El poema fue hallado sobre una mesa, junto al cuerpo sin vida del poeta. Dice Maribel Parcerisas: «su versión definitiva estaba junto a varios borradores, entre periódicos, correspondencia y un esbozo de testamento a lápiz…». Fonollosa murió viviendo, murió con las botas puestas.
No a la transmigración en otra especie.
No a la post vida, ni en cielo ni en infierno.
No a que me absorba cualquier divinidad.
No a un más allá, ni aun siendo el paraíso
reservado a islamitas, con beldades
que un libro garantiza siempre vírgenes.
Porque ésos son los juegos para ingenuos
en que mi agnosticismo nunca apuesta.
Mi envite es al no ser. A lo seguro.
Rechaza otro existir, tras consumida
mi ración de este guiso indigerible.
Otra vez, no. Una vez ya es demasiado.
El No de Fonollosa