Revista Cultura y Ocio

"EL ORGULLO DE UN VAMPIRO", un relato de terror y suspense

Por Hammerpain @Hammerpain1

screamingheretic.com


   Unos ojos brillantes observaban a Elise desde las profundidades de la niebla. De hecho llevaban observándola un buen rato, sin perder un sólo detalle de su hermoso rostro y su magnífica figura. Aquellos misteriosos ojos tenían un color muy extraño, como si un atardecer de verano fuera prendido por fuegos rojos y naranjas. La lascivia que desprendían era tan intensa que Elise parecía sentirla recorriendo todo su cuerpo. Cada pocos pasos miraba de reojo hacía atrás, como si buscara un fantasma que la estuviese siguiendo. De alguna forma percibía que alguien la observaba, una sensación que ya había conocido esa misma noche.
******************
     Eran casi las tres de la mañana y se encontraba tomando una copa en un concurrido bar en el centro de la ciudad. Estaba sola, era una chica introvertida que gustaba de su propia compañía y de perderse en sus propios pensamientos.  Muchas eran las miradas masculinas (e incluso femeninas) que la admiraban pues su belleza era tal que no podía pasar desapercibida. Con el pelo recogido en una coleta y sus gafas tenía toda la pinta de una cerebrito devoralibros, llevaba una chaqueta blanca sencilla, pantalones vaqueros y botas. Pero su rostro era como el de un ángel, su piel suave como la seda y su cuerpo sería la envidia de cualquier diosa.
   Entonces se percató de un desconocido que destacaba entre todos los que la observaban. Era increíblemente apuesto, los ojos anaranjados oscuros pero brillantes a la vez le daban un aire mágico. Tenía el pelo castaño y bien peinado, era alto, vestía una gabardina negra que ocultaba un elegante traje.
   La muchacha sintió el embriagante poder que despedían aquellos ojos y notaba como si pudiesen desnudar su alma. Se mostraba fascinada y desconfiada al mismo tiempo. Un grupo de gente pasó entonces delante de ella y cuando volvió a tener línea de visión con el sitio donde se encontraba el hombre, este ya no se encontraba allí. Lo buscó por todas partes pero había desaparecido. Un ligero sentimiento de decepción acudió a ella y bajó lentamente la cabeza con expresión contrariada.
     De pronto una mano se posó en su hombro con gran delicadeza.
   —No debes temerme florecilla...
   — ¿Perdón? —dijo ella volviéndose para ver quien le estaba hablando.
   —Sé que me temes y me deseas, lo he visto en tu mirada y en tu corazón, pero no te preocupes, no voy a hacerte ningún daño.
   La rodeó con pasos lentos y seguros y se sentó con ella en la mesa.
   — ¿Nos conocemos? —preguntó ella todavía anonadada.
   —Yo sí te conozco. Me tomarás por un loco pero tu mente no tiene secretos para mí —fue la misteriosa respuesta del desconocido.
   — ¿Cómo? ¿Acaso me está espiando? ¿Quién es usted? —Elise estaba empezando a ponerse algo nerviosa y a alzar la voz.
     —Te gusta hacer preguntas, ¿verdad querida?— le dijo mientras le acariciaba la mano.— Tranquilízate, mi nombre es Bernard y sólo estoy aquí de paso. Me encuentro solo al igual que tú, así que mi única intención es tener a alguien con quien charlar un poco.
   Esas palabras hicieron que Elise se calmara un poco y que sustituyera la desconfianza por el interés.
   —De acuerdo señor...
   —Bernard, por favor. Llámame Bernard.
   —Bernard —se corrigió—. Seguro que eres una persona muy interesante, no lo dudo, pero me encuentro un poco cansada y quiero irme a casa.
   —Muy bien, no quisiera que por mi culpa mañana te encontrases mal. Habrá otra ocasión para hablar y conocernos mejor. Mañana volveré por aquí a esta hora, si te parece.
   —Gracias por tu comprensión, eres un caballero — le dedicó una tímida sonrisa que él correspondió con otra.
   —Hasta mañana pues—. Bernard se levantó y dejó sobre la mesa el dinero que costaba la copa que se estaba tomando Elise.
   —No me has dicho tu nombre— le dijo mientras volvía a posar la mano sobre su hombro y acercaba su cara a la de ella.
   —E... Elise —tartamudeó la joven nerviosa por la proximidad del seductor Bernard.
