Revista Viajes
Beatriz Benéitez. SantanderLos que leáis este blog con frecuencia ya sabréis que me gusta el orden. Cuando las cosas, las ideas, o las sensaciones están ordenadas es como si todo estuviera en su sitio. Por eso, a veces, tiendo a las clasificaciones. Una de las cosas que más me gusta es viajar. Cuando voy a algún lugar, suelo colocarlo en una de estas categorías: Los destinos que no me dicen nada y a los que no tengo intención de volver; los que me gustan pero que doy por ¨vistos¨, y a los que regresaría en cualquier momento. En el primer grupo está, por ejemplo, San José de Costa Rica. Que me perdonen sus habitantes -el país es seguro y tiene rincones espectaculares para quien disfrute en la naturaleza-, pero su capital no es lo que llamaría una ciudad especial. En el grupo de los destinos que me gustan pero a los que probablemente no volveré está, por ejemplo, Gran Caimán, una isla preciosa, playas, tortugas, tiendas de lujo y bancos, en los que no se puede abrir una cuenta si no vas con más de 50.00$. Los lugares a los que regresaría en este mismo momento son varios, pero hoy quiero hablar de Estambul, una ciudad mágica, con olor a especias y en la que el sonido de la llamada a la oración de los imanes te acompaña de la mañana a la noche. Dos continentes, dos mundos en una misma ciudad, en la que todo y todos tienen cabida. Hay lugares para pasear, para ver, para divertirse, para comer muy bien, para tomar te y, por supuesto, para comprar. Pasear por sus calles o sentarse en un café y ver pasar a la gente es entretenido y moverte por la ciudad es cómodo, porque un tranvía recorre los barrios principales (cuidado con las carteras en el tranvía). Hay centenares de lugares para visitar, pero algunos son cita obligada: la Mezquita Azul con sus seis minaretes y Santa Sófía, ambas en la plaza de Sultanahmet; las termas, a un paso de ambos templos y, sobre todo, los palacios. Topkapi (S XV), entre el cuerno de oro y el Mar de Mármara, es inmenso y tiene dos cosas inigualables: una colección de joyas de quitar el hipo y espectaculares vistas al Bósforo. El Dolmabache, mucho más moderno (mediados del XIX) está tan bien conservado, que casi parece que aún viven allí: Entre otras cosas, las lámparas y candelabros de cristal de Bohemia y Bacarat son sencillamente espectaculares. En ambos recintos puede visitarse también el palacio de las mujeres: El harem. Si vais, no dejéis de hacerlo.Comer bien en Estambul es fácil: en el Puerto, en el Puente Gálata, en la Plaza Taskim o en el pasaje de las Flores hay cientos de restaurantes en los que cenar. Para comer, puede servir un kebab o una pizza turca en cualquiera de los miles de puestos que hay por la ciudad o dentro del Gran Bazar. La noche: desde modernísimas discotecas hasta teterías con preciosas terrazas, donde se puede fumar una shisha de manzana. Pero si algo se puede hacer en Estambul es comprar -un consejo: cuidado con el sobrepeso del equipaje a la vuelta-. Más de 4.500 tiendas en el Gran Bazar, en el que es facilísimo perderse y en el que tendréis que tener paciencia con el regateo, comerciantes ambulantes por toda la ciudad, y el Mercado de las Especias, en el que también se pueden adquirir preciosas esponjas naturales y caviar. Para mí, el lugar más especial de todo Estambul. Por sus sonidos, por sus colores y por el olor a especias que te acompaña incluso cuando hace tiempo que te has marchado de la ciudad. Estambul, sin duda un lugar para volver.