Ascendió por las escaleras hasta que la luz del día comenzó a esbozar las siluetas de los edificios. Los tranvías seguían poblando la Puerta del Sol y los transeúntes olvidaban sus prisas para detenerse admirados al ver un automóvil. Aquello le recordó a Francisco. Aún podía ver su cara de asombro cuando casi lo atropellan allí mismo.
—¡Mira, Catalina! Ahí va un Hispano-Suiza Alfonso XIII —sonrió sin percatarse del peligro.
Se abrochó la chaqueta, se recolocó el sombrero y le ofreció el brazo. Pero, apenas avanzó unos pasos, las obras acapararon toda su atención. Se estiró tratando de vislumbrar algo tras la valla que rezaba “Compañía Metropolitano Alfonso XIII”.
—Pareciera que el rey nos persigue —se quejó Catalina.
—No hables así. Se rumorea que está enfermo.
Los dos callaron durante un rato y aquello puso en alerta a Catalina. Francisco era la persona más alegre y más habladora que conocía. Lo miró preocupada mientras apretaba su brazo. Y de repente, Francisco, le sonrió y comenzó con la tonada de siempre.
—Soldado de Nápoles que vas a la guerra, mi voz, recordándote, cantando te espera…
A su padre no le gustaba su pretendiente. Decía que sus ocurrencias eran más propias de un niño que de un joven que ya había cumplido los veintitrés y que a veces parecía un orate. Pero su madre se mostró encantada cuando consiguió cuatro butacas para ver La canción del olvido en el Teatro de la Zarzuela. Desde entonces, cuando iba a visitarla, saludaba con la debida formalidad a su padre, pero le canturreaba esa canción a su madre a la que ya le resultaba simpatiquísimo.
Catalina le tiró de la manga para que callara mientras la gente los miraba de soslayo.
—Encontraré una rondalla que le cante Soldado de Nápoles a doña Matilde —dijo entre risas aunque hablara en serio.
—No, no —le interrumpió Catalina —. Ya no me trae tan buenos recuerdos. No me gusta nada que a la fiebre de los tres días la llamen Soldado de Nápoles.
—Pues a mí me resulta divertido. ¿No le dicen también la enfermedad de moda? ¿Qué hay más de moda que el Soldado de Nápoles?
—Una misma enfermedad no puede tener tantos nombres.
—Quizá no sea la misma. ¡Bah! Los médicos nos confunden y la prensa nos alarma.
—Esto es cosa seria, Francisco. Medio Madrid ha enfermado.
—¿Seria una gripe a la que le atribuyen tantos nombres que ni nombre tiene en realidad? Figúrate que el rumor ha llegado hasta Londres. Diego me envió en su última carta un recorte de The Times en el que la llamaban gripe española. ¡Ya nos colgaron el sambenito los ingleses!
Catalina lo miró horrorizada pero Francisco no perdió su sonrisa.
—Comprende, querida mía, que ha de parecerme gracioso que aquí le cantemos: Soldado de Nápoles que vas a la guerra, mi voz…
Y su voz se ahogó en una tos áspera que interrumpió su tarareo. Cuando pudo volver a hablar, aún dijo que se encontraba perfectamente y volvió a sonreírle.
La fiebre de los tres días no duró tres días. Los remedios del doctor Hernández no surtían efecto, los vecinos los rehuían y doña Ana desesperaba. No les quedaba más que rezar juntas y observar desde lejos a un Francisco consumido en su cama.
El mundo tuvo que admitir que se enfrentaba a algo peor que aquella Gran Guerra que ya había acabado.
Catalina seguía en pie en las escaleras. ¡Maldito Soldado de Nápoles! La Puerta del Sol fue el último lugar que oyó la risa de Francisco. Apretó en su mano el billete del Metropolitano Alfonso XIII y contuvo las lágrimas. Ni siquiera pudo cumplir su anhelo de 15 céntimos y una vida. Una vida que no alcanzó para subir al ferrocarril subterráneo.
Ahora debía volver a pisar aquel lugar antes de enfrentar un destino completamente distinto al que había imaginado tres años antes. Sabía que Diego ya había pedido su mano y su madre la había aleccionado sobre tan buen partido.
Había llegado el momento de encarar un futuro sin su Francisco en un mundo que, tras la pérdida de millones de vidas, hacía un pacto de silencio ante el horror y callaba para olvidar.
—¿Queréis olvidar? El mañana se olvidará de nosotros y de la enfermedad de los mil nombres…
La Puerta del Sol fotografiada por la autora del relato.
Relato para el concurso de Zenda#HistoriasdelaHistoria