Por haber localizado una pareja de guacamayos que anidaban en la cima de una roca abrupta, un indio lleva a su cuñado joven, llamado Botoque, para que lo ayude a capturar los hijuelos. Le hace trepar por una escala improvisada pero, llegado a la altura del nido, el muchacho pretende no ver en él más que dos huevos. Su cuñado los exige; al caer, los huevos se vuelven piedras mágicamente, hiriéndolo en la mano. Furioso, el cuñado retirará la escala y se irá, sin comprender que los pájaros estaban hechizados.
Botoque sigue prisionero varios días en lo alto de la roca. Adelgaza, el hambre y la sed lo obligan a consumir sus propios excrementos. Distingue al fin un jaguar manchado portador de un arco, flechas y toda clase de piezas de caza. Quisiera pedirle socorro pero el miedo al jaguar lo hará enmudecer.
El jaguar notará la sombra del héroe en el suelo, intenta vanamente atraparla, levanta los ojos, indaga, advierte la escala tirada a un lado, invita a Botoque a descender. Aterrado, éste vacila largo tiempo; finalmente se decide a bajar y el jaguar, amistosamente, le propone que se le suba al lomo y vaya a su morada a comer carne asada. Pero el joven ignora el significado de la palabra “asada” porque en aquel entonces los indios desconocían el fuego y se alimentaban de carne cruda.
En casa del jaguar el héroe ve un gran tronco de Jacoba que se consume; al lado, montones de piedras como las que utilizan los indios para construir sus hornos. Por primera vez come carne cocida.
Pero a la esposa del jaguar no le gusta el joven indio, al que llama me-on-kra-tum [que significaría “hijo extraño”]; con todo, el jaguar, que no tiene hijos, decide adoptarlo.
Todos los días el jaguar sale de caza y deja al recién adoptado Botoque con su esposa, que le testimonia creciente aversión; no le da de comer más que carne vieja y endurecida, y hojas. Cuando el chico se queja ella le araña el rostro con sus zarpas y el pobrecillo tiene que refugiarse en el bosque hasta que la furia de su madre adoptiva queda aplacada.
El jaguar reprende a su esposa, pero es en vano. Un día le da a Botoque un arco flamante y flechas, le enseña a usarlo y le aconseja, si no queda más remedio, usarlo contra su madrastra si vuelve a atacarlo. No tardará mucho la mujer del jaguar en encolerizarse con el joven Botoque, por lo que éste, siguiendo el consejo del jaguar, la matará de un flechazo en el pecho. Aterrorizado de las consecuencias que pueden acarrearle sus actos, huye llevándose el arco y un pedazo de carne asada.
Llega a su pueblo en plena noche, encuentra a tientas la casa de su madre, se da a conocer no sin esfuerzo [pues lo creían muerto]; relata la historia de su aventura y reparte la carne entre los suyos. Sorprendidos de probar por primera vez la carne asada los indios deciden apoderarse del fuego.
Cuando llegan a la casa del jaguar no hallan a nadie; y como la esposa está muerta las piezas de caza de la víspera siguen crudas. Los indios las asan y se llevan el fuego. Por primera vez pueden alumbrarse de noche en el pueblo y calentarse junto al hogar.
Pero el jaguar, furioso por la ingratitud de su hijo adoptivo que le ha robado el fuego quedará lleno de odio hacia todos los seres y en especial hacia el género humano. Sólo el reflejo del fuego brilla aún en sus pupilas. Caza con los colmillos y come la carne cruda pues ha renunciado solemnemente a la asada.