Hace días que ronda en mi cabeza la cuestión respecto a por qué nos resulta tan fácil, tan tentador juzgar y condenar a los demás, por qué tan cómodamente nos ubicamos en el sillón del juez y nos dedicamos a señalar enfáticamente los errores de las demás personas, estableciendo, ya con ostentación, cuáles habrían sido las mejores decisiones a tomar por ellas, y a definir cuál sería el mejor modo en que deberían vivir sus propias vidas. Para todas esas preguntas se me ocurrió una sola respuesta: miedo. Miedo, sí, pánico, terror... miedo a que algo que no quiero, algo que corresponde a la vida del otro se instale en mi propia vida, miedo a no saber cómo afrontarlo. Entonces, para no ser víctima de esa situación que no quiero, a eso para lo cual no estoy preparado, acudo simplemente a una herramienta moral: me diferencio del otro lo más que puedo, y declaro a viva voz que eso que le pasa al otro es una simple consecuencia de haber hecho las cosas de tal o cual modo, de haber tomado decisiones totalmente contrarias a las que yo habría tomado en su lugar, solo para llegar a la conclusión de que eso que le pasa al otro, le pasa solamente porque es distinto a mí, porque si fuera como yo no le habría pasado, porque a mí eso no me pasa, no me tiene que pasar, no lo puedo permitir. Cómo no van a robarle, si andaba en la calle de noche. Cómo no van a violarla, si andaba vestida tan provocativamente. Cómo no va a golpearla su pareja, si ella lo conoció así y de todas formas decidió quedarse, si ella aceptó que la maltratara siempre. Cómo no van a serle infiel, si siempre volvía tarde a su casa. Entonces a mí me basta con no andar de noche en la calle, no vestirme provocativamente, no enamorarme de un violento, ni volver tarde a casa, para que no me roben, no me violen, no me golpeen, ni me sean infiel... El problema es cuando a pesar de ser diferente del otro, aun así me pasan las mismas cosas... Quizás entonces comience a pensar en la empatía como opción. Sin embargo el otro sigue siendo el otro, y quizás, solo quizás, sea él ahora quien se siente cómodamente en el sillón del juez.
Revista En Femenino
Querido Quien Seas:
Hace días que ronda en mi cabeza la cuestión respecto a por qué nos resulta tan fácil, tan tentador juzgar y condenar a los demás, por qué tan cómodamente nos ubicamos en el sillón del juez y nos dedicamos a señalar enfáticamente los errores de las demás personas, estableciendo, ya con ostentación, cuáles habrían sido las mejores decisiones a tomar por ellas, y a definir cuál sería el mejor modo en que deberían vivir sus propias vidas. Para todas esas preguntas se me ocurrió una sola respuesta: miedo. Miedo, sí, pánico, terror... miedo a que algo que no quiero, algo que corresponde a la vida del otro se instale en mi propia vida, miedo a no saber cómo afrontarlo. Entonces, para no ser víctima de esa situación que no quiero, a eso para lo cual no estoy preparado, acudo simplemente a una herramienta moral: me diferencio del otro lo más que puedo, y declaro a viva voz que eso que le pasa al otro es una simple consecuencia de haber hecho las cosas de tal o cual modo, de haber tomado decisiones totalmente contrarias a las que yo habría tomado en su lugar, solo para llegar a la conclusión de que eso que le pasa al otro, le pasa solamente porque es distinto a mí, porque si fuera como yo no le habría pasado, porque a mí eso no me pasa, no me tiene que pasar, no lo puedo permitir. Cómo no van a robarle, si andaba en la calle de noche. Cómo no van a violarla, si andaba vestida tan provocativamente. Cómo no va a golpearla su pareja, si ella lo conoció así y de todas formas decidió quedarse, si ella aceptó que la maltratara siempre. Cómo no van a serle infiel, si siempre volvía tarde a su casa. Entonces a mí me basta con no andar de noche en la calle, no vestirme provocativamente, no enamorarme de un violento, ni volver tarde a casa, para que no me roben, no me violen, no me golpeen, ni me sean infiel... El problema es cuando a pesar de ser diferente del otro, aun así me pasan las mismas cosas... Quizás entonces comience a pensar en la empatía como opción. Sin embargo el otro sigue siendo el otro, y quizás, solo quizás, sea él ahora quien se siente cómodamente en el sillón del juez.
Hace días que ronda en mi cabeza la cuestión respecto a por qué nos resulta tan fácil, tan tentador juzgar y condenar a los demás, por qué tan cómodamente nos ubicamos en el sillón del juez y nos dedicamos a señalar enfáticamente los errores de las demás personas, estableciendo, ya con ostentación, cuáles habrían sido las mejores decisiones a tomar por ellas, y a definir cuál sería el mejor modo en que deberían vivir sus propias vidas. Para todas esas preguntas se me ocurrió una sola respuesta: miedo. Miedo, sí, pánico, terror... miedo a que algo que no quiero, algo que corresponde a la vida del otro se instale en mi propia vida, miedo a no saber cómo afrontarlo. Entonces, para no ser víctima de esa situación que no quiero, a eso para lo cual no estoy preparado, acudo simplemente a una herramienta moral: me diferencio del otro lo más que puedo, y declaro a viva voz que eso que le pasa al otro es una simple consecuencia de haber hecho las cosas de tal o cual modo, de haber tomado decisiones totalmente contrarias a las que yo habría tomado en su lugar, solo para llegar a la conclusión de que eso que le pasa al otro, le pasa solamente porque es distinto a mí, porque si fuera como yo no le habría pasado, porque a mí eso no me pasa, no me tiene que pasar, no lo puedo permitir. Cómo no van a robarle, si andaba en la calle de noche. Cómo no van a violarla, si andaba vestida tan provocativamente. Cómo no va a golpearla su pareja, si ella lo conoció así y de todas formas decidió quedarse, si ella aceptó que la maltratara siempre. Cómo no van a serle infiel, si siempre volvía tarde a su casa. Entonces a mí me basta con no andar de noche en la calle, no vestirme provocativamente, no enamorarme de un violento, ni volver tarde a casa, para que no me roben, no me violen, no me golpeen, ni me sean infiel... El problema es cuando a pesar de ser diferente del otro, aun así me pasan las mismas cosas... Quizás entonces comience a pensar en la empatía como opción. Sin embargo el otro sigue siendo el otro, y quizás, solo quizás, sea él ahora quien se siente cómodamente en el sillón del juez.