Revista España
El retablo mayor del Oratorio de San Felipe Neri es una obra de estilo neoclásico, realizado poco después de la invasión francesa de la ciudad y sustituyó a otro antiguo de inspiración barroca. En el centro del mismo podemos ver un camarín con un crucificado copia del Cristo de la Clemencia de Martínez Montañés nacida de las manos de Ángel Iglesias en 1791. A sus pies nos encontramos con una dolorosa del siglo XVIII, posiblemente la antigua titular de la Hermandad de la Vera Cruz, que residió en el templo tras el derribo del Convento de San Francisco.
Pocos meses antes de consagrar la iglesia el 2 de julio de 1711 por el Iltmo. Sr. D. Pedro Francisco Levanto, Obispo Auxiliar de Sevilla, el Padre Juan Redeño, a la sazón Prepósito de la Congregación, y el "maestro arquitecto" Jerónimo Balbás, habían concertado el ensamblaje del retablo mayor de este templo oratoriano por 26.000 reales de vellón; pero su realización hubo de paralizarse, en vista de la subida de precio que por entonces experimentó la madera. El contrato, pues, sufrió un reajuste en su cuantía definitiva, cifrándose en un incremento de 8000 reales.
Fue entonces, el 1 de febrero de 1711, cuando se otorgó escritura pública en la que el maestro escultor Pedro Duque Cornejo aparecía ya como fiador de Balbás y como autor del programa escultórico del citado retablo. Esta colaboración laboral entre Balbás y Duque Cornejo obtuvo un inmejorable resultado visual y plástico, como fruto de la sintonía conceptual y estética de signo tardobarroco que mostraron ambos artistas. Ello había quedado refrendado en anteriores empresas comunes de considerable empeño, caso del colosal retablo mayor del Sagrario catedralicio (1705-1709) o el de la Capilla Sacramental de la parroquia de San Isidoro (1706-1708).
Duque Cornejo fue el artífice de todas las estatuas del altar mayor de San Felipe Neri, a excepción de la Virgen de los Dolores. Esta espléndida Dolorosa de candelero para vestir, arrodillada y con las manos entrelazadas, presidía dicho retablo como titular del templo. Esta obra debe vincularse a la gubia de algún miembro del taller Roldán, quien debió realizarla entre 1699 y 1715. En 1830, este retablo de Balbás y Duque Cornejo se trasladó al presbiterio del convento franciscano de San Antonio de Padua, que carecía de altar mayor desde la Invasión francesa.
No obstante, los filipenses conservaron de aquél un total de ocho esculturas, que se dispusieron en el nuevo retablo mayor neoclásico de orden corintio, labrado por Juan de Astorga en 1829: la mariana en el diáfano camarín del cuerpo principal; en el ático, la de San Felipe Neri entre sendas parejas de ángeles, alzada "en globo de nubes, entre ráfagas y dorados rayos"; en los intercolumnios del lado del Evangelio se ubicaron las de San Félix de Nola y Santa María Magdalena, mientras campeaban en el de la Epístola las de San Eusebio.
En los intercolumnios del lado del Evangelio se ubicaron las de San Félix de Nola y Santa María Magdalena, mientras campeaban en el de la Epístola las de San Eusebio y Santa Rosalía; por último, bajo los arcos laterales se exponían las de San Juan y San Valentín, presbíteros. Estos siete santos, según testimonio del filipense Cayetano Fernández, eran "obras del famoso Cornejo, constructor de la célebre sillería de la Catedral de Córdoba".
Esta máquina lignaria sufrió serios destrozos en 1843, como consecuencia de los bombardeos que infligieron a la ciudad las tropas del general Van-Halen. Por fortuna, las ya citadas efigies de la Dolorosa, San Felipe Neri, Santa María Magdalena y Santa Rosalía, lograron salvarse de tan infausta circunstancia y preservarse hasta nuestros días.
