Revista Libros
No nos vamos a engañar, “El oceáno al final del camino” no es la mejor novela de Neil Gaiman, ni siquiera hará falta dejar pasar el tiempo para que el texto termine de asentarse en los estantes y adquiera su propia personalidad. Pero sí late el imaginario de Gaiman tras cada palabra, y eso para los amantes de su literatura es suficiente. Como una dosis calmante, aunque la sustancia no sea de la mejor calidad (siempre comparando con otras obras del mismo autor) pero calma la ansiedad.
Gaiman, también en esta ocasión, se erige como el intermediario entre el “aquí” y el “allá” concediéndonos la gracia de asistir a acontecimientos de corte fantástico redactados con su ya habitual fluidez y plagados de conceptos preciosos que debíamos saber. Precisamente en estos días en los que celebro que un día aprendí a volar y no sé cómo explicarlo, leo entusiasmada que Gaiman va más allá y establece la forma de respirar debajo del agua y de aterrizar en el aire. La realidad, tal y como nos han enseñado a interpretarla con las puertas de la percepción cerradas, se desmorona según avanza esta novela, o más bien, se reinterpreta añadiendo elementos a la composición: mundos paralelos en los que las leyes naturales a las que estamos acostumbrados no ejercen ningún poder… lugares y existencias muy antiguas que sólo puede comprender la mente aún pura de un niño.
El componente mágico procede principalmente de tres mujeres (abuela, madre, hija) que viven en una granja y a las que sería demasiado obvio e incorrecto tildar de brujas. Como dice Gaiman en algún momento de la novela, no lo son, el término bruja no las define. Serían las Tres Edades personificadas en las Moiras (mitología griega; Parcas en la romana), puesto que no son diosas pero de alguna manera intervienen, y tienen mucho poder. Ellas son capaces de enfrentarse a los causantes de los extraños sucesos que agitan la paz de la pequeña localidad en la que está situada su enorme y decadente granja. Y un niño, ajeno a cualquier otro mundo maravilloso paralelo, será el protagonista de una historia que con el tiempo recordará o no recordará, o ambas cosas al mismo tiempo.
Precisamente lo que Gaiman establece es que todo puede suceder si sucede dentro de nuestra cabeza: es ahí dentro cuando de alguna manera todo toma forma, luego es real. ¿Por qué no puede caber el océano en un pequeño estanque de jardín? ¿Y quién asegura que nosotros no podemos volar sin alas? Esto es solo el principio.