Puigdemont y su tribu de catalanes recalcitrantes y lanzados a la ruptura de España compiten ya con la francesa Le Pen por encabezar el "hit parade" de los enemigos de la Unión Europea y de la democracia. Todos ellos son hijos del odio y oportunistas que aprovechan los vientos de frustración de muchos ciudadanos europeos, castigados por la crisis y decepcionados por la mala política, para conducirlos por las tortuosas y peligrosas arenas del nacionalismo, una ruta que, según demuestra la historia, tarde o temprano termina en guerra.
Europa está tardando demasiado tiempo en descubrir la naturaleza criminal del nacionalismo catalán porque esa admiración oculta por los nacionalistas es parte de la Historia de Europa, ha logrado infectar el ADN de muchos europeos y, probablemente, es nuestro peor fantasma familiar.
El presidente Macrón, al gritar "El nacionalismo es la guerra", un grito que debería repetir cada semana el triste e indolente Rajoy, se suma a los muchos líderes políticos y pensadores europeos que lo han gritado antes, entre los que figuran Mitterrand, De Gasperi, Adenauer, Juncker, Hollande, Manuel Valls, Albert Rivera y muchos otros.
El nacionalismo, al sentirse distinto y superior, resalta y potencia las diferencias entre unos pueblos y otros y apuesta por el victimismo y al odio como motores de la Historia, lo que genera dinámicas que enfrenta a los ciudadanos, unos con otros, y a los pueblos, provocando también conflictos civiles e internacionales que causan millones de muertos. Estas afirmaciones no son gratuitas porque han demostradas con cientos de ejemplos a lo largo de la Historia, desde las primeras civilizaciones a nuestros días. Basta analizar la Historia para descubrir que el nacionalismo ha provocado más muertes que todos los desastres y epidemias sufridos por la humanidad.
El nacionalismo catalán y vasco contiene todos los rasgos descritos en los manuales: supremacismo, racismo, odio, victimismo, insolidaridad, exaltación de lo propio, desprecio a lo ajeno, adoctrinamiento, falsificación de la Historia y una violencia visceral que sólo se contiene, en parte, porque no tienen opción alguna de victoria, pero que está agazapada para lanzarse a la yugular de España cuando vean que la victoria puede sonreirles.
Francisco Rubiales
