En 2016, el periodista José Martí Gómez (Morella, Castellón, 1937) publicó un libro que tituló ‘El oficio más hermoso del mundo’. Nada más saber de la existencia de esta “desordenada crónica personal”, como él mismo la subtitulaba, me dirigí a varias librerías murcianas para adquirirla. No fue tarea fácil. En la de Ramón Jiménez, en los soportales de la Catedral, ese entrañable local que aún sobrevive a un tiempo que se nos está evaporando a marchas forzadas, me aseguraron que la pedirían a la editorial y la tendrían. Nada como un librero de toda la vida para estos menesteres. Días después, me avisaron para ir a recogerla.
En su introducción ya se nota la mano de un maestro (el mejor reportero español, según Enric González), quien nos anuncia ahora su jubilación, con un aldabonazo que entrelaza el sarcasmo y la ironía. Cuenta Martí Gómez que, según una revista científica británica, casi todos los chimpancés que siguen estudios especiales para sordomudos avanzan en su capacidad de comunicación y que los gorilas que se ejercitan en los sistemas humanos de lectura, progresan. No ocurre lo mismo con los periodistas, concluye. Tampoco con los políticos, añadiría yo.
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, ha optado en los últimos días por la táctica que utilizaban algunos entrenadores de fútbol en el pasado: aquello de que la mejor defensa es un buen ataque. Sostiene Gregorio Morán que Unidas Podemos “no es un partido de profesores universitarios, sino un grupo político que tiene su campo de juego en los medios y las redes tentaculares”. Tras un primer disparo con perdigones tuiteros a cargo de su compañero de partido Pablo Echenique y dirigido a un presentador de informativos de una televisión privada, sus cartuchos, a modo de invectivas “naturalizadas”, han ido dirigidos a toda la prensa. O, más bien, a cierto sector de la misma al que Iglesias le tiene echado el ojo. Ocurre que el corporativismo en este oficio, en contra de lo que se pueda creer, no es tan remarcado como en otras profesiones. Ciertamente han sido bastantes los profesionales que han salido en defensa de alguno de los periodistas aludidos, aunque también es verdad que otros no se han dejado llevar por la corriente e, incluso, lo han hecho ofreciendo su propio argumentario. Es curioso y paradójico que esta formación y también la de Vox, en el otro extremo del tablero, sean las que más eleven la voz contra los medios al considerarse asíduamente maltratados por estos. El nuevo veto de los de Abascal a eldiario.es para cubrir la cita electoral vasca y gallega de este domingo ha sido rechazado de forma categórica por las asociaciones de periodistas, como también lo han hecho en el caso antes mencionado.
En toda sociedad democrática, los gobernantes deberían tener presente que han de estar prestos y dispuestos para la crítica desde el minuto uno en que acceden al cargo. De otra forma, no se entendería la labor fiscalizadora que ha de ejercer la prensa frente a ellos. Iglesias está convencido de que hay grupos mediáticos obsesionados día y noche con expulsar a Unidas Podemos del Gobierno. Y puede que no le falte razón. Lo que pasa es que no es de recibo sentarse en la mesa de la sala de prensa en La Moncloa, desde la que se habla a los medios tras el Consejo de Ministros, y señalar uno por uno a una serie de profesionales, como se hacía en épocas pretéritas dignas del olvido más abyecto. Hace unos años, en 2013, cuando Unidas Podemos soñaba con asaltar los cielos del poder, y no por consenso, Pablo Iglesias ya sostenía que la existencia de medios de comunicación privados atentaba contra la libertad de expresión. Cuando alguien le pidió explicaciones en una cadena televisiva de titularidad privada, el líder de Unidas Podemos no se amilanó ni se echó hacia atrás. “No puede ser que en este país alguien llame por teléfono a un periodista y le diga esto no lo escribes y esto sí”, vino a responder a la interpelante. Antes había apelado a que los medios no podían estar en manos de un par de empresarios, por lo que un oligopolio suponía para la libertad de expresión y otros lugares comunes. Solo le faltó añadir que en el Granma cubano no pasan estas cosas.
Por fortuna, no todos en este Gobierno sintonizan con Iglesias en este y otros asuntos. La ministra de Defensa, Margarita Robles, -a la que Martí Gómez califica en su libro, desde que era viceministra con Belloch, como “una George Eliot obsesionada por la honestidad y el deber”– no ha comulgado con lo expuesto por su compañero de gabinete, rechazando sus palabras y calificando a los medios como “el oxígeno de la democracia”
La reacción de Unidas Podemos ha venido motivada por una frase de Vicente Vallés, conductor de uno de los informativos de Antena 3, en referencia al denominado ‘caso Dina’, sobre la poca efectividad de las denominadas “cloacas del Estado”, a las que tanto se suelen referir desde ese partido, para impedir que ellos llegaran al Gobierno. Arena de otro costal es si en los espacios de noticias se ha de mezclar opinión con información sin distinción alguna. Al fin y al cabo, esa cadena fue pionera de esto en la década de los noventa con José María Carrascal, aquel veterano profesional de corbatas encandiladoras que, con su voz aflautada, al filo de la medianoche, soltaba zurriagazos impenitentes a Felipe González y a sus ministros.
Volviendo al libro del principio, en él cuenta José Martí Gómez algunas conversaciones jugosas que mantuvo con el secretario general del PCE, Santiago Carrillo, todavía en el exilio parisino. Que cobraba 1.500 francos al mes, que llevaba en su muñeca un reloj de oro que le regaló el presidente de Corea del Norte o que el comunismo aceptaba, como parte del patrimonio común, lo que de bueno pueda haber en la cultura burguesa. Quizá, con estos trazos, a grandes rasgos, podamos comenzar a pergeñar el dibujo de quienes aún hoy pretenden seguir enarbolando la bandera de la hoz y el martillo viviendo a su antojo y conveniencia. También cita Martí Gómez una frase de cierto personaje de una obra del dramaturgo inglés Tom Stoppard que sintetiza lo que algunos parecen pensar, aunque no lo digan abiertamente: “Estoy a favor de la libertad de expresión siempre que antes hayan sido fusilados todos los periodistas”. Suena a brutal cañonazo, ciertamente, pero nunca es descartable.