La polémica generada estos días sobre la instalación del campamento de las fiestas de Moros y Cristianos en Murcia me ha traído a la memoria a un grande del oficio. A Joaquín Soler Serrano me lo presentó un mediodía de septiembre el también periodista José Freixinós, en la terraza de la extinta cafetería Dublín, en plena Gran Vía murciana. Había venido a la ciudad que le vio nacer para pregonar esa entonces naciente fiesta en la Feria de la capital. Era mediada la década de los ochenta y el añorado cura Freixinós, siempre tan paternal conmigo, me propuso en ese mismo instante que presentara por la tarde al pregonero. Dicho y hecho. El acto se celebró en uno de los salones del hotel Siete Coronas y allí Soler Serrano destiló el verbo y la palabra como pocos serían capaces de hacer. Me reafirmé, a mis veintipocos años, en el concepto que de él tenía como hombre leído, culto y erudito.
Volví a verlo, pasados los años, ya en los noventa, en la recepción de un hotel de la Gran Vía madrileña en el que me hospedaba, al que llegó una noche, con su porte elegante y su estatura de delantero centro, buscando acomodo, con poco éxito, por cierto, ya que el establecimiento estaba al completo. En aquella ocasión no me atreví a saludarle, quizá por cierta timidez frente al que todavía consideraba uno de los grandes de la radio y la televisión.
Este mes de agosto se cumplió, sin demasiado ruido, el centenario de su nacimiento. Sus comienzos radiofónicos fueron en Barcelona, cuna durante tantos años de la mejor radio que se ha hecho en nuestro país. Fue en Radio Nacional, recién acabada la Guerra Civil. De allí saltó a Radio España, para trasladarse hasta Venezuela, en 1956, y trabajar durante un par de años en la incipiente televisión de aquel país. De regreso a España, se incorporó a Radio Barcelona, de la SER, donde emprendió sus recordadas campañas solidarias. Ya en 1960, desembarcó en TVE. Fue aquí donde Soler Serrano dejó un poso indeleble con su programa ‘A fondo’, una serie de formidables entrevistas realizadas entre 1976 y 1981. Por allí desfilaron escritores, cineastas, actores, músicos, científicos, deportistas… Para la posteridad han quedado las imprescindibles charlas con Juan Rulfo, Salvador Dalí, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Josep Pla, Atahualpa Yupanqui, Rafael Alberti, Chabuca Granda, Elia Kazan o Juan Manuel Fangio, entre otros muchos. Hoy, aún, constituye una delicia recuperarlas del archivo de RTVE o en la plataforma YouTube.
Soler Serrano, con su cadencia y brillantez, sabía crear el ambiente propicio durante unas entrevistas en las que, en estos tiempos nos llama poderosamente la atención, el invitado fumaba o bebía mientras charlaba. Tenía la virtud de preguntar ante una mesa con pulcra exactitud y, sobre todo, de dejar hablar y expresarse al entrevistado, algo que ahora tanto se echa en falta en algunos comunicadores reconvertidos más en fiscales que en periodistas.
Fue uno de los primeros que sacó la radio a la calle y siempre se mostró partidario de que la mejor improvisación era la que se preparaba. Acabó su trayectoria en RTVE pleiteando por su reincorporación, tras lo que lo pusieron a presentar un programa territorial en Madrid. Murió en 2010, a los 91 años, después de haber permanecido demasiado tiempo en el olvido, dejando tras de sí un impresionante bagaje profesional con cinco premios Ondas. No es de extrañar. Contaba el periodista y escritor Francisco González Ledesma que cuando en 1997 otro grande, Jorge Arandes, dio la noticia por teléfono a una radio de la muerte de otro prestigioso locutor, Federico Gallo, también estrechamente vinculado a esta tierra, un redactor jefe de la emisora, en la que el fallecido incluso había trabajado, le contestó: “¿Y quién era Federico Gallo?”. Es lo que suele pasar, transcurridos los años, con quien ha sido algo en este oficio, frente a los que ignoran quiénes fueron los pioneros y los maestros.
[‘La Verdad’ de Murcia. 3-9-2019]