La popularización del dólar en Argentina desde la década del 30 hasta hoy y el rol de la prensa en la construcción de una "pedagogía financiera" es analizada por la socióloga Mariana Luzzi: "En los 60 lo que aparece es muy claramente esa construcción del dólar como un tema relevante, como algo noticiable, a lo que hay que prestarle atención"; "Hoy el dólar en Argentina cumple dos funciones: tiene vida pública, es un número público que nos dice muchas cosas y también es un instrumento financiero"; "El dólar aparece como ese instrumento que parecería darnos ese pequeño pasaporte para salvarnos, para quedarnos al margen de los quebrantos de todos".
Por Mirta Quiles
En su libro El dólar. Historia de una moneda argentina (1930-2019), que escribió junto con Ariel Wilkis, la socióloga Mariana Luzzi analiza las formas en que la divisa estadounidense se convirtió en un instrumento con un rol no solo económico, y que se construyó a través de múltiples vías. En esta entrevista examina cómo el dólar, a través de casi una centuria, fue pasando de ser tema de interés solo para agentes económicos o especializados a más grupos sociales, hasta alcanzar una popularización que permea todos los estratos.
–Un exhaustivo
trabajo de archivo, 120 entrevistas relevadas en todo el país y cuatro
años de investigación dieron forma a un libro que «deja con ganas de
más».
–En el principio había una pregunta muy simple. Había
algo de un misterio a resolver. Prendo la tele, está la temperatura y el
valor del dólar, la placa roja de Crónica. Y la pregunta es cómo
llegamos hasta acá. Y el objetivo era tratar de desandar ese camino.
Primero, ver desde cuándo esto sucedía. Porque no siempre fue así. Eso
llevó a revisar la periodización que nos habíamos planteado, porque
tenía que ver con que entrevistábamos cada vez a gente más grande, y
nadie nos hablaba de un momento en que eso no pasara. Para todos era
algo desde siempre.
–Ustedes, al principio, anclan el comienzo de la popularización del dólar a mediados de la década del 70, con el Rodrigazo.
–Así
es, porque había cierta idea en la literatura disponible. Y en todos
los casos aparecían dos momentos: el Rodrigazo, en 1975, con el primer
shock devaluatorio en un contexto de inflación elevada; y la reforma
financiera de Martínez de Hoz de 1977, por lo que habilita en términos
de liberalización del mercado de cambios y también de cambios en las
reglas del juego del sistema financiero. Ahí había un mojón. Sin
embargo, al mismo tiempo había ciertos elementos teóricos que
despertaban una pregunta. Si nosotros estábamos hablando de un montón de
personas utilizando el dólar como moneda de ahorro, como instrumento,
como patrón de referencia, vehículo de especulaciones, grandes y
pequeñas, pero sobre todo si eso aparecía a nivel, no de los
profesionales del mundo financiero, no de la gente vinculada al comercio
exterior, de las grandes empresas, sino en los hogares, es difícil que
eso empiece por ahí. De golpe todo el mundo se puso a hacer algo que
hasta ese momento nadie hacía. Mágicamente todo el mundo aprendió a ir a
la calle San Martín de un día para otro a comprar y vender dólares.
Entonces, ¿qué hay antes de eso? Efectivamente en los 70 hay un salto,
que tiene que ver con ese régimen de alta inflación que se consolida.
Son 20 años seguidos con alta inflación y ahí hay un hito, pero no es el
inicio.
–Así llegan a la década del 30, al primer control de cambios, bajo el gobierno de Uriburu.
–Lo
cierto es que la crisis del 30 pone en discusión, a nivel mundial, el
rol del Estado respecto a la economía, y allí entra también la
intervención en los mercados de cambios. Lo que queríamos ver es qué
tipo de discusión generaba en el espacio público. Y hay una discusión,
que sale de las esferas expertas y llega a los medios. Es una referencia
a las divisas, no específicamente al dólar. Hay una discusión que es
interesante y que va volver una y otra vez: si el Estado tiene derecho o
no a hacer esa intervención; y cuál es el verdadero valor de la divisa,
que luego será: si está atrasado o no el tipo de cambio.
–En su reconstrucción, ven en la década del 60 un gran cambio
en cómo los medios de comunicación, más específicamente la prensa
escrita, tratan el tema del dólar.
–En los 60 lo que aparece
es muy claramente esa construcción del dólar como un tema relevante,
como algo noticiable, a lo que hay que prestarle atención, más allá de
los grandes números de la economía. Especialmente para la gente de a
pie, para el ama de casa, para el comerciante, para el trabajador ver lo
que pasa con el dólar, puede ser una información relevante. Hay un
cambio en la narración de la economía en la prensa gráfica. La noticia
económica gana las tapas de los diarios. Y es una crónica urbana,
además. El lector destinatario no es el especialista, el hombre de
negocios, sino que empieza a tener sentido para otros lectores. Y a la
par, en un momento de gran inestabilidad económica, empieza a aparecer
la idea de que mirar lo que pasa con el dólar nos puede decir algo de lo
que pasa con el resto de los precios.
–Incluso ustedes rastrean que el dólar es utilizado por el mercado publicitario, para sus promociones.
–El
dólar aparece como un vehículo para comunicar otras informaciones.
Entonces, de algún modo, los argentinos comienzan a estar cada vez más
familiarizados con ese número, siguen sin operar con dólar billete,
comprarlo, venderlo, atesorarlo. Sin embargo, saben que es un indicador
relevante. Nosotros decimos que hoy por hoy el dólar en Argentina cumple
dos funciones: tiene esta vida pública, este número público que nos
dice muchas cosas además de la que estrictamente viene a comunicar, como
pueden ser otros números, como el índice de Precios al Consumidor o el
Riesgo País, es un tema de preocupación, de comentario, de circulación
del humor social en la calle; y también es un instrumento financiero,
con el que invertimos, ahorramos, especulamos. Pero no siempre estos dos
modos de ser del dólar en nuestra vida social estuvieron juntas.
