Publicado por Nacho S
No cabe duda de que en la vieja Europa, muchos países no atraviesan su mejor momento. La austeridad, el desempleo y la subida de los impuestos a las clases medias y bajas han empobrecido a grandes sectores de la población mientras que vemos cómo los privilegiados conservan su posición sin despeinarse. Las medidas dictadas para proteger a bancos, casta política y grandes fortunas han salvaguardado los intereses de estos por ahora.
El nuevo enemigo a batir es esa indignación de unas clases sociales que han visto recortados sus derechos, sus oportunidades y su capital por una clase política manejada desde arriba. Una indignación que, bien focalizada y unida, puede echar del poder a los que nos han llevado hasta aquí.
En la mayoría de los países más azotados por la crisis, a pesar de significativos avances en la ultraderecha, la indignación ha alimentado el crecimiento de partidos de izquierda sobre todo. Incluso en Portugal, uno de los países más exprimidos por el establishment y que parecía aletargado y resignado. Mención particular para el caso de España, donde la ultraderecha sigue fichando a favor del Partido Popular fielmente tras décadas de democracia y donde, por ahora, no hay ningún partido de extrema derecha con la más mínima fuerza.
Atacar a los partidos más izquierdistas es fácil. Esos partidos no dirigen las rotativas de Elmundo, ni de Elpais ni ABC, por tanto jamás vamos a leer nada bueno en la prensa más extendida sobre ellos. Las calumnias, injurias y más malintencionadas mentiras y manipulaciones se suceden día tras día.
Vejar a alguien de izquierdas es siempre más sencillo. Una persona de izquierdas no puede llevar nada de marca, ni nada caro, no puede irse de vacaciones, ni ponerse hasta el ojal de percebes en el mercado de Santiago. Una persona de izquierdas por muy famosa que sea, tiene que ir andando, en metro o si es posible en burro a su puesto de trabajo. Una persona de izquierdas no puede usar el humor negro. La derecha exige una pulcritud y una exquisita y comedida actitud a la persona de izquierdas, como diciendo: “si queréis saltaros la ética y la moral, veníos con nosotros”.
Ahora la nueva maniobra para atacar a estos movimientos es su caprichosa debilidad por empatizar con las personas que huyen de la barbarie de la guerra. No es nada infrecuente, y yo mismo he sido testigo recientemente al visionar las noticias de TVE cómo, intencionadamente, se mezclan las palabras “refugiado” e “inmigrante” sin el menor rigor.
La idea es muy peligrosa y ha calado profundamente en sociedades como la polaca, donde se han convocado manifestaciones, estimuladas por la llegada de refugiados y la ultraderecha, que se dirigen contra todos los inmigrantes. Ironías de la vida, Polonia es uno de los países del mundo que más inmigrantes envía fuera de sus fronteras, con más de 8 millones de inmigrantes en EEUU, y más de 2.5 millones entre Alemania, Francia y Reino Unido. Sin despreciar las comunidades polacas de Latinoamérica.
El ataque y la confusión es multidimensional: se puede hablar tanto de que nos quitan el trabajo, como de que atacan nuestros valores o como de que vienen andando desde Siria por los Balcanes y jugándose la vida en el Mediterráneo para atentar y unirse a células yihadistas en nuestros países.
Aclaro rápido para mentes afiladas: no os confundáis, estoy convencido de que entre los cientos de miles de refugiados algún terrorista se colará y afirmo igual de convencido que por menos de la mitad del precio que está pagando Francia por las bombas que está tirando masivamente en Raqqa y el despliegue militar que tiene hecho sobre el cielo y mar sirio, se puede investigar y hacer un seguimiento a las personas sospechosas que hayan sido repartidas por Europa.
Quiero hacer un llamamiento a todos los que nos leéis a que no toleremos esta confusión fríamente deliberada. A que luchemos en cada intento de enredo.
La batalla sobre la connotación negativa de la palabra inmigrante ahora mismo está perdida y de ello se aprovechan, aunque ese tema daría para otro artículo, por mucho que nuestros miles de jóvenes que friegan platos en Reino Unido sean el vivo ejemplo del colectivo.
Que no perdamos todo el sufrimiento y necesidad de ayuda que encierra la palabra refugiado.