Hay personas, personajes ya, que la historia registra como honra y prez de la humanidad. Así Platón, Homero, Jesucristo, Francisco de Asís, Cristóbal Colón, Gandhi, etc., etc., etc. Pero la historia, como mujer que es, también tiene sus veleidades y ha olvidado, quién sabe por qué, otros muchos nombres de tanta o mayor valía que los mencionados. Nada se sabe del inventor del fuego, mitologías aparte, o del de la rueda, por citar dos ejemplos de injusticia rayana en la crueldad.
Hoy, quiero rendir un homenaje, humilde, cierto es, pero sentido, a uno de estos personajes olvidados. Quiero rendir mi humilde y sentido homenaje a la persona, para mí personaje por antonomasia, que con un criterio portentoso se dedicó en el pasado a nombrar a las cosas, es decir, a ponerles nombre.
Dejando a un lado el hecho en sí de nombrar a las cosas, que por sí sólo merece el mayor de los reconocimientos, quiero destacar el grado de pericia demostrado, diría incluso el virtuosismo, pues no se puede ser más preciso de lo que lo fue este desconocido genio al designar cada cosa con su nombre.
Veamos algunos ejemplos, que por cuestión de espacio habrán de ser pocos, pero significativos, y que a pesar de mi torpe habilidad, espero que sirvan para demostrar lo que digo:
SILLA.- Sólo a un iluminado se le pudo ocurrir denominar así a este artilugio. El nombre, nada más, ya invita a sentarse.
JAMÓN.- De qué otra forma podría denominarse a este manjar. Con su sola pronunciación las papilas gustativas comienzan su trabajo.
PARALELEPÍPEDO .- Para mí, el colmo de la precisión. No se puede indicar mejor la extrema dificultad de la geometría. ¡Chapó!
Y así con cada una de las cosas que nombró. Cierto que tuvo sus fallos, el mejor escribano echa un borrón, pero insignificantes al lado de los infinitos aciertos. Por fallo podemos entender, por ejemplo, que el femenino del caballo no sea la caballa, pero supongo que en aquellos tiempos y sin ordenador, sería muy difícil registrar todos los nombres dados y no se percató de que ya había asignado el nombre a un pez. Aun así, el error ¡qué paradoja! fue todo un acierto, pues el nombre de yegua cuadra de maravilla a la hembra del caballo. Así que no sería descabellado (descaballado hubiera sido un chiste fácil) pensar que no fue un error, sino una hermosa y genial excepción.
Por supuesto que todo lo dicho, se refiere única y exclusivamente al “nombrador” en lengua castellana o española, pues en otros idiomas, por lo poco que sé, son muchos más los errores que los aciertos, de ahí la dificultad en aprenderlos. A quién se le ocurre llamar fenêtre a una ventana, cierto que defenestrar queda más bonito que “deventanar”, pero eso sólo indica la habilidad del nombrador español, que no duda en encontar la mejor solución allá donde queira que ésta se encuentre. O la ocurrencia de llamar chair a lo que se ve a lo lejos que es una silla. O llamar table a una mesa, que vale, que la mayoría son de tabla, pero hay que tener visión de futuro y darse cuenta de que más adelante se podrán hacer con otros materiales.
Sería reconfortante, para el género humano, que los historiadores dedicaran su tiempo a investigar quien fue este personaje, para de esta forma poderle dar el lugar preeminente que sin duda merece. Mientras tanto:
¡Gloria a ti, oh sublime innominado!