Daniel de Pablo Maroto, ocd
“La Santa” (Ávila)
Después de la muerte del P. Federico, carmelita descalzo, el 16-XI-2018, el director de una Revista me pidió una colaboración sobre él, no la acepté y pronto me quedó un escrúpulo en la conciencia por no haber participado en el merecido homenaje al hermano. Hoy, aunque tarde, cumplo el proyecto recordando algunas facetas de su personalidad conocidas en mi permanencia de 8 años en Roma (1958-1966) y después, en muchos encuentros culturales.
Conocí al P. Federico por primera vez en octubre del año 1958 en un viaje a Roma, él ya sacerdote y yo estudiante de filosofía en Ávila. Enviado a estudiar la teología en el Teresianum, Facultad y colegio internacional de los carmelitas descalzos, yo comencé el primer año de teología en el curso 1958-1959 y el P. Federico preparaba la tesis doctoral sobre Vida teologal durante la purificación interior en los escritos de San Juan de la Cruz, defendida el día 3 de junio del año 1959. Después de un año de ausencia de Roma, volvió para seguir estudios de Sagrada Escritura en el Instituto Bíblico de los jesuitas y fue adscrito como profesor en el Teresianum. Recuerdo todavía su primera publicación, Cristianos por dentro, Editorial de Espiritualidad, Madrid el año 1961 con una portada muy llamativa en rojo y un Cristo caminante dentro de un corazón. Supongo que aprovecharía muchos de los materiales de su tesis doctoral.
Yo, que nunca me dediqué ex profeso a estudios especiales de san Juan de la Cruz, sí recuerdo que en el noviciado y durante los años de estudio de filosofía leí las obras del Santo después de reducir a esquemas las complicadas exposiciones de la Subida del Monte Carmelo y la Noche oscura. Aquellas lecturas dieron como fruto dos trabajos publicados en la Revista Studium, órgano cultural del colegio filosófico de Ávila, los años 1957 y 1958, uno sobre “El problema del conocimiento en San Juan de la Cruz. Ideogenia sanjuanista”, Y otro sobre “El tema del hombre en San Juan de la Cruz. El existencialismo trágico y el cristiano”. En años sucesivos, he dedicado a san Juan de la Cruz algunos estudios, pero no me considero especialista en su vida y doctrina y mis aportaciones a la ciencia han ido por otros caminos.
Dejando aparte estos recuerdos, volvamos al P. Federico. He oído y, después de su muerte, he leído muchos elogios sobre su quehacer como “profesor” y, de hecho, lo ha ejercido durante gran parte de su vida. Admito los dichos y me alegro de esas buenas impresiones que tanto engrandecen la figura del hermano desaparecido. Yo he asistido poco a sus clases y conferencias, pero no me parece la faceta más llamativa del P. Federico. Ciertamente, su brillante inteligencia, su sabiduría, su cultura teológica y espiritual y otras cualidades hacían de él un “maestro” apreciado; ese es el “fondo” de un buen maestro o profesor; pero, en lo poco que le oí en algunas clases y conferencias, no me pareció un profesor brillante en cuanto a los “modos” y maneras. Dicho sea con todo respeto de los que sostienen lo contrario.
Lo que siempre admiré en el P. Federico fue su ser de “escritor”, su profundidad y amplitud de pensamiento, su mismo estilo literario tan conciso, tan preciso, que él -creo- cuidaba hasta con exceso; quizás en la lejanía se aprecie un deseo de imitar a Azorín y a Ortega y Gasset. Recordando su larga y ancha producción literaria (que espero un día se dé a conocer a los lectores en algún homenaje escrito más abundante que esta pobre referencia), escogería la Introducción a San Juan de la Cruz. El escritor, los escritos, el sistema, Madrid, BAC, 1968, 675 pp., que bien merecía alguna edición posterior, pero ya se sabe que a veces tienen más difusión las novelas, los libritos y aun los libruchos que los libros de ciencia. Mejor suerte ha tenido Caminos de Espíritu. Compendio de Teología espiritual, Madrid, EDE, 1998, 5ª ed., 723 pp. Libro almacén de materias de espiritualidad, para mí poco práctico como “manual” escolar de la materia. Publicó otras obras meritorias que espero ver recordadas en estudios más consistentes.
Y, finalmente, para justificar el título, quiero recordar un trabajo primerizo del P. Federico, que quizá pasará desapercibido para muchos estudiosos de su producción escrita. Me refiero a un par de artículos sobre san Juan de la Cruz. El año 1961 vio la luz pública en Roma el siguiente escrito: San Juan de la Cruz Avisos para después de profesos. Nuevo escrito del Santo Doctor. Edición y estudio por los Padres Simeón de la Sda. Familia y Tomás de la Cruz. Fue una auténtica bomba editorial; muchos saludaron alborozados la noticia, la obrita fue traducida a varias lenguas, las revistas la difundieron y hasta la Radio Vaticana la propagó por el mundo, al menos el hispano; pero algunos también se posicionaron en contra de la autenticidad sanjuanista y la osadía de los editores. Entre todos los estudios aparecidos, creo que el más certero, abundante en argumentos y preciso en el planteamiento del problema, fue el del jovencísimo y reciente doctor P. Federico Ruiz.
Los que éramos en aquellos días estudiantes en el Teresianum de Roma, donde estaban los editores y el P. Federico, y seguíamos con interés el debate entre sabios, gozamos y, sobre todo, nos admirábamos de que un jovenzuelo, recién salido de la Facultad, se atreviese a enfrentarse con asombrosa seguridad y madurez científica a dos de los prestigiados profesores, de los que había sido alumno hacía pocos años. Personalmente puedo decir que ha sido uno de mis mejores recuerdos de los 8 años que pasé en aquel lugar de estudios.
Fueron dos artículos los publicados, especialmente el primero, polémico y atrevido en su mismo título: “Avisos falsamente atribuidos a San Juan de la Cruz”, Revista de Espiritualidad, 22 (1963) 137-168. Y, como la defensa de los editores siguió, publicó otro de la misma especie: “Avisos para profesos. Aclaraciones”, Ib., 23 (1964) 507-516.
Admiré mucho entonces, y lo sigo haciendo ahora, en la relectura de los viejos textos, la soltura con que el P. Federico utiliza el léxico de San Juan de la Cruz, sin ayuda de las modernas Concordancias, para descubrir que ni el vocabulario, ni el estilo literario, ni la fraseología, ni la formulación doctrinal encajan con la obra literaria del Santo. Por poner un ejemplo, descubre que en el texto publicado existen palabras que nunca usa Juan de la Cruz, así como el desconocido autor no utiliza el vocabulario más propio del Santo. Y por ese camino sigue desmontando la supuesta autoría del texto publicado. Aludo solo a un principio básico en la demostración de la falsedad del escrito: los editores parten del principio de que los Avisos son de san Juan de la Cruz, cuando tenían que partir de la hipótesis de que pueden no ser suyos.
Es difícil resumir el trabajo minucioso del P. Federico que hay que beber en su propio jugo, y aconsejaría a los lectores curiosos de los debates entre sabios y quieran conocer de cerca la competencia del P. Federico en una edad tan temprana, que lean los dos artículos citados. Y, si todavía les queda curiosidad y tienen tiempo libre, que investiguen aquella guerra civilizada entre sabios. Seguro que no quedarán defraudados.
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