Revista Cultura y Ocio

El no tan extraño testamento de Alfonso I el batallador

Por Manu Perez @revistadehisto
Tiempo de lectura: 8 minutos

Alfonso Sánchez era el tercer hijo de Sancho, rey de Aragón y Pamplona. Estaba en cuarto lugar en la sucesión al trono, eso era tanto como decir que  sus probabilidades de reinar eran prácticamente nulas. Por delante tenía a un padre todavía joven, a su hermano Pedro, el heredero, que además estaba casado y tenía un hijo y a su hermano Fernando. Así que prácticamente liberado de sus deberes como infante, pensó que podía elegir su destino.

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Fue educado en el monasterio de San Pedro de Siresa por dos hermanos llegados de Francia mandados llamar por su madre Felicia de Roucy, totalmente imbuidos de los  ideales cruzados que dominaba entonces Europa: la liberación de Jerusalén y la lucha contra el Islam. Su ayo y maestro de armas, Lope Garcés, era también un antiguo cruzado que había estado en la toma de Jerusalén. No es  pues de extrañar que Alfonso creciera con el deseo de ser  cruzado y llegar un día  a luchar en Jerusalén.

El no tan extraño testamento de Alfonso I el batallador

Por otra parte la  educación recibida de los monjes de Siresa no podía ser otra que la de considerar a la mujer la raíz de todos los males. De la Virgen María para abajo no había mujer buena, excepto la propia madre; la  mujer era la serpiente del paraíso, la tentación que acababa con la fuerza de un hombre. Esa educación  y su deseo de vivir profundamente  sus ideales de cruzado justifican en parte  su misoginia como  única defensa ante las tentaciones  de la carne.

Muy pronto ingresó en el ejército del rey igual que su hermano Pedro. Los dos hermanos se llevaban bien y Alfonso era feliz como soldado. No deseaba otra cosa que vivir la vida itinerante que su padre y su hermano llevaban, hasta que pudiera marchar a Tierra Santa, si ese era el deseo de Dios.

Pero las cosas no sucedieron como se suponía que debían ocurrir: en la toma de Huesca su padre Sancho fue herido por una flecha y murió a los 51 años. Su hermano Fernando murió siendo un adolescente. Los hijos de Pedro también murieron en edades tempranas por una peste. Luego murió el rey Pedro con tan sólo 36 años y Alfonso, con 31 años, tuvo que hacerse cargo de un reino que nunca deseó.

Llevado de su espíritu cruzado, siguió la lucha que sus antecesores habían comenzado contra el Islam. Luchaba duramente para ganar un palmo de tierra y poco a poco, con mucho esfuerzo, su pequeño reino se iba agrandando. Sus fueros concedían a sus nuevos vasallos unas ventajas sociales que ya había comenzado a otorgarles  su padre y su hermano.

Seguía sin casarse,

“un guerrero debe vivir entre  guerreros, no entre mujeres”,

decía cuando le reprendían su soltería.  Y  es que realmente su vida trascurría  muy a menudo en los campamentos, rodeado de sus soldados y sus nobles, era una vida itinerante y sencilla.

Entonces el poderoso rey de Castilla, León  y Galicia se fijó en él. Los musulmanes habían matado a su hijo Sancho dejándole sin heredero, ahora sólo le  quedaba su hija  Urraca.  Pero una mujer no podía reinar, debía casarse antes, dijeron sus nobles, pensando en que alguno de ellos sería el elegido.

Pero el rey tenía claro que  no pensaba elegir a ninguno de ellos. Si elegía a un castellano los leoneses se enfadarían, si elegía un leonés se enfadarían los castellanos. Así que buscó fuera de sus tierras un rey guerrero  que pudiera defender sus reinos y le   ofreció  a Alfonso, rey de Aragón, la mano de su hija Urraca. Todo el mundo sabía que no había mejor guerrero que él en toda la península, por eso le llamaba” El batallador”

Urraca era un partido fabuloso, Alfonso VI no era rey sino emperador, porque tenía tres reinos: Galicia, León y Castilla y un  gran ejército que junto con el suyo,  le harían invencible frente al ejército musulmán. Alfonso no pudo resistir aquella tentación y aceptó casarse con Urraca. Pero aquellas “malhadadas bodas” fueron  una gran equivocación que lamentó más tarde.

Urraca tenía tres problemas : un hijo de su anterior marido, Raimundo de Borgoña, un amante castellano que esperaba casarse con ella y  llegar a ser rey y un genio bastante orgulloso, como correspondía a la heredera más rica de todos los reinos de España. Se negó a casarse con Alfonso, pero su padre  impuso su criterio, deseaba aquella boda porque Alfonso era el mejor guerrero que  podía encontrar.

