Jaime Salinas. Una conversación con Juan Cruz, Alfaguara.
Existe una diferencia entre la forma como se concibe el papel de un editor en los Estados Unidos y como se entiende en Hispanoamérica, la siguiente anécdota lo explica: “Onetti había andado a almorzar, invitado por Jaime. Había por allí una lámpara que le servía al editor para leer. Juan Carlos la elogio: ‘así ya se podrá leer bien…’, dijo. Cuando dejaban la casa Dolly y el escritor, Jaime entró a un cuarto y trajo consigo un paquete... dentro estaba la lámpara. Salinas era un editor, a todas horas, y sabía que era más importante la felicidad de un autor que la luz que hubiera sobre la mesa del que publicaba sus libros”. Un editor gringo escribe en la sombra, rehace, inventa. Un editor en nuestro medio soporta –en los dos sentidos– y pone a disposición.
Salinas fue el ejemplo del buen editor hispanoamericano y artífice discreto de momentos cumbres de la historia editorial en español durante el siglo XX. Participó activamente en Seix Barral y en la organización de los Premios Formentor, refundó la editorial Alianza en compañía de José Ortega Spottorno y luego la editorial Alfaguara, en donde editó, en compañía de Enric Satué, los libros del parco formato gris-morado que algunos alcanzamos a leer, poco a comprar y ahora añoramos, así como la colección de clásicos que se buscan con empeño bibliófilo. No se atribuyó Salinas sin embargo haber hecho aportes trascendentes a determinado autor o literatura, se vanagloriaba en cambio de haber logrado “que el libro fuera un objeto sobrio, digno, elegante y bonito…”, de conceder igual importancia al traductor que al autor y saber dirigirse a la “minoría civilizada” que garantiza la pervivencia de la cultura.
Leer esta entrevista, por tiempos oculta, permite conocer al editor que fingía simpleza y prefería “mover hilos desde la penumbra sin ser notado”.pfaLibélula Libros