Revista En Femenino

El padre de ella

Por Lectoraprofeymama

Ya le habíamos dado la noticia a la familia de mi marido, y ahora tocaba la mía. Lo arreglé todo para salir a cenar con mi padre y con mi hermana al día siguiente, estando yo de 5+6.

Yo estaba nerviosísima. En primer lugar, me preocupaba la aprobación de mi padre, que para mí es siempre muy importante. No estaba segura de si le iba a parecer bien dado que yo estoy en paro y pasamos ciertos apuros económicos en este momento. Después de pensarlo un poco, decidí que la clave estaba en enfocarlo bien: no le contaría que estoy embarazada, sino que él va a ser abuelo.

;)

La otra cuestión que me preocupaba es la logística. Mi padre siempre ha disfrutado mucho sacando a cenar a su primogénita y siempre se esfuerza por darme lo mejor: pide un vino que nos guste y me llena la copa sin parar, encarga una buena ración de caña de lomo… vamos, que me veía teniendo que escupir la noticia a toda prisa antes de sentarnos. Intenté buscar el ambiente más propicio: si hubiera sido en mi casa o en la suya, evitar la chacina habría sido prácticamente imposible, así que le convencí para que fuésemos a un restaurante italiano que le encanta a mi hermana. Me pareció lo más seguro, porque a mi padre no le gusta el carpaccio y ahí no iba a pedir caña de lomo. Con lo del vino… crucé los dedos.

Llegamos al restaurante y nos sentamos a la mesa los cuatro. Mi hermana pidió un refresco (tiene casi 15 años) y mi padre consideró pedir un vino para todos. Afortunadamente, mi marido dijo que él prefería cerveza y cuando yo dije que iba a pedir agua mi padre no rechistó (raro en él) y se pidió una copa de vino para él.

Sin embargo, no estaban todos los obstáculos sorteados: después de darle algunas vueltas, decidieron pedir una ensalada para el centro además del plato que tomamos cada uno. Y claro, llegó la ensalada y ¿a quién quería mi padre servirle la primera y más selecta ración? A la primogénita, claro. Yo le dije a mi padre que ensalada no iba a comer y se quedó bastante chafado y con cara de no entender nada, así que al final tuve que soltarle el famoso: «Papá, que vas a ser abuelito».

Mi padre reaccionó con alegría, pero la que alucinó fue mi hermana. A ella le encantan los niños, y lleva ya años dándonos la tabarra con que quiere un sobrino. Yo creo que a estas alturas no se lo sospechaba. La pobre se pasó el resto de la noche mirándome con ojos vidriosos y cara de emoción. Mi padre dijo que ya se lo esperaba, que ya lo había hablado con algunas personas, que cualquier día le dábamos la noticia…

La segunda reacción de mi padre, ya más serena y tras los abrazos iniciales, fue preguntarme por qué no comía ensalada, que si me estaban empezando a dar en cara ciertas comidas o si me iba a volver una de esas radicales que lo llevan todo a rajatabla. Yo intenté explicarle de forma sencilla que sí que podía tomar ensalada, pero cuando yo pudiese confiar al 100% de que estaba bien limpia por riesgo de toxoplasmosis, lo que confirmó a mi padre que la mía era la segunda opción. Mi marido aprovechó para comentar la anécdota de que nos había chocado que su madre fumara durante el embarazo y mi padre se rió: al parecer mi madre y la de mi hermana también fumaron de vez en cuando, se tomaban sus vinitos y comían de todo… Yo no sé si hace 33 años mi madre era consciente del daño que podía hacerme, pero sé que hace 15 se sabía ya que el alcohol y el tabaco no son recomendables en el embarazo…

Para terminar de dejarnos con la boca abierta, mi padre nos dio un relato del terrible aborto que sufrió mi madre (eso es tacto, sí señor) estando en el Rocío y cómo tuvimos que hacer el viaje por carretera (no había autovía aún) hasta Sevilla con un montón de toallas empapadas en sangre. Yo tenía dos años y tengo algún recuerdo de aquellos momentos. Le pedimos a mi padre que dejara de contar, se dio cuenta del error y pasamos el resto de la noche con bastante calma.

La verdad es que fue muy bonito, sobre todo por los momentos con mi hermana, que no dejaba de mirarme y abrazarme. Aunque confieso que pesa sobre mí la losa de que mi padre me insinuara que soy «radical». Y eso cuando aún no le he hablado de porteo, ni de pañales de tela… La lactancia apareció brevemente, porque mi padre le preguntó a mi hermana si le iba a dar biberones a su sobrino y mi marido dijo que si todo iba bien no habría muchos biberones. Mi padre aprovechó para insinuarme que con mi pecho pequeño a lo mejor no tenía bastante leche (mito que he escuchado muchas veces desde mi infancia). Yo no dije nada ni le di importancia.

Cuando pidieron una copita para celebrarlo, publiqué la foto de mi test de embarazo en el blog. ¡Se acabó el secreto!


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