Mi abuelo tenía un negocio viejo que vendía llaves, grifos y tuberías desde mucho antes del siglo XXI. También vendía gutapercha y cables de cobre; y pez y minio en bote, y para sellar las tuberías de plomo estopa de cáñamo. Y más cosas. Todo un negocio viejo antes del siglo XXI.
En el número 46 de la calle del Ventisco de la capital se estableció en 1927 mi abuelo, el fundador del negocio. Lo llamó Urban Idade porque le gustó el regusto arcaico del nombre y porque le pareció que le daba empaque un letrero que sonaba a latín.
En España, en el siglo pasado -tal vez hoy también- se vivía muy atento a la imagen que sugería el cartelón de un comercio, cuyos matices parecían sugerir calidad y buen servicio. En realidad, Urban Idade nunca fue una empresa pionera; siempre fue un pequeño comercio familiar con poca proyección.
La fontanería se llamó Urban Idade, en castellano, aunque sonara a latín. Un nombre imposible para una fontanería que pretendía ser universal en una ciudad como la nuestra, que siendo la capital, era como un pueblo grande sin pretensiones. Por eso, el tiempo impuso la razón del idioma o el idioma impuso su razón en el tiempo y el viejo negocio imposible de fontanería de mi abuelo se tuvo que reconvertir en blog universal sobre las redes urbanas, algo parecido a la fontanería; y también incomprensible: URBAN IDADE.
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