Querido Guillermo:
Llegaste de visita en los tiempos adversos de un país que se ha convertido en un mal cuento de la tierra, escrito en el estilo más grotesco posible. Venezuela, Guillermo, se nos volvió una broma oscura y pesada; somos, se puede decir, una nación tristemente alegre. Vale la paradoja para ejemplificar el país que visitas, y en el cual, supongo, de algún modo te sientes extranjero.
Como extranjera se te manifestó por primera vez la poesía, cuando escribiste los primeros versos en una lengua—el inglés—que en principio fue prestada y ahora, también supongo, ha quedado como tuya. Con ese afán de nombrar en aquella lengua, en principio ajena y ahora más próxima, te has propuesto traducir buena parte de la poesía de Ramos Sucre y Sánchez Peláez, y publicarla en Venepoetics. Como esta carta está compuesta de supuestos y de ideas preconcebidas—a partir de anteriores correspondencias—, me gustaría que la afirmaras o contravinieras; bien sabes lo necesario que es la contradicción para el hombre. También quisiera, Guillermo, que me contaras si un poeta que no escribe en su propia lengua puede considerarse un poeta autoexiliado.
Por otro lado, me daría gusto saber por qué Sánchez Peláez, por qué Ramos Sucre. De este último has dicho en tu cuenta de Twitter que tenía el propósito de desterritorializar el libro y, de ese modo, transformarlo en un espacio utópico. A partir de eso, te pregunto si esas ideas te han llevado a concebir tus propios textos de un modo distinto, tal vez como esa mezcla de estilos que notas en Ramos Sucre.
Te confieso que hace años tomé dos traducciones de Baudelaire y al descubrirlas tan distintas entre sí me sentí muy frustrada por no saber leer en francés, y dejé a Baudelaire de lado. Aprovecho esta anécdota para preguntarte: ¿una traducción poética siempre está condenada al fracaso?
Saludos y bienvenido a nuestro sórdido perfomance cotidiano,
Carolina
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Hola, Carolina:
Comienzo esta carta con José Antonio Ramos Sucre, mi obsesión bloguera de los últimos dos años. Pero hablar de Ramos Sucre significa hablar primero de Juan Sánchez Peláez. En su libro Mujeres recién bañadas (Mondadori, 2009), Carlos Ávila escribe: “Hace poco más de dos años escuché decir a Enrique Vila-Matas que uno de sus escritores favoritos es Kafka, y que a su vez los escritores favoritos de Kafka son también sus escritores favoritos. Una ajena reflexión, esa, que me hace pensar en que podría estar pasándome precisamente lo mismo con el propio Vila-Matas…” Llegué a Ramos Sucre por Sánchez Peláez.
En 1997, recién graduado de la universidad, estaba viviendo en Providence, Rhode Island, trabajando como librero. Fui a una pequeña feria de libros en español en donde un librero dominicano me vendió media docena de títulos de la desparecida Tierra de Gracia Editores, entre los cuales estaba el último libro de Sánchez Peláez, Aire sobre el aire. Los catorce poemas de este libro mágico me cambiaron la vida, como lector y escritor. La manera en que Sánchez Peláez se apropia del surrealismo para luego refinarlo y convertirlo en algo tan original, tan extraño, me sigue inspirando. Me acuerdo del impacto que tuvo el primer poema de ese libro, “Los viejos,” al leerlo esa tarde nublada y fría en Providence:
“(…)
tampoco duermen
ni están solos
sin embargo
hállanse siempre ahí
aguardan calmos
bebiendo leche de cabra
entre amplios
corredores
más arriba de los techos
en una aldea que
pertenece a la luna
o en un hotel de Liverpool
(…)”
La primera música que escuché, cuando era niño en Cambridge, Massachusetts, fue The Beatles. Tendría que incluir su White Album en mi lista de obras de arte esenciales. Entonces, para mí, ese “Liverpool” en el poema fue la llave que me abrió el mundo que existe en la obra de Sánchez Peláez. Me enamoré de su minimalismo, de su manera de ser un visionario que se burla de sí mismo, que entiende la poesía como un submundo, irrelevante y hermoso. También me animó su devoción a la poesía francesa, ya que Rimbaud, Césaire y Lautréamont fueron importantísimos para mí cuando empecé a leer y escribir poesía. Admiro el estilo directo que Sánchez Peláez fue construyendo a lo largo de sus siete libros, para llegar a esos nueve poemas inéditos tan hermosos en su Obra poética (Lumen, 2004).
Malena Sánchez Peláez me ha contado que Juan vio a Ramos Sucre una vez en la plaza Bolívar de Caracas, mientras caminaba con sus padres. Ellos le dijeron algo así como, “Ese señor allí es el poeta Ramos Sucre…” La anécdota de esa memoria de infancia me fascina. Quizás en algunos poemas de Sánchez Peláez se escucha la voz de Ramos Sucre, un tono triste o maravillado. Yo había leído algunos textos de Ramos Sucre a comienzos de los 2000, pero no tuvieron efecto en mí, no estaba preparado para entenderlos. Fue en 2008, cuando compré su Obra completa (Biblioteca Ayacucho, 1989) durante una visita a Caracas, que de repente entendí a Ramos Sucre. Estaba inquieto esa noche por razones personales y pensé que traduciendo algún poema de Ramos Sucre podría calmarme. El poema es “La amada” y esa traducción fue la primera de Ramos Sucre que publiqué en Venepoetics, en octubre de 2008. Tardé un año en tomar la decisión de traducir toda su obra y publicarla en mi blog, pero allí comenzó mi obsesión con su escritura.
