Por Pablo Stefanoni, en La Vanguardia (Argentina), 12-julio-2014
El líder de Podemos, la fuerza de la izquierda española que quedó cuarta en las recientes elecciones europeas, se ha transformado en una auténtica “estrella de rock” de la política española y en una creciente preocupación para los partidos del sistema. Último “incidente” al momento de escribir esta columna: luego de una conferencia de prensa en Bruselas, donde respondió con su carisma habitual –elogiado por propios y extraños- el flamante eurodiputado de 35 años que provocó un terremoto en la política ibérica, usa pelo largo y colita, y viste de manera informal, fue aplaudido por varios periodistas ante la molestia de un representante de la Asociación de la Prensa Internacional que recordó que los periodistas no pueden aplaudir a los políticos que dan conferencias de prensa.
Hace pocos días Pablo Iglesias fue uno de los invitados especiales del Fórum Nueva Economía reunido en el Hotel Ritz de Madrid, donde comenzó su discurso con una incómoda cuenta respecto a la relación salario de los empleados /precio por noche en el lujoso hotel para luego proseguir con una crítica radical, pero realista, a la dictadura de los mercados y la crisis española.
La flamante historia de Podemos empezó a comienzos de este año, cuando Iglesias y otros profesores de la Universidad Complutense, en el clima de la indignación y la impotencia de muchos españoles frente a la crisis, se lanzaron a la aventura de crear –desde el llano- una nueva fuerza política con una identidad de izquierda heterodoxa, capaz de romper con los esquemas tradicionales de la política española heredera del (agotado) Pacto de la Moncloa y de la Constitución de 1978. Su pregunta, en las pasadas elecciones del 25 de mayo, fue tan sencilla como disparadora: “¿Cuándo fue la última vez que votaste con ilusión?”. Respuestas posibles: ¿en 1982? ¿al primer Felipe González? Eso ya de por sí deja fuera a todos los jóvenes y ya no jóvenes… Luego vendrían Aznar, Zapatero, Rajoy… y una caída libre del país de la burbuja inmobiliaria y de un salto hacia Europa que aunque conllevó una innegable modernización y un Estado de bienestar envidiable para muchos latinoamericanos, terminó en una crisis que es más que una caída económica y presenta muchos rasgos de una crisis de régimen con ribetes políticos, culturales y morales.
Muchos comparan a Iglesias con el joven González que con un discurso de izquierda, anti-Otan y su gran carisma conquistó a los españoles y llevó al socialismo al poder, un Felipe que no imaginaba en ese entonces que terminaría décadas más tarde como asesor de millonarios como Carlos Slim o proponiendo una “gran coalición” con el posfranquista Partido Popular. Pero además, Pablo Iglesias tiene un nombre caro a los socialistas (que según su propia madre no es casualidad). Fue el mítico Pablo Iglesias quien fundó en el siglo XIX el Partido Socialista Obrero Español, ese partido que hoy no sólo ya no es “socialista” sino que no se anima a ser republicano, como cuestionan varios sectores del propio PSOE, que vive una crisis particular como “partido del régimen” y busca una renovación que por el momento carece de perspectivas de refundación.
El desde hace días eurodiputado Pablo Iglesias comenzó a hacerse conocido fuera de los claustros universitarios desde los programas de televisión (en canales locales) Fort Apache y La Tuerka, desde donde saltó como invitado o panelista a canales de mayor audiencia, donde puso en juego su combinación de profesor universitario, militante con estética “viejo estilo” y discurso a prueba de encasillamientos fáciles. La propia Izquierda Unida, fuerza tradicional a la izquierda de la socialdemocracia y hegemonizada por el Partido Comunista, quedó descolocada frente al “fenómeno Podemos” y hoy se ve obligada a una renovación estético/política contrarreloj. Pero también este efecto se llevó por delante a políticos tradicionales como el liderazgo de Alfredo Pérez Rubalcaba en el PSOE.
La constatación básica de los ideólogos de Podemos es que hoy es necesario superar las tradicionales identidades de la izquierda, y plantean como contradicción principal el clivaje entre el pueblo y “la casta”. Pero en lugar de girar hacia el centro, lograron conseguir votos de diferentes sectores sociales (obtuvieron el tercer lugar en Madrid) manteniendo propuestas de cambio radical. Frente al reactivado debate entre republicanismo y monarquía, Iglesias planteó por ejemplo que la verdadera cuestión es democracia o dictadura, de forma tal de que si se elige democracia no solo se debería consultar al pueblo si quiere mantener el régimen monárquico sino también sobre temas como el aborto (los conservadores lanzaron una fuerte contraofensiva contra las leyes de la era Zapatero), el régimen autonómico o la política económica impuesta por la Troika. En esa construcción ideológica resultaron fundamentales los vínculos de los fundadores de Podemos (como Iñigo Errejón, Juan Carlos Monedero y el propio Iglesias) con los procesos latinoamericanos, especialmente los de Venezuela, Bolivia y Ecuador y sus partidos populares de amplia base social. También son buenos lectores de la obra de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Desde ese lugar desplegaron una suerte de patriotismo de izquierda con tintes jacobinos frente a la “entrega del país” por parte de las élites y “la casta”.
Como parte de su meteórico ascenso, Iglesias fue recientemente nominado como candidato de la Izquierda Unitaria europea (es decir, los partidos a la izquierda de la socialdemocracia) a la presidencia del Parlamento europeo. Podemos está construyendo puentes con el partido griego Syriza, en un eje del sur de Europa que expresa un inconformismo de izquierda frente al crecimiento de la extrema derecha en el norte. Junto a varios partidos europeos suman un no despreciable bloque de medio centenar de diputados. Desde ese lugar, sin duda minoritario pero no marginal, enfrentará a Martin Schulz, candidato de consenso de conservadores y socialdemócratas.
Ahora el desafío de Podemos es darle un curso a la fuerza aluvional que lo puso en la cresta de la ola, lograr institucionalizarse sin perder el impulso desde abajo e ir dando respuesta a los nuevos problemas desde su nueva “responsabilidad” de poder, aunque sean por ahora cinco bancas en el Parlamento europeo, sumado a una gran presencia mediática y en medio de ataques de casi todos los sectores políticos tradicionales. Su siguiente desafío serán las próximas elecciones municipales y locales.
Lo que está claro es que esta fuerza puso en juego, como escribió Santiago Alba Rico, una combinación de indignación, ilusión y política que ha transformado el mapa político español y, potencialmente, abre nuevas perspectivas para el cambio social y la renovación generacional en un país cuyas instituciones fundamentales están en crisis, y en una Europa del malestar ciudadano.
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