A mi padre,
Hay quienes viven la intemperie, la incorporan a su existencia, como el caminante que ya no distingue de sí el peso de sus enseres. A veces sus voces bajan de la montaña y llegan a oídos del niño que oye a través del viento. Otras se abandonan con el último superviviente de naufragios y hundimientos, como las estrellas que dejan de ordenar y ya no vemos más allá.
Pero es ahí, en el fragor, cuando sentimos la primera vez con la que el fuego de la llama nos bautizó, y nos hizo responsables antes de que fuéramos capaces. Es ahí, en el fragor de la Nada, cuando oímos el murmullo de las grandes palabras y vemos de qué están tejidas todas las banderas.
El caso es que uno de aquellos habitantes, un niño que quiso guardar su amor para sí y amó secretamente, temiendo que la palabra se llevara para siempre el viento que ella portaba, se decidió por fin a reunirse con los suyos.
Y les abrazó.
FIN