Aproximadamente a partir del siglo XII aparece una forma de lectura nueva llamada la "escolástica". Este contexto coincide con el nacimiento de las primeras universidades que eran instituciones medievales orientadas al conocimiento ligado a la teología. La técnica escolástica renovó por completo la manera en la que se leía y entendía un texto, y perduró hasta finales de la Edad Media, justo antes de la llegada del Renacimiento.
Lo que la escolástica proponía era que los textos no solamente debían ser leídos sino también entendidos; que el conocimiento y la formación eran posibles a través de la lectura de los libros adecuados. La primera etapa de la lectura escolástica tenía como protagonistas a la fe y la razón, pero siempre la razón era la que se subordinaba a la fe: el aprendizaje estaba condicionado a los textos sagrados; sin embargo, el método escolástico fue teniendo cambios a lo largo de los años, hasta que en su última etapa se puede apreciar una separación total entre la fe y la razón, una distinción absoluta de la teología y la filosofía en cuanto a sus obvias diferencias.
De ahí en adelante, un libro no se abordaba de cualquier manera. [...] Era preciso que el lector pudiese encontrar con facilidad lo que buscaba en el libro, sin tener que hojear las páginas. Para responder a esa exigencia, se empezó por establecer divisiones, a marcar los párrafos, a dar títulos a los diferentes capítulos, y a establecer concordancias, índices de contenido y alfabéticos que facilitasen la consulta rápida de una obra y la localización de la documentación necesaria.[1]
La lectura se convierte en un proceso organizado más que en un acto deliberado. La organización del texto, la estructura gramatical y el sentido sintáctico del contenido pasan a ser algo fundamental para comprender lo que se lee. La necesidad de acceder al conocimiento era cada vez mayor y las limitaciones para lograrlo empezaban a disminuir, aunque se trató de un proceso lento que convivió durante mucho tiempo con la fe que era el principal elemento del Medioevo.
Uno de los momentos fundamentales de la época escolástica medieval fue el surgimiento de los lectores de Aristóteles, a finales del siglo XII y durante todo el siglo XIII. Aunque los sacerdotes y los defensores de la escolástica ligada a la fe se empeñaron en no traducir por completo a Aristóteles, sino más bien en divulgar partes estratégicas para que los lectores tuviesen información sesgada, la llegada de Guillermo de Ockham cambió todo: este fue un prolífico traductor medieval que traducía textos del griego al latín, fue él quien tradujo a Aristóteles y quien puso en tensión a la fe en la doctrina escolástica. Con Guillermo de Ockham comienza la separación -o al menos la contraposición- entre filosofía y teología.
El personaje de Guillermo de Ockham es explorado en la película El nombre de la rosa (1986), basada en el libro homónimo del escritor italiano Umberto Eco (1932-2016). El protagonista de la película se llama Guillermo de Baskerville -claramente basado en Guillermo de Ockham y en referencia al libro El perro de los Baskerville, de Arthur Conan Doyle-. Guillermo de Baskerville es un fraile franciscano que es contratado para investigar la muerte de un monje de la abadía de la Orden de San Benito, en el siglo XIV; durante su trayecto, de Bakerville investiga la abadía, sus costumbres y, sobre todo, su tradición de conocimiento queda en evidencia: los monjes ocultaban libros que eran considerados prohibidos, paganos y herejes. Uno de los que se guardaba con mayor recelo era la Poética, de Aristóteles. Es aquí que nace el interés del protagonista por develar la información contenida en los libros y liberar el conocimiento. La película trata todo el tiempo el modelo escolástico, sus cambios y mutaciones y, sobre todo, la relación entre fe y razón que se fragmenta de a poco.Esta experiencia es muy similar a la que vivió Guillermo de Ockham durante su esfuerzo por traducir y difundir los textos de Aristóteles. La escolástica fue un modelo de lectura y acceso al conocimiento que no se mantuvo intacto, sino que mutó hasta que ya no pudo hacerlo más. El conocimiento, considerado hereje, fue liberado de manera paulatina; así como Guillermo de Ockham, los lectores e investigadores tenían cada vez un empeño mayor en conocer lo que les había sido negado hasta entonces, y es así que la razón poco a poco deja de estar subordinada a la fe o, al menos, comienzan a poder ser pensadas de manera separada.
[1] Hamesse, Jacqueline. "El modelo escolástico de la lectura" en Historia de la lectura en el mundo occidental, p. 182.