Al perder su valor de uso, las cosas alienadas se vacían, adquiriendo significaciones como claves ocultas. De ellas se apodera la subjetividad, cargándolas con intenciones de deseo y miedo. Al funcionar las cosas muertas como imágenes de las intenciones subjetivas, éstas se presentan como no perecidas y eternas. A estas reflexiones hay que añadir que en el siglo XIX (no digamos el XX [1]) aumenta en una cantidad y ritmo hasta entonces desconocidos el número de las cosas 'vaciadas', pues el progreso técnico deja constantemente fuera de circulación nuevos objetos de uso. (Walter Benjamin, Libro de los pasajes)
[1] Esta nota es mía.