En 1865, la iglesia de San Felipe Neri fue presa de un voraz incendio; pocos años después, el Ayuntamiento revolucionario de 1868 decretaba la demolición de todo el conjunto oratoriano, siendo los padres filipenses desterrados a Gibraltar. Restablecida en Sevilla la Congregación, en 1875 se hizo cargo del culto de la iglesia de San Alberto, obteniéndola en propiedad el 30 de agosto de 1893 por rescripto pontificio del Papa León XIII. Fue por entonces cuando la Virgen de los Dolores pasó a ocupar el camarín de su altar mayor neoclásico, al tiempo que en los intercolumnios del cuerpo principal se situaron las tallas de Santa María Magdalena en lado del Evangelio y Santa Rosalía en lado de la Epístola.
La efigie de Santa María Magdalena, de 150 centímetros de alto, muestra en su composición, técnica y estilo mucho de los grafitos que caracterizan la producción de Duque Cornejo. Expresividad y dinamismo se conjugan en esta singular interpretación de la Santa penitente, aún sin alcanzar el grado magistral de la que realizara años después para la Cartuja de Granada.
La Magdalena de San Alberto de los filipenses se muestra erguida, rompiendo la frontalidad de la figura al reposar el pie derecho sobre una roca, con la consiguiente inflexión de la rodilla y el acusado giro del busto hacia la izquierda. La vehemencia de su rostro mortificado, enmarcado por una cabellera de largos mechones que descienden ondulantes, encuentra paridad en los movidos y profundos pliegues de su indumentaria, configurando una silueta de contorno ahusado. Los ojos, hundidos en las cuencas orbitales, se dirigen anhelantes a la desnuda cruz que originalmente portaba en la mano izquierda, al par que la diestra se contrae sobre el pecho, como signo de sincero arrepentimiento. La túnica y el manto están pródigamente estofados en oro con motivos vegetales y florales sobre fondo rojo.
El arqueamiento de la imagen de Santa Rosalía (mide 1,50 ms. de alto) se produce hacia la derecha, en actitud contrapuesta a la de la Magdalena, pues en este caso se optó por elevar el pie izquierdo. Su composición resulta en general más aplomada, de líneas más abiertas, como producto de no cruzar el manto por el frente de la figura, sino cayendo en cascada por el lado izquierdo, mientras que se recoge en el antebrazo derecho con abundante drapeado. La Santa palermitana, aunque comparte el carácter penitente y eremítico de la anterior, ha sido concebida por Duque Cornejo con menor acento dramático, abrazando una cruz hoy desaparecida. Real-mente suntuoso es el estofado del manto rojo y la túnica de tonalidad verde agua.
Por su parte, la escultura en madera policromada de San Felipe Neri (mide 1,70 ms. de alto) fue trasladada al convento de Santa Isabel, tras el establecimiento en dicho cenobio de la Congregación de Madres Filipenses Hijas de María Dolorosa, fundada en 1865 por el Padre Francisco Jerónimo García Tejero y la Venerable Madre Dolores Márquez Romero de Onoro. Allí es venerada en un retablo barroco, instalado en el lado del Evangelio del crucero. Duque Cornejo representó la Apoteosis de este Santo florentino, canonizado el 12 de mayo de 1622 junto con los españoles Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Francisco Javier e Isidro Labrador; de ahí que figure arrodillado sobre un cúmulo de nubes, con la cabeza alzada hacia los cielos, y los brazos abiertos describiendo una efectista diagonal.
Como sacerdote secular viste sotana y manteo negros, cuya aparente monotonía cromática queda eficazmente aliviada por un discreto estofado a base de rayas horizontales y espigadas; dicho manteo cae desplegado por la espalda, recogiéndose en banderola sobre el hombro izquierdo. El apasionado rostro de San Felipe, surcado de arrugas y ennoblecido por una barba corta y cana, parece reflejar su conocido lema "De excelso misit ignem in ossibus meis" ("Del cielo procede el fuego que anida en mis huesos").
Estas tres esculturas, que hasta ahora habían pasado prácticamente des-apercibidas para los historiadores del arte, vienen a engrosar el ya de por sí profuso catálogo de Pedro Duque Cornejo (1678-1757). Se encuentran entre las primeras obras conservadas de este artista sevillano, ejecutadas en 1711, cuando tenía 33 años.
Los filipenses deben añadirse a la nutrida nómina de congregaciones y órdenes religiosas que le hicieron encargos a lo largo de su dilatada trayectoria profesional, caso de los jesuitas, agustinos, hospitalarios de San Juan de Dios o cartujos.
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