Lanzo mis últimos dados por estrenar para hacer otro relato corto...
Había superado todas las pruebas de ese laberinto maldito y por fin estaba ante la última puerta, cerrada con un candado. Tras ella, sin duda se encontraba El Ojo Que Todo Lo Ve, el artefacto que le permitiría dominar el mundo.
El candado parecía bastante complejo y sin duda tenía alguna magia, pero no estaba de humor para intentar resolver otra prueba, así que se limitó a usar todos los hechizos de calor y fuego que tenía, hasta que este se fundió. Una vez destruido, pudo abrir la puerta y arrepentirse de lo que había hecho. Porque, en el grabado que había tras dicha puerta, se explicaba que el candado era El Ojo Que Todo Lo Ve y que su funcionamiento era tan simple como asomarse al orificio de la cerradura... siempre que estuviera intacto.
Enloqueció por la frustración y salió del centro del laberinto sin prestar atención al camino, por lo que acabó perdido irremediablemente y murió al caer en una de las trampas de ese lugar maldito. En cuanto su alma abandonó su cuerpo, los restos fundidos de El Ojo Que Todo Lo Ve volvieron a recomponerse y a colocarse en su lugar, a la espera de que alguien más digno llegase a él y descubriera lo que era antes de destruirlo para abrir una puerta que solo contenía sus instrucciones de uso.