   —Precioso. Volveremos a vernos Elise, no lo dudes —y con estas palabras desapareció entre el gentío.
     Elise se quedó mirando el lugar donde Bernard había estado hacía un momento mientras recordaba cada frase que le había dicho. Su voz era cautivadora y no había manera de sacarla de su cabeza. Tan absorta estaba que no se dio cuenta de que otro hombre se ponía delante de ella, pues creía que Elise le estaba sonriendo. Se disculpó educadamente con él y, tras terminar su copa y ponerse el abrigo, abandonó del bar.
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   No había la menor duda, la había visto por un momento, estaba segura. Una sombra siniestra escondida en una esquina... y lo que más la asustó, dos puntos de brillante color anaranjado que se habían esfumado al instante.
   Las calles estaban desiertas, ni siquiera pasaban coches. Sólo se oía el ruido de sus tacones mientras caminaba. Habían pasado dos horas aproximadamente desde que se fue del bar. Su casa se hallaba en un barrio apartado, lleno de pequeñas callejuelas que parecían formar un laberinto.
   Elise tarareaba una cancioncilla que había aprendido hacía ya tiempo y que le ayudaba a tranquilizarse normalmente, pero en esta ocasión no surtía mucho efecto pues parecía olvidarla en cuanto dos ojos sobrenaturales aparecían en su mente.
   En su mente... y también en la realidad. Otra vez los volvió a ver, esta vez acompañados de una blanca sonrisa.
   Aceleró el paso con signos de evidente preocupación. Mientras andaba pasó cerca de una pequeña iglesia que tenía un poco cuidado jardín con algunas lápidas. En el estado de tensión en el que estaba, donde muchas cosas se pasaban por su cabeza, se preguntó como sería estar allí, enterrada a merced de la tierra y los gusanos. Espantó aquel pensamiento como si se tratara de un mal sueño.
   ¡Pero otra vez estaban allí! Esta vez al lado de un árbol de aquel jardín. Parecía que se teleportaban, como si formaran parte de la oscuridad nocturna.
   Ahora ya no andaba. Corría desesperada y, aunque no era muy veloz, parecía que el miedo le daba fuerzas suplementarias. Tenía los ojos muy abiertos para no apartarse del camino que conducía a su casa a través de aquel laberíntico entramado de calles, pero la suerte se puso en su contra.
   Estaba tan nerviosa que se equivocó y fue a parar a un callejón que no tenía salida.
   —Creo que este no es el camino a tu casa florecilla —oyó a sus espaldas y se le cayó el alma a los pies. Intentando mantener la serenidad se volvió lentamente aparentando tener una tranquilidad que no tenía
   —Bernard... ¿qué haces aquí?
   —Un caballero siempre acompaña a su dama a casa por supuesto. Pero ¿por qué tienes tanta prisa? Al final acabarás perdiendo tu zapato de cristal y tendré que buscarte mañana como el príncipe a la cenicienta —soltó una carcajada—. ¿No decías que estabas tan cansada?
   —Es... es que yo...
   —Vamos ¿te ha comido la lengua el gato?
   —Mañana he quedado temprano con mi novio y...
   —No me mientas —su voz había cambiado, ahora era seca y desagradable—. No se te ocurra mentirme nunca. Quédate quieta ahí.
   Se acercó a ella con el semblante sombrío y ella empezó a retroceder como un cordero que ve acercarse al lobo.
   — ¡Te he dicho que te quedes quieta! —gritó él con unas voz cargada de amenaza.
   —Me estás asustando, ya basta. Has estado siguiéndome desde que salí del bar... ¿por qué?
   —Oh vamos, ¿en serio eres tan ingenua? —dijo mientras se relamía los labios.
   —No me toques, no quiero nada contigo, sólo de pensar en que me beses...
   —No quiero besarte, al menos no como tú te crees. No, yo quiero tu sangre querida, la sangre es lo más preciado que hay para mí. Seguro que la tuya será deliciosa —le mostró unos colmillos afilados como cuchillos —. Últimamente mis víctimas han sido platos decepcionantes, ¡pero una preciosidad como tú será un manjar de dioses!
   — ¡Estás loco, estás enfermo! Necesitas un psiquiatra —gritó Elise con angustiosa desesperación.
   Bernard actuó como si no la hubiera oído y continuo avanzando hacia ella abriendo sus recios brazos con gesto amoroso.
