Late tan fuerte que parece que quiere escaparse del pecho. Me encojo para evitarlo, lo encierro. Me duele, me asfixia. Me encojo todavía más, tan fuerte que empieza a doler todo lo que lo rodea. Duele, duele muchísimo.
Respiro, muy rápido, intento que se vaya, que desaparezca, pero duele y los recuerdos se amontonan.
Se va acabando el aire. Empiezo a marearme, me cuesta sujetarme. El suelo queda cada vez más cerca, el dolor es implacable, indomable. Sube lentamente hasta que se apodera de las sienes. No veo, todo tiembla, se mueve.
Respira, respira un poco más. Sólo un poco más. Deja de pensar. Se acabó.
Respira, la guerra acabó.
Respira, el objetivo es sobrevivir.
Relájate, deja de apretar los puños, levántate, el suelo no se mueve, abre los ojos, deja de apretar la mandíbula, respira por favor.
Nada de lo que me diga a mí misma surte efecto, duele, duele mucho. Lo recuerdos siguen aplastándome. Me arden las palmas de las manos, el corazón sigue latiendo a compás del dolor, las costillas ya no resisten más. Las piernas no quieren obedecerme.
Me molestan los ruidos, la luz me ciega. No comprendo nada de lo que me dicen. He olvidado respirar por un segundo. Nada sale natural.
Levántate.
Muévete.
Sobrevive.
Y cada vez me cuesta más convencerme a mí misma. El dolor es inhumano, inconmensurable.
El tiempo no cura, sólo pasa y me adormece.
Dormir, dormir ayuda, si duermes no hay que luchar, si duermes deja de doler, al menos hasta que los recuerdos te atrapan entre pesadillas.
Despierta.
Me despierto, la guerra no espera, no da treguas.
La guerra no acaba, te acaba.
No es mi turno, te lo aviso.
El objetivo de la guerra es sobrevivir.
Respira.
Te extraño.
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