Lejos quedaban ya los años en que Fisher fue un hacendoso todoterreno, donde a una comedia ligera sucedía un pequeño thriller, un film de aventuras o un drama, donde ya se apreciaba su gusto por el diseño de personajes, la ambientación, el montaje.
No fue hasta mediados o finales de los 50 cuando empezó a atreverse con todo.

La ausencia de ese punto de vista externo de Utterson - Fisher lo elimina y sólo queda el colega de Jekyll, el Dr Ernst Litauer, trasunto del Dr Lanyon de Stevenson, que apenas aparece en el film para certificar los hechos consumados - tan recto, sobrio y en el fondo comprensivo de las cuitas que atormentan la mente de Jekyll, aventurado temerariamente en un territorio que tantos han fantaseado transitar sin atreverse, cercena el misterio y da via libre a la amoralidad.
Esta indecencia, planteada desde la primera escena y que alcanza a casi todos los secundarios, tan ajena al texto original y a su autor, no es utilizada sin embargo y ahí está quizá el mejor asidero para entender el film, para ahondar ni enfangar efectistamente los aspectos y claves que otorgaron un eterno interés a esta historia: la exploración del lado oculto del subconsciente reprimido por la socialización.


Decantada estrepitosamente la batalla del lado del mal, el bien aún presente en la bailarina María que se enamora inocentemente de Hyde y que muere a manos de él o en el Dr. Litauer, que rastrea sus acciones pero al que sólo le queda asistir inerme a la destrucción de su amigo, queda muy mal parado.
Pero apenas se recrea Fisher (como tampoco lo hicieron sus "mayores", Murnau, Lang o Tourneur) en tamaña victoria, que no sirve para anunciar apocalipsis alguno ni motivo de regocijo para nadie inteligente, quedando el final más triste de su carrera.