En el estreno de la colaboración de Mi Pediatra Online le he pedido que hablara de un tema que preocupa a muchos padres: esos niños que están tan delgados que les podemos contar las costillas sin necesidad de una radiografía. Sé bien de lo que hablo porque tengo uno en casa: Mayor, a sus 3 años y 5 meses no pesa ni 13.500 kg. Inevitablemente surgen algunas preguntas: ¿Debemos preocuparnos? ¿Hacemos caso de lo que nos dicen muchas abuelas y les embuchamos la comida como sea?. Eso es lo que nos explica Jesús Garrido García al respecto:
Hay niños que son puro hueso y piel. Tengo experiencia directa en ellos. De hecho mi hijo ha sido siempre así. Ya era larguirucho cuando nació y con 5 años sigue siendo pura fibra.
Sé perfectamente lo que es mirarlo y contar las costillas.
Sin embargo es un niño activo, sano y con un muy buen desarrollo en todo. En todo menos esa capa que suele rellenarlos entre los huesos y la piel.
Hay que entender varias cosas cuando uno tiene un niño así:
- Él es así.
- Si está contento y es activo, es que está sano siendo así.
- No vas a conseguir que eso cambie sin hacer barbaridades.
- Algunos comen muy poco en comparación con otros niños, pero otros comen incluso mucho sin ganar peso. Si hay que estudiar a alguno es al que come mucho y no gana peso, aunque en la mayoría de los casos es simplemente porque no para y gasta todo lo que come. El mío es de los que comen poco.
¿Qué suelen hacer los padres ante esta situación y por qué no es conveniente hacerlo?
El problema fundamental de estos niños es que desencadena una serie de reacciones por parte de los padres que suelen ser perjudiciales.
La reacción más frecuente es intentar que el niño coma más.
El problema es que cuando un niño está comiendo lo que su cuerpo le pide, es difícil conseguir que coma más cantidad. No son tan raros, a nosotros nos pasaría igual.
La consecuencia suele ser que convertimos la comida en algo desagradable para el niño.
A la larga, lo normal no es que acabes comiendo mejor, sino peor.
Cuando los padres se preocupan en exceso de que su hijo coma más, empezamos a rodear a la comida de una serie de acciones que la alteran. Empezamos a entretener al niño para que coma, a hacer cesiones a cambio de que coma, a pelearnos con él para que coma… Todo eso empeora el problema. Ya que poco a poco, para el niño, la comida pasa a ser un medio para conseguir o expresar otras cosas. Se convierte en una moneda de cambio, en una forma de castigo o premio…
Yo suelo decir que “mezclar estómago, cabeza y corazón, complicación”.
La segunda reacción es empezar a modificar la dieta amoldándose a los deseos del niño.
Cuando pensamos que nuestro hijo come poco y vemos que hay alimentos que rechaza sistemáticamente y otros que acepta mejor, no es raro que poco a poco empecemos a ofrecerle con más frecuencia los segundos.
El resultado suele ser, que su dieta se vuelve cada vez más repetitiva y menos variada.
Al permitirle seleccionar la dieta en un intento de que coma más cantidad, lo que hacemos es que acabe teniendo una dieta “pobre”. Lo que sí es un problema real que acaba generando otros:
- Habitualmente, la dieta que el niño escoge es pobre en fibra, lo que favorece que aparezca el estreñimiento.
- Suele ser una dieta rica en azúcares, lo que a la larga propicia que el niño acabe teniendo lo que parecía imposible en él: Sobre-peso.
- Una dieta que si es la que el niño aprende a tener en sus primeros años, probablemente se mantenga el resto de su vida dando lugar a obesidad y problemas metabólicos (azúcar, colesterol…).
La tercera reacción es hacer conductas de compensación.
Como pienso que no ha comido bastante en la comida, le ofrecemos continuamente alimentos que sí acepta, aunque sólo los tome en pequeñas cantidades.
Lo más habitual es ofrecer bebidas azucaradas (zumos, batidos) u otros productos también ricos en azúcar (pan, galletas, chucherías…)
El problema es que cuando hacemos esto, el niño recibe continuamente cantidades pequeñas de azúcar. Es el azúcar lo que regula el hambre en los niños. De modo que al tomar azúcar todo el día, el niño no tiene nunca hambre. Cuando llegue la comida, si lo que hay le gusta, comerá. Si no le gusta, esperará a que le ofrezcan cualquier otra cosa que prefiera.
En la mayoría de los casos, los problemas que generamos los padres al intentar “curar” al niño delgado, son mucho peores que lo que para el niño supone ser delgado.
Mi consejo es, olvídate del peso, mira a tu hijo. Está sano, activo y es feliz. Pues tu única preocupación respecto a la comida debe ser ofrecerle una dieta sana y variada.
No dejes que “la cantidad” sea la responsable de una mala relación de tu hijo con la comida.
Mejor 5 cucharadas a gusto que 6 peleando. Pero a ser posible, que esas pocas cucharadas sean de comida sana y variada.