Decía Pedro Poveda que a los jóvenes corresponde hacer la revolución. Y así ha sido en los últimos años. La “Primavera árabe” y las revueltas que han sacudido a los escenarios políticos más estáticos se han puesto en marcha por el impulso de los jóvenes. Ahora le ha tocado el turno a Hong Kong, una antigua colonia británica cedida a China hace unos años.
El Gobierno chino se ha reservado la opción de sacar los tanques a la calle, como hizo con las protestas de Tiananmen. En esta ocasión a los jóvenes manifestantes que piden más democracia y un cambio en el estatuto de la nación se les “invita” a desalojar los espacios públicos con gases lacrimógenos y cañones de agua. Ese modo de lucha le ha valido el nombre de la “protesta de los paraguas”, por ser el “arma” con que los manifestantes soportan los embistes de la policía y mantienen la ocupación de la plaza neurálgica de Hong Kong.
Como suele pasar en este tipo de protestas, los altercados no tardaron en llegar. Lo que comenzó como una manifestación civil pacífica ha denigrado en el último fin de semana en disturbios y episodios de violencia urbana, promovida por grupos radicales desplazados a la capital para aprovechar el evento sociopolítico.
En el trasfondo de la cuestión está la demanda de los ciudadanos de una democracia más sana: el sufragio universal, el derecho al voto de cada uno de los integrantes de la nación. Pekín es el destino de sus consignas. El Gobierno chino anunció que para 2017 el presidente del ejecutivo de Hong Kong se escogerá por votación democrática. Aunque solo se podrán presentar un trío de candidatos previamente consensuados con China. Esta ha sido la chispa que ha prendido la llama del levantamiento. Los jóvenes han visto en la aptitud china un vapuleo a sus pretensiones democráticas y unas elecciones que no son sino un teatro. Estudiantes y ciudadanos “prodemocrácia” se han echado a la calle ocupando durante varias semanas la popular plaza Occupy Central, desde donde elevan sus quejas al ejecutivo chino.
Desde China se advierte de que estas manifestaciones y las pretensiones democráticas están “abocadas al fracaso”, elevando la advertencia de que no piensan aceptar las presiones, pese que se habían comprometido a hacerlo. Como medida de presión, China ha suprimido en las redes sociales cualquier mención o imagen de la revuelta.