Claramente en los 60 esa vida pública se fue desarrollando y todavía esa
más transaccional no era relevante. Existía en círculos pequeños. Es
algo que despunta pero que es poco relevante, a diferencia de 10 o 15
años después.
–Te referís a la época de «la plata dulce».
–Más allá del cuadro costumbrista que muestra la película Plata dulce,
cuando se ve la prensa de la época, en forma de crónica urbana lo que
sucede con el dólar, empiezan a aparecer en las fotos de la calle San
Martín, un montón de mujeres. Que no son oficinista ni profesionales,
sino que, como administradoras del hogar, después de que el marido cobra
el sueldo, van a comprar dólares, que después irá cambiando a lo largo
de mes.
–Una estrategia.
–Así es, es otro grado
de masificación, de popularización. Y más aún, entre el 83 y la
hiperinflación de 1989 es muy vertiginoso todo. Cuando después del Plan
Primavera se transita hacia la hiperinflación, ahí todo es dólar, dólar,
dólar.
–Con la Convertibilidad se formalizó algo que ya estaba de hecho.
–Ese
es el discurso de (Domingo) Cavallo, de (Horacio) Liendo, de los
promotores de la Convertibilidad. La frase muy interesante que ellos
sostienen es: «El dólar ya estaba en la cabeza de la gente. Nosotros
solo venimos a legalizar algo que ya está funcionando». Que en buena
medida es verdad, porque hay muchos precios de la economía que se están
fijando en referencia al dólar. Por supuesto, lo que no es verdad es
todo lo demás que implica la Convertibilidad. Pero efectivamente entre
el 89 y el 91 había una dinámica respecto a la fijación de precios, a la
negociación de contratos, donde el dólar era la gran referencia. Lo que
sucede con la Convertibilidad de interesante es que, por primera vez en
muchísimos años, el dólar sale del primer plano. Por un lado, está en
todos lados. Por otro, no está en ninguno, porque ya no importa seguir
el mercado cambiario, porque el tipo de cambio está fijo, siempre es un
peso. La atención del dólar pasa al sistema financiero.
–Ustedes
argumentan que ni la visión economicista ni la culturalista explican
completamente el fenómeno de la popularización del dólar en Argentina.
–Nosotros
no decimos que el dólar no funciona como refugio de valor. Funciona. El
punto es sobre todo combatir automatismos. Y aunque fuese automático,
¿por qué tiene que ser con el dólar?, podría ser con otros instrumentos
financieros como referencias de reserva de valor. Todas esas condiciones
pueden estar presentes, pueden ser necesarias, pero no son suficientes
para explicar lo que sucede con el dólar en Argentina. Y respecto a la
hipótesis culturalista, se piensa que todo fenómeno que es cultural es
lo contrario de un fenómeno económico. Si es económico tiene que ver con
la racionalidad, con la búsqueda y obtención de una rentabilidad. Si no
va por ese lado, si no es racional porque no es rentable, entonces es
irracional, y eso es cultural. Lo que discutimos es esa dicotomía. Ese
esquema mutuamente excluyente no es correcto. Al contrario, uno tendría
que pensar en las culturas de la economía. En cuáles son los modos de
operar, de hacer transacciones, de realizar cálculos, de generar
expectativas, de proyectar el futuro en cada momento y en cada lugar
históricamente. En esa cultura de la economía argentina, el dólar tiene
un rol que se construyó a través de múltiples vías. Entonces, es tratar
de pensar no como algo separado y mutuamente excluyente, sino como dos
dimensiones que se van cruzando y retroalimentándose.
–Ustedes plantean, además, una hipótesis política.
–Para
nosotros, en Argentina, esta doble existencia del dólar, esta idea del
dólar como esa brújula que permite orientarnos, que nos da una clave
acerca de cómo viene hacia adelante, como un elemento que permite
orientarme cómo se juega este juego, y el rol económico que cumple al
mismo tiempo, a nivel de las transacciones, de las presiones que se
pueden hacer, terminan convirtiendo al mercado cambiario en un escenario
más de la vida política argentina.
–El dólar como una forma de acción, de interpretar la realidad y actuar.
–No
es una sensación que la historia del Estado argentino en los últimos 40
años es una historia de quebrantos, de inestabilidades y dificultades, y
es también una historia de las inestabilidades y dificultades de todos
los ciudadanos. El dólar aparece como ese instrumento que parecería
darnos ese pequeño pasaporte para salvarnos, para quedarnos al margen de
esos quebrantos, esos quebrantos que van a ser de todos. Es la manera
de decir, bueno, me voy. Me retiro. Es esa idea de conseguir algún tipo
de autonomía, de ponerme a salvo de eso que puede ser una decisión de
política pública como, por ejemplo, lo fue el Corralito.
–Pero esa autonomía, ese accionar individual, tiene consecuencias.
–Es
no construir alternativas colectivas. Efectivamente, el dólar es al
mismo tiempo una brújula, un elemento que te permite orientarte y
moverte en el juego social, al tiempo que, como herramienta, instrumento
en términos económicos, te permite encontrar una salida, pero que es
individual. Y entonces esa contradicción entre salidas individuales y
problemas colectivos es la que efectivamente produce las dificultades
que vivimos cotidianamente. Sobre todo que lo único que se vea es la
posibilidad de tomar decisiones individuales. No es esperanzador.