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El niño — «Hijo de la Gran Bretaña» (XII)

Publicado el 21 noviembre 2013 por Revista PrÓtesis @RevistaPROTESIS
El tipo que no cesaba, golpes y golpes, esquivaba, no es de cobardes huir
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El niño — «Hijo de la Gran Bretaña» (XII)
La primera mano la mía, la respuesta rápida y eléctrica, un hostión de bienvenida de categoría. ¡La madre que lo parió! Pensé. Qué piña. Esquivar y esquivar, lejos de ese cabrón. Un tipo ambicioso, insistía e insistía. Gritos desde mi esquina.
—¡Muévete Niño! ¡Que te mata!
Todo el público gritando como loco, la madre que los parió a todos, debían de ser su hermano o su primo o su puto vecino. Ya en la esquina.
—El tío es muy bueno, rápido y tiene pinta de que pega de verdad —asentí confirmando lo obvio.
—¡Qué cabrón el Felisuco! ¡Es una encerrona! —será para mí, pensé.
—Mueve la cabeza y cuando puedas al cuerpo, con fuerza —ideal, reflexioné.
El tipo que no cesaba, golpes y golpes, esquivaba, no es de cobardes huir, si me paraba me mataba. Soltaba manos, no le detenía, parecía blindado el cabrón. Cuando saqué las manos siempre insistía en golpear. Tuve suerte, esquivé por milímetros un derechazo muy fuerte y le impacté con el mío en el pómulo, el tipo retrocede dos milímetros e insistió de nuevo. Estaba acorazado.
De pronto me llegó una mano, larga, que parecía lejanísima, el golpe brutal, el ring se mueve, el pabellón gira, retrocedí un paso y él notó que me había dañado.
Esquivé y esquivé, golpes y saqué alguna mano, una al cuerpo maliciosa, creo que le hice daño pero el tipo parecía de acero. Pegaba como una mula. ¡Será cabrón!
—¡Lo has visto! —exclamó mi entrenador— Cuando saca su derecha es el momento, la suelta y queda con el mentón en el aire, ahí debes esquivar y contraatacar con tu derecha.
—Si me descubro me mata —aseguré.
—¡No hables, coño! ¡Respira! ¡Vigila su derecha, cuando la saque, contraataca! —Negué con la cabeza.
—Es tú única oportunidad, si no, te mata a palos.
¡Joder! Pensé, mierda de combate, mierda de ingleses, mierda de Liverpool. Todo por la Patri, me conjuré. Seguro que me estará viendo, sufriendo por mi salud. Por ella, aunque despierte en el vestuario.
El tipo se animó. Al tercer asalto, suponía que su fuerza habría descendido un poco, una mierda, su izquierda me impactó, menos mal que era la izquierda. El tipo era una mula, ¡qué fuerza! Golpeé para que no me golpease, le intenté frenar, saqué mi izquierda, el yap sobre su rostro. Bailaba y golpeaba, bailaba y golpeaba, cuando podía un uno dos, rápido, me animé. No era para tanto pensé, no era tan bueno. Me confié. 
Recibí lo esperado, un derechazo en toda la nariz, me acababa de presentar a todos sus antepasados, puño de hierro, que fuerza tenía el cabrón. Las piernas me temblaban, el tipo se animó, reaccioné, me moví, esquivé y lancé golpes. 
Me daba miedo su derecha, otra más y a lo mejor me tiraba. Giré hacia su izquierda, golpeé, golpeé y golpeé. El público rugía, el tipo se animó, le frené con una izquierda seca a la frente, insistía, otra izquierda y antes de que pueda darse cuenta una derecha descendente. Le detuve. Gritos en el pabellón.
—¡No te pongas a tiro de su derecha! —me gritaban desde mi esquina —¡No ves que tiene un martillo!
A ver cómo le explico ¡que soy yo quien siente los golpes!
—Cuando saque la derecha esquiva y contraataca, no tiene nada, el combate es para nosotros.
Vamos, me animé, a por él. Seguía igual, giraba hacia su izquierda, esquivé su derecha. Me acorraló, intentó presionar, de pronto percibí que retrocedía el hombro derecho ligeramente, cuando sacó el golpe ya tenía preparada la finta, esquivé y saqué mi derecha con convicción. 
¡Éxito total! 
Impactó sobre su mentón. 
Notó el golpe, se trastabilló.
Pensé en la Patri. Solté otro golpe, por ella, por los líos que siempre me buscaba, por el tonto del entrenador que gritaba como un energúmeno desde mi esquina, por la mierda de viaje, por mi manager que nos metió en esta encerrona, por el cabrón pelirrojo que tiene una derecha como un martillo, por la mierda de vida que llevaba, por las miles de oportunidades que nunca he tenido, por tantas cosas que cuando el resuello me faltaba el tipo seguía en pie y me miraba con temor. Le había abierto una ceja y le notaba francamente tocado.
Insistí, un último esfuerzo, de nuevo a pensar en la Patri, en su frase final. ¡Vete a la mierda! 
Mi derecha que entró recta en su guardia, le descompuso por completo, cayó. Me quedé mirándole con cierta pena, pensé en la Patri. 
Voy a mi esquina, el tipo se levantó. Era valiente.
—¡Machácalo! —gritan en mi esquina. 
El árbitro para el combate. Me abrazo a mi entrenador, era al único que conozco salvo al pelirrojo. 
—¡Qué grande eres, Niño! ¡Esta noche nos vamos de borrachera!
Sergio Torrijos
FINEl niño — «Hijo de la Gran Bretaña» (XII)

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