Hace no mucho tiempo, en un lugar cercano, vivía un niño que no podía soñar. Cada noche, se metía en su cama, cerraba los ojos y caía preso en un profundo estado de inconsciencia en el que no había nada más que oscuridad. Pero no era una oscuridad tenebrosa, era solo una ausencia de imágenes que no se reproducían en su retina cuando dormía.
Cada mañana, en el colegio, sus amigos comentaban las cosas que habían creído ver en sueños: -“ Esta noche he soñado que vivía frente al mar, y ¡me pasaba el día entre las rocas cogiendo cangrejos!” - decía uno. -“Pues yo he volado en una nave espacial, he llegado hasta la luna y desde allí he enviado un mensaje a mi casa con un altavoz supersónico”- comentaba otro mientras devoraba su bocadillo en el patio del colegio.
El caso es que él no tenía nada que contar. A veces se inventaba historias para que el resto de niños no pensaran que era un bicho raro. Una vez, incluso llegó a incluirles a todos en una aventura a través del desierto, que mezclaba vaqueros, alienígenas y animales mitológicos. Todos en su grupo pensaban que era muy afortunado por tener unos sueños tan increibles y él sonreía orgulloso para no dejarles ver su preocupación.
Pero cada día volvía su peor pesadilla; suplicaba poder al fin soñar con una de esas maravillosas aventuras. Cerraba los ojos, los apretaba muy fuerte y se repetía para sí: “voy a soñar esta noche, seré un guerrero del espacio, ¡voy a conseguirlo al fin!”… Pero nada.
Un día, en clase de lengua, la profesora pidió que escribiesen una historia. Sin un tema concreto. Un relato que ellos mismos inventaran para presentarlo a un concurso entre escuelas. El ganador conseguiría un viaje a un remoto lugar lleno de paisajes extraordinarios y animales salvajes.
Entonces cogió un bolígrafo, apoyó el mentón sobre su puño izquierdo y cerró los ojos. Pensó: “¿y si gano?... ¿qué podré ver allí?”.
En ese momento una sucesión de imágenes a toda velocidad empezaron a pasar por sus ojos cerrados. Parecía estar viendo una película de cine, de esas que tanto le gustaban llenas de color, y efectos visuales. Con sonido envolvente y música de orquesta a todo volumen. Así que decidió volver a abrir los ojos y notó como una nebulosa con la imagen y el sonido seguía emborronando su visión, pero ahora podía percibir la hoja y el bolígrafo, por lo tanto podía escribir a la vez.
Durante un tiempo indeterminado que fue incapaz de medir, continuó escribiendo sin parar, sin tener que pensar demasiado en lo que ponía, dejando a su mano reproducir de lo que sus ojos y oidos eran testigos. Las líneas se apelotonaban y el espacio asignado resultaba insuficiente para plasmar sus visiones. La voz de la maestra apuntó el final de la clase a la vez que pedía a todos entregar sus papeles a la salida del aula.
Los días pasaron, las clases, los recreos, las noches sin sueños, y al fin, un día, la maestra de lengua vino a clase con el resultado del concurso. Al parecer había ganado un niño de un centro cercano con una historia de magos y caballeros andantes. Al acabar la lección, la profesora se acercó a nuestro decepcionado insomne y le dijo: “¿Sabes qué? Para mí has ganado tú. Tu historia se podía ver al leerla, tienes un don, ¿lo sabías? No lo dejes”
Esa noche, con los ojos abiertos, pensó en las palabras de su profesora y se vió sentado en su pupitre, escribiendo y sonriendo. Aquella vez fue la primera que soñó en toda su corta su vida, y desde entonces no ha dejado de hacerlo. Ni dormido ni despierto.
Fuente imagen: http://www.ugm.cl/instituto/instituto-de-educacion-imaginativa/la-imaginacion-como-herramienta-de-aprendizaje/