Oculta entre dos de sus películas más famosas, "A place in the sun" y "Shane", que alguna vez fueron, sobre todo la segunda, enarboladas por la crítica americana como hitos de su cinematografía, ejemplos de que desde sus códigos y ancestros llegaban tan lejos como los europeos - inmigrantes o no -, "Something to live for" es la obra más emocionante y realista filmada por George Stevens en muchos años.
Tal vez a finales de esa década de los 50 su delicada partitura de piano hubiese sido sustituida por una balada de saxofón, sus escenarios y peripecias nos parecerían modernos, contemporáneos y tal vez ahora estaríamos hablando de un clásico, de un film eterno.
En contrapartida a esa pérdida, definitiva si nada lo remedia, queda una obra tan íntima y exultante en sus corrientes apariencias como inabordable a la caricatura, protegida por una especie de aura que no permitiría hacer de ella un "mal" uso.
Estos dos amantes al filo del alcoholismo son la personificación misma del deseo.
No ya de estar juntos; de vivir, de seguir, de sentirse mirar hacia adelante con la misma convicción de quien recapitula.
La prodigiosa escena paralela en que se encuentran es el mejor ejemplo de ese ansia. Llamadas telefónicas que no llegan por instantes a conectarlos, ella que se siente al fin con fuerzas para tirar el trago de bourbon por la ventana, él que en la excitación de verla, casi recae en viejos vicios, la lluvia, el teatro a oscuras...
Nada puede haber más realista que un trozo de celuloide como ese, que a uno le parece haberlo vivido nada más verlo. Buena paradoja si pensamos que lo filmó uno de los cineastas más adosados a un concepto de fatuo enlatado hollywoodiense, especialmente aquí en Europa, donde no hubo con él ni piedad ni sosiego.
Esto ya poca importancia tiene. Al final del día solo quedan las grandes películas en la memoria, paupérrimas como "Echoes of silence" o ricas como "My sister's keeper", contagiosas y entusiasmantes como "Le temps de l'àventure" o intimidantes y oscuras como "We are what we are".
Si ya parecía "pasado de moda" Stevens cuando hacía "Penny serenade", "The more the merrier", "Vivacious lady" o "Bachelor bait", perdedoras todas frente a los elixires de las screwball comedies y los melodramas más vigorosos de los 30 y 40, ¿quién iba a esperar nada verdaderamente grande de su cine en 1952 si nadie había reparado siquiera en su "Nazi concentration camps"?
La calma elegante de este otrora brillante publicista "caído" en la abstinencia, Alan, que de repente se siente inspirado de nuevo - por un par de botas, por una mañana cualquiera - (Ray Milland) y la esperanza de rehabilitación que atisba en dos tardes junto a él Jenny, actriz de segunda encorvada sobre su propia debilidad (Joan Fontaine), se combinan en un efecto intangible pero difícilmente soportable para la sensible mujer de él, Edna (Teresa Wright), que querría ser Penélope y descoser de noche lo cosido durante el día.
Y no pensar, ni en ellos, ni en el bebe que trae dentro, ni en la chica que él encontró tirada en una habitación y ayudó sin intereses particulares, corporativamente.
Maravillosamente dialogada, con esa amplitud para ser igual de efectiva en escenas con dos personajes o en otras con múltiples relaciones cruzadas (la escena de la fiesta en casa del insufrible Baker - Douglas Dick, "especialista" desde "The rope" y "The accused" -, un modelo de disposición espacial), "Something to live for" se mantiene en todo momento contenida, agazapada detrás de las barreras de los sentimientos no expresados.
Sus tristezas y sus decepciones se intuyen en el futuro mayores, cuando se vuelva la vista atrás y se recuerden los episodios pasados.
Edna probablemente habrá conquistado un nuevo lugar, uno que nunca supo debía tomar al comenzar el film, cuando vencida con su ayuda de antemano la gran batalla de él, había ganado "en propiedad" ese sucedáneo de lo que anhelaba, el agradecimiento. Alan, que de haber sido libre, pudo parecer una versión tranquila del Jack Lemmon de "The apartment", probablemente se marchitará como el Fred McMurray de "There's always tomorrow".
Quedará Jenny, allá arriba en las tablas, renacida. Y parecerá invicta, hasta que un día deje de girar la rueda.