Revista Ciencia
A la edad de 27 años, el sacerdote Gregorio Mendel intentó acceder al cuerpo de profesores de la Universidad de Viena, pero suspendió el examen que lo habilitaba para ello. En ese momento, pudo haber decidido abandonar el camino de la enseñanza para dedicarse por entero a los menesteres reservados a los frailes agustinos, pero en lugar de eso decidió no arrojar la toalla. En vez de elegir el camino más cómodo, prefirió matricularse en la Universidad Imperial de Viena para estudiar Física, Química, Botánica y Matemáticas. No tardó mucho en destacar, y apenas dos años después era él mismo quien se encontraba dando clases a los demás. Pero no sería este hecho el que le haría pasar a la historia. Lo que inmortalizó al padre agustino Mendel fueron sus ensayos con unos guisantes para elaborar una serie de Leyes Fundamentales sobre la transmisión de la herencia genética.En realidad, inicialmente Mendel no las llamó así. Él nunca pretendió establecer unas de las reglas más importantes en la historia de la Ciencia. Es más, Mendel llegó a morir sin ser verdaderamente consciente de la importancia de sus descubrimientos. Él lo único que pretendió fue llevar a cabo un pequeño estudio sobre la hibridación de plantas. De hecho, fue así como presentó sus resultados en una reunión que tuvo lugar a principios del año 1865 en la Sociedad de Historia Natural de Brno, y en los que la repercusión de estos experimentos no fue excesivamente notoria.Tuvieron que pasar más de tres décadas, con Mendel ya fallecido, hasta que otros científicos volvieran a sus ensayos para universalizar sus resultados. Hoy en día sí que somos conscientes de la importancia capital que tienen las tres Leyes de Mendel, y reconocemos a este científico como uno de los más importantes de nuestra historia. Porque la sencillez de sus resultados alumbraron al mundo el nacimiento de una nueva ciencia que estaba gestándose: la Genética. Y es que, en efecto, como otras muchas grandes Leyes de la Ciencia, las de Mendel son sencillas en esencia. Lo que vienen a decir, básicamente, es que, por un lado, la herencia es transmitida desde una generación a la siguiente por elementos discretos, que son los genes; y, por otro lado, que las reglas matemáticas que rige esta herencia son muy claras y simples. Mendel no fue capaz de predecir el impacto de sus hallazgos. Por suerte, la Ciencia casi siempre acaba otorgando a cada uno el lugar que le corresponde, aunque sea a destiempo.