Revista Cine
Agustí Villaronga es el segundo director cinematográfico isleño que logra más premios en los Goya. El primero fue Daniel Monzón, quien el año pasado, con su “Celda 211” conseguía ocho. Agustín, con nueve, le supera, y además lo hace por primera vez en catalán. Ambos nacieron como yo, en Mallorca –Monzón, en 1968; Villalonga, en 1953–, isla a la cola en ayuda institucional al cine, pero pródiga en montajes de corrupción política y peliculera. “Una maravillosa coincidencia –comenta este último en una las de numerosas entrevistas que se vio obligado a responder en los dos últimos días–. Me acaban de confirmar que ahora, con los premios, mi película tendrá otra oportunidad con cien nuevas copias. Eso significa que su vida se alarga, lo que me pone muy contento. Pero a los Goya, como con cualquier premio, hay que olvidarlos muy rápido. Claro que ayudan a la promoción, pero lo importante es poder trabajar y hacerlo sin baches”.
Nieto de titiriteros, y apasionado del cine desde la infancia, Agustí Villalonga se llevó el Goya a mejor Director, con su película Pa Negre. Consigue con este nueve premios y triunfa como nadie en la XXV edición de los Goya. En su drama, narra la miseria moral y material de la posguerra en un pueblo de la Catalunya rural. Hasta este momento se proyectaba en 60 pantallas pero, a partir de esta semana se estrenará en 110, aunque, en su versión original, en catalán, sólo se podrá ver en Valencia, Catalunya y en algunos cines de Madrid. Me pregunto si también en Baleares.
Pa Negre recibió, en su momento, los aplausos de la crítica especializada y, a pesar de no escapar del todo a ciertos arquetipos ideológicos y simplistas, acierta de pleno en el retrato que hace de la podredumbre moral de la posguerra española. Agustí reconoce que la obra de Emili Teixidor, en la que se basa, era muy literaria, muy costumbrista y no se correspondía con el cine que hacía. Tenía muchas de sus obsesiones, “pero supe desprenderme de la parte del guión que prestaba más atención a la religión o a la cuestión ideológica. Así, la película quedaba más concentrada y cruda. Y remite mejor a la miseria moral y material, que era lo que quería contar”.
¿Qué más podría decir de mi paisano isleño? Que fue actor en los inicios de su carrera. Que hizo algo de cine en los setenta, en películas como “Robin Hood nunca muere”. Y que hizo una docena de películas en la que sobresle “La niño de la luna”, que ganó el mejor guión original. Y que, al acabarla, preparó “La mort i la primavera”, un proyecto en el que estuvo trabajando durante dos años y que tampoco él consiguió financiación. “El desastre fue tal que tuve que parar durante siete años. Alguna vez he dicho que he trabajado hasta de pastelero para subsistir. Nunca me he retirado del cine a propósito, pero tampoco he querido verlo como algo negativo, porque son períodos en que cargas pilas y puedes preparar las cosas con tiempo”. Por eso, en cuanto pueda, pienso ir a ver su última obra. Y, por supuesto, si cabe, algunas de las anteriores.
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