Revista Comunicación

El ovillo de Grecia

Publicado el 27 junio 2015 por Lya
Os voy a contar un cuento. Antes de la crisis (porque hubo un antes), cuando éramos felices y nadie sabía lo que era la prima de riesgo, ni la deuda ni nada, hace mucho, ya os digo, echaban en la tele, en la Primera, Españoles por el Mundo. Cómo sería de antes que, por aquel entonces, ese programa hacía gracia y caía bien. Luego todo se complicó y maldita la estampa de este programita que nos recuerda todas las semanas que nuestros hijos, nietos, sobrinos, amigos, conocidos se han tenido que marchar de España porque no les quedaba otra. Así que Españoles por el Mundo, que tanto nos había gustado, acabó relegado a la madrugada y a ser carne de repetición tras repetición. A veces lo he vuelto  a ver y es bonito recordar un mundo en el que la gente emigraba por amor y esas cosas. Solo por esas cosas.
El caso es que cuando Españoles por el Mundo aún era normal porque todos éramos -se supone- normales, hicieron uno desde Atenas. Me acuerdo perfectamente de aquel reportaje sobre los españolitos que vivían en Grecia por una cuestión: las jubilaciones tempranas. Muy tempranas. A los 40 y pocos. Tan tempranas que durante meses a una amiga y a mí nos duró la coña de 'vámonos para Grecia, qué narices hacemos aquí'. Éramos ingenuas, repito, y todo parecía posible. Y en Grecia, con sus ruinas, su Egeo, su dieta y su sol se jubilaban a los 40. Nos lo habían dicho en la tele con total impunidad. Qué narices, claro que sí, hacíamos en España. Eh. Qué.
Evidentemente, lo de irnos a Grecia a vivir la vida no lo cumplimos. Entre otras, muchas, razones, porque la historia se complicó, poco a poco, como un ovillo desmadejado que se va enredando. Hasta hoy, en el que todo, todo parece posible. Y en el que aquellas jubilaciones a los 40 no se me van de la cabeza. Que no sé si es la razón o no, que no sé si ha habido otros motivos, que no sé si unos son buenos y otros muy malos. Sólo sé que los españoles que vivían en Grecia presumían de vida, jubilados tras apenas una década y poco de trabajo. Y muy normal no parecía. Ni parece.
En fin. Ojalá alguien que fuera capaz de explicar todo esto, los motivos y razones, sin caer en vertientes ideológicas. Porque no me creo que ni unos sean muy malos ni los otros muy buenos, en un sentido y en otro del partido de tenis agónico que estamos viviendo, en el que la pelota va y viene y nadie sabe lo que va a pasar mañana. 
Los griegos porque actúan como si fueran los únicos demócratas de ese grupo, con cierta soberbia gracias a que, no nos engañemos, saben que no van a estar solos si vuelven al dracma. Ahí está el amigo Putin dispuesto a todo por levantar de nuevo el telón de acero. Y, al mismo tiempo, hay algo de romántico, de loco, de iluminado en la dignidad de resistir, de convocar el referéndum, de morir de pie. Y los otros, todos los otros, luchan por mantener el euro, una unión casi imposible que pretende evitar la dispersión de una vieja Europa acechada por fantasmas y por realidades cada vez más presentes, mientras los primos de América nos miran con desgana y hartazgo, pensando en cuándo tendrán que volver a sacarnos las castañas del fuego, ahora por nuestra 'manía' de tener estado del bienestar. Más allá, los bancos, los mercados, esas entelequias que controlan nuestras vidas y de las que es tan difícil escapar porque son las reglas del juego que nos hemos/han dado sin poder hacer nada para evitarlo. Y sí, Islandia no pagó, pero no sé a dónde nos llevaría ese ejemplo de imitarse a gran escala. No quiero saberlo ni vivirlo. 
Qué complicado es todo y qué miedo da. 

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