Firmaron unas capitulaciones: él sería rey de Castilla y León y ella reina de Aragón y Pamplona, su hijo Alfonso sería el heredero. Pero si ambos tuvieran un hijo, Alfonso Raimundez, perdería todos sus derechos.

Aquello irritó a los nobles castellanos y leoneses y también al poderoso conde de Traba que tenía al príncipe bajo su cuidado.  Tampoco Urraca quería aquella boda, ella había elegido al conde Gómez, era su padre el que le había impuesto a Alfonso. Las disputas entre ellos comenzaron pronto  alimentadas por los nobles castellano-leoneses. Ambos tenían mal genio y estaban acostumbrados a  mandar y ser obedecidos sin rechistar. Su vida era un continuo pelearse y reconciliarse.

Los cristianos se enfrentaron entre ellos con gran contento de los musulmanes, aquel gran ejército de todos los reinos cristianos unido para luchar contra ellos nunca se materializó. Durante cinco amargos años  el rey tuvo que dedicar sus esfuerzos a una lucha fratricida y estéril, luego ambos se separaron y firmaron una tregua que hizo que el rey de Aragón pudiera volver a sus planes de conquista.

Para entonces el hijo de Urraca odiaba a su padrastro. Sus nobles le aseguraban que deseaba matarlo para quedarse con todo el reino. Su madre no hablaba mejor de  su ex-marido, se había enfrentado a él y había perdido. Los nobles castellano-leoneses veían que con sus fueros el pueblo ganaba unos derechos que ellos perdían. La orden de Cluny, que se había extendido por el norte protegida por la casa de Borgoña también veía peligrar sus concesiones. Así que lógicamente todos se unieron en su odio contra su padrastro.

Alfonso,  por su parte, tampoco mostraba ningún cariño por aquel chico al que sus nobles y el clero predisponían contra él. Cuando Urraca murió, pasó a ser rey con el nombre de Alfonso VII. La tregua se rompió y los problemas comenzaron nuevamente para desesperación del rey aragonés. Los  enfrentamientos entre los dos acabaron al firmarse  las Paces de Támara, gracias a la mediación de Gastón de Bearn y de su hermano Céntulo.

En aquel acuerdo Alfonso VII no sólo pedía que le fueran devueltas las plazas  sobre las que tenía derecho hereditario, también quería el título de  emperador que usaba Alfonso  y que él reclamaba como suyo ya que era de su abuelo, Alfonso accedió a todo. Aquel acuerdo le dejaba las manos libres para continuar su lucha contra el Islam. Pero no se fiaba de su hijastro, estaba seguro de que  en cuanto pudiera atacaría sus ciudades. Como así fue.

Alfonso volvió a su antiguo deseo de  luchar contra los infieles. Primero conquistaría  Zaragoza, luego avanzaría hacia  El Ándalus y lo conquistaría, esos eran sus planes y los de  su fiel amigo Gastón de Bearn, un antiguo  y valiente cruzado al que colmó de honores y tierras. Conquistó Zaragoza pero aunque hicieron una incursión y llegaron hasta  el corazón del Ándalus no pudieron conquistarlo.

Poco más tarde, mientras él sitiaba Bayona, Gastón  murió en el sitio de Valencia. Fue decapitado y su cabeza se  paseó por Granada clavada en la punta de una lanza antes de ser mandada al sultán de Marruecos en un caja de plata, conservada en alcanfor y sal.

Alfonso lloró sinceramente la muerte de su mejor amigo que  dejó en su testamento todas sus tierras de Zaragoza  que el rey le había otorgado a la Orden del Temple. Aquello era inusual y Alfonso le preguntó a su mujer si quería revocar el testamento. Pero Talesa  le dijo que  sus hijos tenían bastante con su vizcondado de Bearn, no quería problemas con la Iglesia. Volvió a sus batallas, para avanzar hacia Levante tenía que  dominar ambas márgenes del Ebro y para eso tenía que volver a tomar Fraga.

Pero antes tuvo otro enfrentamiento con su hijastro por la posesión de Castrogeriz. El solo pensamiento de que algún día el rey de Castilla y León pudiera heredar sus tierras le ponía furioso. Pero no había nada que hacer, no tenía herederos y su hermano Ramiro que se había dedicado a la vida religiosa era desde su nacimiento un lisiado, sufría de escoliosis, no podía montar a caballo ni había manejado jamás una espada. No podía ni deseaba ser un rey guerrero como Aragón necesitaba.

