Su aspecto era venerable desde que se inició. Siendo aprendiz ya era maestro.
Era maestro en ética y honradez, lo era en fraternidad y armonía, y sabía como nadie alegrar cualquier reunión en la que participara. El fino humor gallego de que hacía gala era uno de sus signos positivos de identidad. Su experiencia vital le había convertido en un sabio, y en sus incansables visitas por otras logias, su presencia siempre era recibida con alegría y especial regocijo.
Todos le conocían y todos le respetaban y le querían.
Se hacía querer. Su sencillez y su serenidad eran la mejor prueba de su sabiduría. Era condescendiente con las imprudencias de los demás pero también sabía ser severo y estricto con las injusticias. Tenía una singular facilidad para mostrar el mejor camino a seguir, un camino siempre inspirado en su impecable conducta moral. Era un gran hombre lleno de sabiduría, un maestro en todos los sentidos, una buena persona, pero sobre todo era un magnífico hermano. Todo un orgullo para nuestra logia, todo un orgullo para Semper Fidelis. Todo un orgullo para la masonería española.
Su partida nos ha dejado un poco más solos. Los ágapes ya no volverán a ser como antes. No podremos evitar recordarle cuando, a los postres, siempre acababa interviniendo para contar alguno de sus innumerables chistes, siempre distintos y siempre concluidos con una socarrona sonrisa que les daban una gracia añadida. Tampoco olvidaremos su imagen, iPad en mano, sacando fotos o buscando una señal wifi para entrar en internet.
Su colección de fotografías era inmensa, seguramente en un afán por recordar todos los buenos momentos que siempre hemos vivido en nuestra logia.
Otras veces, muy a menudo, echaba mano del bolso de piel que siempre llevaba colgando del hombro, donde guardaba el iPad, y sacaba una vieja libreta tamaño octavilla. En ella tenía la costumbre de anotar sus impresiones sobre cualquier cosa que estuviese viviendo. Por alguna razón, en aquella libreta siempre escribía con mayúsculas y le gustaba alternar los textos con dibujos bastante bien ejecutados. Era un hombre peculiar que inevitablemente caía bien a los que le conocían, e inevitable era que fuese el mejor de los abuelos. Siempre que podía viajaba a Madrid para estar con sus nietos. No le bastaba con tenerlos en la foto de perfil de su teléfono.
Y fue en Madrid desde donde nuestro querido Patro partió al cielo, al Oriente del cielo. Fue él quien eligió Madrid; quería estar allí, junto a sus nietos. Y ahora, en el Oriente, estará Patro con sus chistes, su iPad y su vieja libreta, sacando fotos y anotando sus nuevas experiencias mientras dibuja lo infinito. Y desde allí recibiremos la esencia de su recuerdo, porque alguien como Patro nunca deja de existir. Patro siempre seguirá entre nosotros. Ahora el Oriente Eterno, con Patro allí, será aún más eterno.
Fuente: Logia Semper Fidelis