En “La amada” encuentro algunos de los elementos que me fascinan de su obra: la manera en que mezcla la poesía y la narrativa para crear un género híbrido, el uso de imágenes sorprendentemente hermosas (“El sol permaneció, horas enteras, asomado sobre la raya del horizonte.”), y la idea de la poesía como un arte que se alimenta de talismanes (“Salí confortado de su presencia, llevando, por su mandamiento, una rama de cedro.”).
Mi relación con estos dos poetas es algo muy personal, ilógico. Por ejemplo, en recientes visitas a Venezuela, haciendo diligencias en el centro de Caracas, he caminado por las calles tratando de ver los residuos de lo que habrá visto Ramos Sucre en sus caminatas nocturnas, cuando intentaba ahuyentar el insomnio. Busqué las primeras ediciones de sus libros en la Biblioteca Nacional, y tuve la oportunidad de visitar la Casa Ramos Sucre en Cumaná y ver su tumba, gracias a Rubi Guerra. Fue muy emocionante para mí ver esas primeras ediciones y estar en algunos lugares por donde pasó Ramos Sucre. Creo que esos momentos me ayudarán en mi proyecto de traducir su obra, ya que para mí es importante no solo leer la obra de los poetas que traduzco sino también estar en los lugares en que vivieron, cuando sea posible. Creo en la poesía como un talismán, una forma de vida y no meramente algo que se escribe, aunque sé que esto podría ser un romanticismo.
Viví en Venezuela desde 1976 hasta 1982. Mi padre es caraqueño y mi madre una gringa de Connecticut. Se conocieron en Boston y por eso nací en los Estados Unidos. Cuando me fui de Venezuela no regresé hasta 1990 y desde entonces he tratado de visitarla cuando pueda. Desde 2007, varias circunstancias felices me han llevado a visitar el país frecuentemente, lo que me ha dado la oportunidad de ahondar mis investigaciones sobre algunos escritores venezolanos que me interesan. Mi Venezuela siempre ha sido Caracas y sus universos (amo a esa ciudad, aunque entiendo que en muchos aspectos es una urbe desastrosa). Así que mis impresiones de Venezuela son las de alguien con raíces en varios lugares, de algún modo un extranjero en todas partes.
La verdad es que no sé cuál es mi lengua materna. Aprendí los dos idiomas simultáneamente, mi padre me hablaba en español y mi madre en inglés. Desde el kinder hasta el segundo grado estudié en Venezuela. Repetí el segundo grado en los Estados Unidos porque no había aprendido a leer y escribir en inglés todavía. A los 11 años viví en México y después de un año regresé a Caracas con un acento mexicano. Mi acento hoy es caraqueño, pero se me olvidan muchas palabras cuando hablo. Me fascina la evolución de la lengua caraqueña: me acuerdo hace cinco años cuando conocí a unas chicas venezolanas en Boston y me di cuenta de que marica es el nuevo pana.
Me fui de Caracas a los 12 años y desde entonces ha sido un lugar que pienso y entiendo en inglés primero. Para mí, la traducción de algunos poetas venezolanos se relaciona con las traducciones que el nomadismo de mis padres impuso en mi vida. Quisiera escribir algún día sobre ellos y su mundo hippie, que terminó, como casi todas las utopías, desastrosamente, aunque ya he encontrado fragmentos de sus vidas en El bonche de Renato Rodríguez y Los detectives salvajes de Roberto Bolaño.
Sí creo que las traducciones están condenadas al fracaso, pero que no importa, que en una buena traducción sobreviven suficientes elementos del original. Y además, me encanta la idea de que la traducción es una reescritura del texto, y que en esa nueva versión pueden surgir interpretaciones inesperadas. Guillermo Sucre ha calificado a Ramos Sucre como un escritor que traducía fragmentos de autores clásicos (Shakespeare, Homero, Virgilio). Además, trabajó como traductor, y me parece que tenía la conciencia de que venía de otro lugar, un mundo que era y no era Cumaná, Carúpano y Caracas. Malena me ha contado que a Juan le gustaba leer distintas traducciones de poesía para comparar las versiones. Así que con ambos poetas tengo la suerte de que la traducción es un elemento que existe de alguna manera en su obra.
No puedo decir mucho sobre Venezuela hoy. Me parece un país demasiado violento, dividido, vanidoso y peligroso, tanto que me abruma. Y ahora me doy cuenta de que ni los venezolanos mismos entienden el país. No sé si este caos es un elemento específicamente venezolano, o si refleja una situación global. Pero sí amo a Venezuela, me identifico profundamente con personas y lugares de allí que son esenciales para mí. No entiendo a Venezuela para nada y usualmente me siento muy gringo cuando estoy allí. Pienso que esa sensación de extrañeza en relación con Venezuela me impulsa a investigar y traducir la obra de algunos poetas.
En cuanto a mi poesía, no creo que las traducciones hayan influido demasiado en mi estilo. Pero sí me han ayudado a conocer mis límites como poeta, a ser humilde y trabajar mucho. Ramos Sucre y Sánchez Peláez son poetas ambiciosos y mágicos que cambiaron la poesía venezolana con su obra. Cada uno marca una nueva forma de pensar y vivir la poesía. Entonces, la traducción de su obra me sirve como un aprendizaje que espero siga por mucho tiempo.
Un abrazo,
Guillermo
Ilustración: “Le Couple”, Max Ernst