   — ¡Vete, por favor! ¡No me hagas daño!  —Elise rompió a llorar y sus llantos se perdieron en la inmensidad de la noche.
   —Oh, no voy a hacerte mucho daño pequeña florecilla. Sólo será un momento. Y si eres buena chica y te entregas a mí por propia voluntad igual considero convertirte en mi amante para que me acompañes en el viaje eterno por las tinieblas.
   Elise siguió dando pasos hacia atrás y notó como su espalda daba con una pared. Estaba atrapada. El vampiro ya se cernía sobre ella como un águila que está a punto de cazar su presa. Con calma fue acercando sus colmillos hacia el cuello de una Elise que se encontraba al borde del desmayo.
******************
   Pero sus dientes no hallaron otra cosa que la dura pared de cemento. Elise ya no estaba allí. Todo cuanto quedaba de ella era el perfume de su piel y los ecos de sus llantos que todavía podían oírse en el ambiente. El hombre se quedó mirando por un momento el muro que tenía delante e, inmediatamente, comenzó a girar la cabeza buscando a la hermosa joven que se había esfumado por arte de magia. No paraba de pestañear como si acabará de despertar de un sueño. 
   De repente los llantos fueron desapareciendo paulatinamente y dieron paso a unas dulces risas que iban cargadas de cruel burla. Bernard no podía saber cual era su origen, parecían provenir de todos sitios, tan pronto las notaba lejos como le parecía que surgían a su lado. Sus esfuerzos eran en vano, además apenas podía ver nada entre la oscuridad y la niebla que lo rodeaban. Un miedo y una furia incontenibles se apoderaron de él.
   — ¿Donde estás? ¡Sé que eres tú! ¿Cómo has podido desaparecer de esa forma, acaso tu belleza me ha hecho perder la cordura?
  Empezó a correr por el laberinto mientras volvía la cabeza hacia todos los lados buscando a Elise. Los nervios y la poca visibilidad le hacían tropezar y resbalarse mientras atravesaba las angostas calles. Las risas no paraban de acompañarle allí donde fuera.
   — ¡Te encontraré maldita zorra, y cuando lo haga, desearás no haber salido de las entrañas de tu madre! Nadie me toma el pelo a mí, el Señor de la Noche, el Amo de las Tineblas, el Depredador de...
   —Estúpido, tú no eres más que una patética criatura que juega a ser algo que escapa a su comprensión —la voz había surgido justo a la espalda de Bernard y este se detuvo de inmediato para volverse pero no vio nada. Reconoció por supuesto que era la voz de Elise pero ya no era apagada e insegura como antes  sino que rezumaba maldad y veneno.
   —Has caído en mi trampa. Soy una actriz excepcional, ¿verdad? —se regocijó—. Pagarás por tu vanidad y tus ofensas pero antes me divertiré un poco contigo —dijo Elise con una inocente risita que fue creciendo hasta convertirse casi en un chillido que por poco revienta los tímpanos de Bernard.
   — ¡Te haré tragar tus palabras! —gritó furioso mientras sacaba una navaja oculta en su gabardina y comenzaba a lanzar tajos a diestro y siniestro confiando en poder alcanzar a aquella maldita mujer o lo que quiera que fuese. Cada vez que oía una risa o un ruido atacaba inmediatamente hacia el lugar del que parecía haber salido pero no hacía otra cosa más que cortar la niebla.
   — ¿El todopoderoso Señor de la Noche no tiene más recursos que un triste pincho para acabar con su víctima?
  Bernard aumentó todavía más la rapidez y la violencia de sus ataques enfurecido por aquellas humillantes palabras. Y continuó golpeando una y otra vez intentando hacer pedazos a su invisible y escurridizo enemigo pero, conforme iban pasando los minutos, el cansancio se hizo evidente y las fuerzas de sus brazos comenzaron a desaparecer.
   —Vamos florecilla, ¿ya te estás cansando? ¿no ibas a hacerme tragar mis palabras? —susurró Elise al oído de Bernard.
   —No oses burlarte de mi poder puta...
   — ¿Poder? —ahora la voz venía de mucho más lejos —. No me hagas reír, pobre idiota chiflado. ¿Poder dices? ¡Te enseñaré lo que es el verdadero poder de la oscuridad!
