Lo decía Rodríguez Rivero en su último artículo para Babelia. La Semana Santa es ideal para ponerse al día con la inagotable lista de lecturas pendientes; para intentarlo, al menos. Como además una anda un tanto convaleciente y toca, de momento, tomárselo con calma, ha tenido más tiempo del acostumbrado para leer, leer y leer... y, como es de recibo, aquí vengo a darles cuenta de ello. Siguió a la ya reseñada Tren a Pakistán la muy hermosa y más que lírica El niño perdido de Thomas Wolfe, en la que desde distintas perspectivas -aquí la de su hermano menor, allá la de su hermana mayor, acullá la de su madre- se aborda el terrible tópico de la inmatura mors de Grove, hijo y hermano modelo por su madurez, ternura, inteligencia y laboriosidad, fallecido de tifus a la tierna edad de 12 años. La narrativa de Wolfe trasciende, eso sí, la actualización y concreción del tópico y, más allá de la terrible anécdota, ofrece párrafos y párrafos de belleza singular, un tanto densos, eso sí, preñados de eso que en las clases de crítica literaria que en el mundo están denominan epifanías.


Mención aparte merece la novela gráfica Café Budapest, del paisano Alfonso Zapico, que con algo de retraso leo merced a la insistencia de buena parte de mis compañeros. El trabajo de Zapico con el lapicero es ciertamente magnífico y la historia del joven violinista judío huido de la Hungría de posguerra al recién nacido Israel -de Guatemala a Guatapeor, vaya- engancha, sin duda. No obstante, desde aquí reconozco que, en mi opinión, este formato narrativo da lugar a historias por lo general un tanto planas. Pero vean, vean... Merece la pena.

Como también merece la pena, y aquí termino por hoy, el maravilloso documental que, bajo la dirección de Malik Bendjelloul, se ocupa del olvidado y maldito Sixto Rodríguez, desaparecido de la escena tras dos discos magníficos que nadie compró y, según cuentan, un espectacular suicidio sobre el escenario. Sí, hablamos de Searching for Sugar Man (2012), que todos Vds. deberían estar viendo ya si quieren descubrir a un músico soberbio y a un hombre de esos que reconcilian con el género humano y emocionarse con una historia que pone la piel de gallina y le planta a una una sonrisa de oreja a oreja. No se la pierdan, por favor.