cargar a sus hombros los recuerdos del monte. Su primera amiga, para que no entienda de soledad hasta bien mayor. Su libro-manual, porque este es necesario para los corazones con ramas, para los que somos de monte. Sus primeros calcetines, para cubrirla de lana, porque también llega de las montañas y nos une a ellas. Por la necesidad vital de unos pies calientes.
De la misma manera, pensé que su madre necesitaba también el arraigo de la lana. Tejí los Meitner Socks de Erika López (Loareknits) mediante el patrón que aparecía en el último número de Bellota Knits. Parecía que esa lana brillante simulaba el sol y calentaría sus pies, sabiendo de la importancia de la temperatura, de la calidez, del abrazo de la luz. Intentar que el desbordamiento de la crianza, que ese “aprender a vivir de nuevo”, tuviera el abrigo de esta espectadora. Tejer para mis mujeres, extender un lazo pensado en cada punto que se desliza de una aguja a otra, intentar que no sea tan solo un regalo, sino un nuevo componente de ese primogénito amor al bosque.Escribe Hasier que “el amor incondicional hacia el bosque nace desde que se convierte en un refugio y en ese amigo indivisible e invisible. El confidente, lugar de recreo y espacio donde se comienza a tomarle medida a la vida a través de sus retos”. Palabras sabias. En la Selva de Iratisus padres se toparon con el arrullo de los árboles, con la sensación de fortaleza y de seguridad, con la certeza de querer educar a una niña con la corteza cargada del musgo como venda.