A corazón abierto. Así escribe el colombiano Héctor Abad Faciolince en El olvido que seremos. Un relato autobiográfico que permanecerá para siempre en el alma del que se adentre en él. Los sentimientos de un hijo hacia su padre son los principales protagonistas de esta historia dura de leer y supongo que terrible de escribir. Héctor nos narra, en un relato plagado de anécdotas que basculan entre la desesperación y la nostalgia, la historia de su padre, que fue asesinado en 1987 por los paramilitares colombianos. Aunque no sería hasta muchos años más tarde, en el 2006, cuando el autor se atreva a mirar atrás y hacer memoria. Médico implicado en la defensa de los más pobres y abanderado de la causa de la justicia social, murió y vivió por sus ideas. Padre idolatrado, dejó una herida abierta que su hijo ha convertido en una obra para el recuerdo.
Es un libro para sufrir, en ocasiones te arrastra hasta las lágrimas; sin embrago el drama se ofrece en pequeñas dosis, las justas, que te impide desengancharte. Una anécdota tras otra y el hilo del relato te lleva hasta el final: A la tragedia.
Se lee y se vive de un tirón. Sin tregua, sin pausa.
El autor nos abre su alma y nosotros miramos hacia ese abismo para encontrar un amor profundo e incondicional: el que une a un padre y a un hijo. Todos sabemos de que se trata, o deberíamos saberlo: un amor que es un verdadero tesoro que te acompañará a lo largo de toda la vida. La humildad de los sentimientos sinceros desprovistos de todo adorno. Sin artificio. Así nos los presenta Faciolince.
Su madre y sus hermanas, son los otros pilares de la narración. En ocasiones,su contrapunto.
Hector salva a su padre del olvido cruel y lo rescata para nosotros, pero también para él.
Soneto atribuido a Borges. “Ya somos el olvido que seremos. / El polvo elemental que nos ignora / y que fue el rojo Adán y que es ahora / todos los hombres y que no veremos. / Ya somos en la tumba las dos fechas/ del principio y del término, la caja, / la obscena corrupción y la mortaja, / los ritos de la muerte y las endechas. / No soy el insensato que se aferra/ al mágico sonido de su nombre; / pienso con esperanza en aquel hombre / que no sabrá que fui sobre la tierra. / Bajo el indiferente azul del cielo / esta meditación es un consuelo”.