Obra de juventud, el Octeto de Enesco constituye un verdadero reto: mantener una intensidad constante durante 40 minutos, elaborar una vasta estructura con un único aliento, acentuando así la arquitectura. Esta preocupación lo inscribe en la línea de los grandes constructores clásicos. Tal y como él mismo expresó:
«Me encontraba con un gran problema de construcción, al querer escribir el Octeto en cuatro movimientos, de manera que el conjunto formara un único gran movimiento de sonata, extremadamente ampliado».Para ello, no recurre tanto a la dinámica del desarrollo beethoveniano como a una estructuración en secuencias, multiplicando las yuxtaposiciones y las superposiciones de ideas musicales, hasta crear un tejido polifónico de una gran riqueza.