Revista Cultura y Ocio

El niño que no quiso llorar

Publicado el 20 febrero 2020 por Rubencastillo
El niño que no quiso llorar
Es verdad que el odio no requiere para desplegarse y ejercerse ninguna condición especial en la víctima salvo, quizá, su espíritu vulnerable: el saber que las gafas, el color de su piel, los kilos de más, el acento extranjero o la deformidad física que lo acompañan facilitan el desarrollo de la crueldad insensata. También es verdad que la inhibición o el silencio de quienes conocen o presencian el salvajismo del maltratador ayudan a fortalecer en él la sensación de impunidad.En el mundo de la enseñanza (colegios e institutos), este fenómeno lamentable que siempre ha existido, aunque no con la virulencia sádica que ahora permiten las redes sociales y los teléfonos móviles, recibe el nombre de acoso (me resisto a la palabra inglesa, innecesaria en nuestro idioma). Y Santiago es en esta novela de José Antonio Jiménez-Barbero la víctima elegida por Sergio, Susana, José Andrés y otros descerebrados, capitaneados por Nacho, como blanco de sus insultos, agresiones e intimidaciones. El chico, que vive en un entorno familiar muy delicado (un padre con problemas de alcoholismo y paro; una madre que tuvo que aceptar un trabajo precario para conseguir algo de dinero) y que carece de amigos que lo apoyen, tendrá que vérselas con esta desagradable situación sin más ayuda que la que le ofrece algún profesor bienintencionado y, sobre todo, su nueva amiga Lucía, recién llegada al colegio.Pero la espiral de violencia que cerca al chico no hará sino crecer: desde las burlas hasta la agresión física, desde la difusión de imágenes suyas en Internet hasta las chanzas telefónicas. Y los acosadores pronto se darán cuenta de que Santiago (tan firme en su resistencia) tiene un punto vulnerable: por ahí comenzarán ahora a atacarlo.Novela dura, incómoda, realista y virulenta, El niño que no quiso llorar nos lleva de la mano por terrenos pantanosos hacia los que habitualmente no dirigimos la mirada, porque su crudeza nos resulta desasosegante y nos muestra la zona en sombra de algunos de nuestros niños y adolescentes.

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