   De pronto una enorme caja de madera emergió de entre la niebla volando en dirección a Bernard. Intentó esquivarla pero en el estado de cansancio en que se encontraba apenas pudo apartarse ligeramente y la caja impactó con fuerza en su brazo haciéndole perder ligeramente el equilibrio. Apenas dos segundos después de eso otro objeto chocó contra su espalda y, a continuación, un bidón que iba rodando por el suelo a toda velocidad le golpeó en las piernas y le hizo caer de mala manera al suelo. Sintió como un dedo de la mano se le rompía al chocar con la acera pero la adrenalina le hizo ignorar aquel contratiempo ya que su vida estaba en serio peligro. Y era muy cierto, ya que el bidón que lo había derribado volvía ahora rápidamente a por él para completar el trabajo, de modo que sacó fuerzas de donde no tenía, se puso de pie y echó a correr presa del pánico.
   —Supongo que el Señor de la Noche puede ver en la oscuridad ¿verdad?
   De súbito las luces de las farolas se apagaron y Bernard, que corría echando espuma por la boca, dejó de contar con la escasa visibilidad que tenía. Las calles se habían convertido en túneles oscuros donde sólo veía formas y siluetas recortándose contra la niebla. No le quedó más remedio que intentar guiarse con las manos a la vez que corría pero esto obviamente era una tarea extremadamente difícil, de modo que empezó a chocar y trastabillarse hasta que finalmente se dio de frente contra una pared y cayó al suelo.
   —Pues no, parece que no ve muy bien —se burló Elise entre malignas risas.
   Bernard se encontraba aturdido en el suelo y veía todo borroso debido al golpe que se había dado. No podría asegurarlo pero le pareció ver por un momento una esbelta silueta situada enfrente suyo, una silueta que conocía bien. A duras penas comenzó a incorporarse apoyándose en la pared. Entonces sintió como una pequeña y gélida mano le sujetaba por el hombro con una fuerza inimaginable mientras otra mano con unas afiladas uñas acariciaba su mejilla.
   Elise ya no tenía coleta, ni gafas... se había despojado de toda su falsa apariencia. Ahora lucía el pelo suelto,  rubio y negro a la vez, con deslumbrantes ojos de color verde azulado y unos labios rojos que resaltaban en su pálida cara. Su expresión seguía siendo dulce pero la timidez había dejado paso a una altiva malignidad.
   —Ah ah, no te vayas todavía, ¿acaso quieres que me quede sin cenar hoy?
   Bernard sintió que se le helaban los huesos y se quedo petrificado de terror. Lentamente Elise le rodeó con sus delgados brazos y acercó sus labios hacia el cuello del desdichado.
   —Veamos si tienes buen sabor al menos —dijo mientras pasaba su lengua juguetonamente por la base del cuello de Bernard.
   Un alarido estremecedor resonó por las callejuelas cuando Bernard sintió como unos colmillos puntiagudos penetraban su garganta mientras las uñas de la vampiresa se clavaban en su cuerpo. La sangre salía a borbotones y era frenéticamente tragada por Elise que se deleitaba con sumo placer.
   Cuando por fin se sintió saciada apartó su boca de la terrible herida y se relamió los labios que estaban llenos de sangre todavía. Las piernas de Bernard eran incapaces de sostenerlo y habría caído al suelo de no ser porque Elise le sujetó simplemente poniendo un dedo en la base de su barbilla.
   —Vaya, la verdad es que hoy no es tu día ¿verdad? —dijo mientras le dedicaba una sonrisa carmesí —. Bueno, al menos no tenías mal sabor después de todo.
   —Asquerosa zorr... —comenzó a balbucear Bernard pero Elise le puso un dedo en los labios para hacerle callar.
   —Chisss, vamos, no seas tan desagradable, con lo educado que has sido en el bar. Ahora que ya hemos intimado, deberías hablarme con más dulzura...
   — ¡Te mataré!
   Con las últimas fuerzas que le quedaban Bernard intentó dar un puñetazo a Elise pero falló, aunque le arañó la cara con su reloj provocándole una pequeña herida que se cerró a los pocos segundos.
   — ¡Ya estoy muerta imbécil! —gritó con una voz inhumana mientras sus ojos adquirían un color rojo que brillaba como el fuego del infierno —. Te arrepentirás de lo que acabas de hacer, créeme.