Si él moría, inmediatamente Alfonso VII reclamaría el reino como suyo y se lo anexionaría. Y la Iglesia le daría la razón porque eran los pactos firmados entre Urraca y él y era muy importante continuar la lucha contra el Islam. ¿Habría luchado toda su vida para que el hijo de Urraca, que no había hecho otra cosa  en su vida que darle quebraderos de cabeza se quedara  limpiamente con todo el fruto de su esfuerzo?

¡De ninguna manera! Pero tampoco sabía cómo evitarlo, los pactos firmados no tenían vuelta atrás. Entonces se acordó del testamento de Gastón.

Haría lo mismo , pero no dejaría el reino sólo al Temple como había hecho Gastón, sino a las tres órdenes de caballería: los hospitalarios, los templarios y los caballeros del Santo Sepulcro. Esto retrasaría un tiempo le ejecución del testamento, porque las tres órdenes se reunirían y discutirían la parte que sería adjudicada a cada una de ellas. Esto daría tiempo a sus nobles de encontrar la solución que él no llegaba a encontrar, pero mientras tanto el rey castellano no se atrevería a invadir sus tierras puesto que pertenecían a la iglesia.

Hizo su  testamento y obligó  por dos veces a sus nobles a acatarlo, aunque de sobras sabía que no era legal, ya que  las tierras patrimoniales  de la corona no podían ser regaladas, sólo las tierras ganadas al enemigo se podían ceder, pero si las hubiera separado hubiera existido el mismo problema: Alfonso de Castilla se hubiera quedado  con el antiguo reino de Aragón. Por eso dejó aquel extraño testamento. Él había hecho lo que había podido, el resto era la voluntad de Dios.

Tres años después murió tras su única derrota en Fraga.

Los nobles se reunieron en Jaca. Como había esperado no aceptaron su testamento y ocultaron su muerte durante un tiempo mientras buscaban frenéticamente un heredero.

Algunos nobles, entre ellos Pedro de Atarés, que pertenecía a la casa real aragonesa, aunque por una rama bastarda, presentaron su candidatura. Pero Pedro tenía un carácter orgullosos y soberbio y no hubo un acuerdo unánime entre los nobles. Como mal menor fueron a buscar a  su hermano Ramiro que se había escondido en el  monasterio de San Pedro de Tomeras y le ofrecieron la corona. Sólo sería  rey de Aragón, aseguraron al titubeante Ramiro. García Ramírez, un nieto del Cid Campeador al que Alfonso estimaba mucho y que le había salvado la vida en la batalla de Fraga, fue elegido rey de Navarra. De esa forma el reino de Navarra volvió a independizarse.

Desde luego que Alfonso VII  intentó hacer valer sus derechos y se apoderó de algunas ciudades, como Zaragoza, pero eso fue todo, la iglesia se opuso a sus demandas. El Temple, apoyado por la iglesia, también intentó que se cumpliera el testamento y a cambio obtuvo algunos castillos y tierras. Cuando la hija de Ramiro, Petronila, se casó con  el conde  Ramón Berenguer de Cataluña, que era un maestre del Temple, se zanjó la cuestión: el Temple era ahora, al menos nominalmente,  el heredero del reino de Aragón.

Pero Alfonso VII no cejaba en su idea de poseer Aragón y propuso a Ramiro una unión matrimonial:  él mismo o su hijo, se casarían con Petronila llegada su mayoría de edad.  Era una buena boda,  mucho mejor  ser la esposa de un rey que serlo de un simple conde y de esa forma  Castilla  se anexionaba Aragón.

Sin embargo sus embajadores siempre se volvieron a Castilla con las manos vacías: Ramiro nunca aceptó aquellas ventajosas propuestas para su hija, porque le parecieron una traición a las ideas de su hermano Alfonso. Alfonso el Batallador había evitado, con una jugada arriesgada y magistral, que el  rey castellano se anexionara su reino.

“En nombre del sumo e incomparable bien que es Dios…”

¿Fue en realidad tan extraño aquel testamento?

Autor: Níssim de Alonso para revistadehistoria.es

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Bibliografía:

  1. JERONIMO DE ZURITA. ANALES DE LA CORONA DE ARAGÓN.
  2. GRAN ENCICLOPEDIA ARAGONESA. GASTÓN DE BEARNE.
  3. JUAN DE MARIANA. HISTORIA DE ESPAÑA.

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