A principios del siglo XIX, las corridas de toros estaban muy mal vistas. En 1818, el diario El Censor publicó una nota donde se decía que no era una diversión digna de un pueblo bien educado. Con el correr de los años, la fiesta taurina fue perdiendo adhesiones. Incluso hubo muchos gauchos que se negaban a participar ya que se quejaban de que sus caballos se enfrentaban al toro sin más protección que sus sillas de montar. La última corrida se realizó el 10 de enero de 1819 y, al día siguiente, comenzó la demolición de la plaza de toros; con sus ladrillos se construyeron barracones.
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Una diversión que gozó de gran popularidad fueron las riñas de gallos. Se utilizaba un pequeño corral, alrededor del cual se situaban los espectadores que apostaban grandes cantidades de dinero. Esta actividad requería de un permiso expedido por el Cabildo, el cual estipulaba el impuesto que el dueño del reñidero debería pagar mensualmente.
El ocio a principios del siglo XIX. Buenos Aires se divierte
Las carreras cuadreras se desarrollaban en terrenos llanos de entre doscientos y trescientos metros de largo, por lo cual la playa era un lugar predilecto, aunque también se utilizaban ciertas calles de la ciudad. El nombre de cuadreras proviene del hecho de que la competencia se efectuaba en cierta cantidad de cuadras, por lo general dos. Se congregaban muchas personas y se suscitaban grandes apuestas de dinero. Su práctica permaneció esencialmente igual hasta la segunda mitad del S. XIX cuando aparecieron los primeros hipódromos.
La carrera de sortija atraía un gran número de porteños que concurrían al evento haciendo gala de sus mejores ropas y adornos. El juego consistía en pasar al galope con un palo fino en la mano y ensartarlo en una sortija que pendía de un hilo a dos metros de altura. Usualmente se utilizaba un anillo de la pretendida del jinete; el caballo también servía para conquistar a las mujeres. Participaban miembros de todos los estamentos de la sociedad. Los pobres adornaban sus animales con cintas de colores; mientras que los acaudalados lo hacían con plata y oro.
Los juegos de azar estaban muy mal vistos y en agosto de 1816, el gobernador de Buenos Aires Juan Martín de Pueyrredón[1] emitió un decreto prohibiéndolos. Argumentaba el deseo del gobierno de terminar con este tipo de juegos ya que provocaban “excesos y vicios por los cuales se degradan los ciudadanos hasta perder su honor”. A los que incumpliesen la ley, se los multaría con altas sumas de dinero o se los enviaría a engrosar las filas del ejército. Si un militar era aprehendido en una casa de apuestas, corría peligro su carrera y sufría un mes de prisión, pena que se duplicaría en caso de reincidencia, además de ser dado de baja de forma deshonrosa y sin goce de sueldo.
Mismo destino tuvo la ruleta. En Febrero de 1820, la Gazeta publicó una disposición gubernamental en donde se resolvía proscribir la ruleta en toda la extensión de la provincia. Se dispusieron multas y se mandaron a quemar públicamente por mano del verdugo los útiles que sirvieran a este oficio.
Por último, una diversión muy popular fue la lotería. Esta no fue prohibida, sino que fue impulsada por las autoridades. Empleados públicos vendían los boletos a cien pesos cada uno, el comprador debía dar dos frases que servirían de seña y contraseña respectivamente, las mismas serían custodiadas por la policía hasta el momento del sorteo. Se jugaba en la puerta del Cabildo todos los lunes por la tarde y luego se publicaban los resultados en la Gazeta de Buenos Ayres. Lo más notable fue que el Intendente General enarboló la bandera del bien público para justificar la implantación de la lotería. Ya que gracias a la recaudación se podría asegurar el cumplimiento de la tarea policial: velar por el decoro público y la sanidad de los habitantes.
CONCLUSIONES
Las diversiones que estaban disponibles para la población fueron aquellas que sobrevivieron a las prohibiciones; es decir, por una parte, las carreras de caballo y de sortija, actividades que eran practicadas masivamente y que no presentaban ningún rasgo de barbarie ni de indignidad; por otra, las que estaban contempladas por la ley por razones de recaudación.
Por su parte, en los casos donde se suscitó una veda, se enarboló la bandera de la defensa de las buenas costumbres. La cuestión de percibir ganancias, entonces, fue lo que permitió la permanencia de la práctica tanto a las riñas de gallos como de la lotería, ambas actividades que, no casualmente, estaban estrechamente vinculadas con el Cabildo.
Autor: Facundo López Macché para revistadehistoria.es
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Bibliografía:
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- Cánepa, Luis, El Buenos Aires de Antaño en el cuarto centenario de su fundación (1536 – 1936), Buenos Aires, Talleres Gráficos Linari, 1936.
- Carretero, Andres M., El Gaucho Argentino, pasado y presente, Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
- Carretero, Andrés M.,Vida cotidiana en Buenos Aires, v.1, Buenos Aires, Planeta, 2000.
- Cicerchia, Ricardo, Historia de la vida privada en la Argentina, Buenos Aires, Troquel, 1999.
- Daireaux, Godofredo, Costumbres criollas, Buenos Aires, Biblioteca de la Nación, 1915.
- “Plaza de Mayo, escenario de la fundación” en Buenos Aires nos cuenta, N° 15, revista mensual, Buenos Aires, 22 de diciembre de 2003.
- Spinetto, Horacio J., “Tauromaquia porteña y la plaza del Retiro” en Hebe Clementi, Retiro, testigo de la diversidad, Buenos Aires, Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, 1998.
- Troncoso, Oscar [dir], “Juegos y diversiones en la Gran Aldea” en La vida de nuestro pueblo y su historia, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982.
- Uccello, Fabián, La pequeña aldea: vida cotidiana en Buenos Aires: 1800 – 1860, Buenos Aires, Eudeba, 1999.
- Wilde, Jose A., Buenos Aires desde 70 años atrás (1810 – 1880), Buenos Aires, Eudeba, 1960.
FUENTES
- Archivo General de la Nación, Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, t. VIII, Buenos Aires, 1931
- Archivo General de la Nación, Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, t. IX, Buenos Aires, 1934
- Caldcleugh, Alexander, Viajes por América del Sur, Buenos Aires, Solar, 1943.
- El Censor, Buenos Aires, Año 1818.
- La Gazeta de Buenos Ayres, Buenos Aires, Año 1814.
- La Gazeta de Buenos Ayres, Buenos Aires, Año 1816.
- La Gazeta de Buenos Ayres, Buenos Aires, Año 1817.
- La Gazeta de Buenos Ayres, Buenos Aires, Año 1820.
- La Gazeta de Buenos Ayres, Buenos Aires, Año 1821.
- Joseph Andrews en Buenos Aires visto por viajeros ingleses (1800 – 1825), Colección Buen Aire, Buenos Aires, Emecé, 1945.
- Robertson, J.P. y Robertson, W.P.,Cartas de Sudamérica, Buenos Aires, Emecé, 2000.
- Samuel High en Buenos Aires visto por viajeros ingleses 1800 – 1825, Buenos Aires, Emecé, 1945.
- Un Inglés, Cinco Años en Buenos Aires, Buenos Aires, Solar, Hachette, 1962.
- Vidal, Emeric Essex, Buenos Aires y Montevideo, Buenos Aires, Emecé, 1999.
[1] Juan Martín de Pueyrredón ocupó el cargo de Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata desde el 9 de julio de 1816 hasta el 9 de junio de 1819
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