   La mano de Elise, que ahora parecía haber crecido en tamaño se cerró sobre el cuello de Bernard y lo elevó en el aire como si fuera un pelele. Las uñas de esa mano antinatural empezaron a crecer y penetraron en la herida del cuello donde Bernard había sido mordido. Pero sus desgarradores gritos no aplacaron a la furiosa vampiresa, que siguió introduciendo las uñas en su interior provocándole un dolor horrendo.
   En vano Bernard intentaba librarse de de la espantosa garra pero no tenía posibilidad alguna. Su cuerpo temblaba cada vez más y la sangre salía en abundancia por su boca y sus oídos.
   —Insolente gusano, osas creerte mi igual y te atreves a mancillar mi perfecta cara con tu repugnante mano. Mi intención era haberme alimentado de ti y haberte dejado a tu suerte pero... —su irritada voz fue suavizándose poco a poco hasta recuperar su habitual tono dulce y meloso. Sus ojos habían recuperado su precioso color verde azulado.
   —No eres nada, un simple farsante. Esas falsas lentillas y tus colmillos afilados a mano son un chiste. Pero lo peor es que has acabado con las vidas de algunas incautas haciéndote pasar por uno de nosotros. Y no es que sus muertes me importen lo más mínimo —hizo una pausa y mostró sus colmillos —. He matado a más personas a lo largo de mi no-vida de las que puedas imaginar. Y he disfrutado mucho. Merecería arder en el infierno un millón de veces más que tú pero la realidad es que tú estarás pudriéndote allí dentro de poco mientras que yo continuaré "mi viaje eterno por las tinieblas" —pronunció estas últimas palabras intentando imitar la misma ridícula solemnidad que él había empleado antes.
   —Po... por fav... —intentó decir él pero apenas podía articular palabras en su lamentable estado.
   — ¿Cómo? —preguntó divertida y aflojó un poco la presión que estaba ejerciendo sobre la garganta —. ¿El Señor de la Noche está suplicando?
   —De... deja de llamarme así...
   — ¿Por qué? ¿Acaso no eres un verdadero vampiro? Vamos dilo, admite que no eres un vampiro.
   —Es verdad, no soy un vampiro, sólo soy un patético mortal. Pero quiero ser uno de vosotros, siempre lo he querido, quiero ser como tú. Te lo suplico...
   —Vaya vaya, ¿después de todas tus ofensas crees que voy a concederte el don tenebroso? Bueno, por otra parte la verdad es que también me has divertido, no sé que hacer realmente —se tocaba la mejilla con su dedo como un niño que no se decide por un dulce u otro —pero... ¡no! me he cansado de jugar contigo.
   Le soltó y contempló como caía a sus pies como un despojo sanguinolento.
   —No mereces ser como yo, te dejaré ahí para que te desangres —hizo una pausa y sonrió —bueno no, no voy a ser tan cruel...
   Bernard alzó la cabeza con los ojos vidriosos y suplicantes. Los continuos cambios de decisiones de la caprichosa Elise estaban siendo una tortura tan grande como el dolor que le mordía por todo el cuerpo.
   —Yo también tengo mi corazoncito aunque ya no lata, así que voy a darte una muerte rápida. ¡Que no se diga que los vampiros no tienen bondad! ¡Dale recuerdos de mi parte al diablo!
   La carcajada de Elise se clavó en el alma de Bernard como un puñal pero todo acabó rápido tal y como había prometido. Le pisó la nuca y la columna vertebral se quebró como si fuera una ramita. Bernard dejó por fin este mundo y emprendió un viaje muy diferente al que deseaba. Había llegado la hora de pagar por sus crímenes.
   Elise se estiró como una gata perezosa y alzó la vista hacia el cielo. Le encantaba mirar las estrellas, aunque fueran escasas cuando se encontraba en suelo urbano. Las contemplaba como una hija pequeña mira a su protectora madre. Todavía estaba algo exasperada, pues su vanidad era infinita, pero se había divertido mucho al fin y al cabo con la trampa que le había tendido a aquel psicópata desde que lo descubrió en el bar. Las últimas noches su caza había resultado muy aburrida, con víctimas mucho menos atractivas e interesantes, así que se alegraba de haber dado con una pieza que mereciera la pena.
   Pero tenía que volver a casa, pues el sol no tardaría en salir.
   Tras retomar su disfraz de inocencia se alejó tarareando la misma canción aprendida en algún lugar hacía tiempo, mucho tiempo, tanto que ya se había perdido en su memoria inmortal.
Autor: Tulkas Hammer Pain

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